Videoclubes, radios con doble casetera, teléfonos de cable enrulado y teclas. La pecaminosa Calle 42 y sus grindhouse, el Central Park, la playa de Coney Island, el Manhattan de Woody Allen, las Torres Gemelas. No hace falta conocer Nueva York para entender que el paisaje ilustrado en Robot Dreams/Mi amigo robot es el de los ochenta. Una NYC que ya no existe para un relato dulce y melancólico que prescinde de diálogos.
La película llega a los cines argentinos donde sigue llenando salas El niño y la garza, del mítico estudio Ghibli, firmada por el maestro Hayao Miyazaki. Una compañía en la cartelera que se proyecta a los próximos Oscar, pues ambas están nominadas en el rubro animado. Completan el quinteto tres films de grandes estudios, industriales y 3D: Spiderman, Minona y Elemental.
De qué trata “Mi amigo robot”
Basada en la novela gráfica de la estadounidense Sara Varon, Mi amigo robot es la historia de Perro, un sujeto (perro) solitario que compra un robot para armar como quien compra un amigo, una compañía. El vínculo que establecen, y una deriva de desencuentros y búsquedas, desarrollan un relato capaz de tocar fibras sensibles sobre la soledad en la vida urbana de hoy, entre otras cosas.
Su director, Pablo Berger, se conecta puntual para la entrevista con TN desde Madrid. Acaba de llegar de Los Ángeles, donde estuvo promocionando el film antes de los Premios Oscar. Última parada de un recorrido triunfal para este film que costó 5 millones de euros, coproducido con Francia, en el que trabajó con su equipo durante cinco años: arrancó en la selección oficial de Cannes y siguió por Annecy (”el Cannes de la animación”), y Sitges (”el Cannes del cine fantástico”) y todos los festivales europeos.
“Venir tan lleno de premios y ahora ir los Oscar es un sueño: el de llegar al mayor público posible. Eso es lo que permiten los premios, llegar al mayor público. Ya no son cuestión de ego, que lo tenemos grandísimo los directores, sino que más ente vaya a ver tu película en el cine. Luego llegará a plataformas”, dice.
-Debés estar cansado de que te hablen de la dura competencia, pero tu película compite con la última de Miyazaki, lo que además debe ser un honor.
-Claro. Todos sabemos que los Oscar son el mayor influencer del cine mundial y es un honor estar entre esas cinco finalistas con el maestro (me quito el sombrero) Hayao Miyazaki, que tiene una docena de obras maestras y para mí ha sido un referente claro a la hora de hacer Mi amigo robot. Con las otras, películas de estudio, es David contra Goliat. Pero es buena señal que haya dos películas 2D, la nuestra y la de Miyazaki. Es importante mirar al pasado para hacer cosas nuevas. Creo que la animación tradicional, dibujada a mano, tiene mucho para dar y es buena señal que dos de cinco sean dibujos animados.
-La ausencia de diálogos en tu película parece una decisión arriesgada, pero el relato fluye de una manera accesible, incluso para chicos.
-Sí, yo hace una década hice Blancanieves que tampoco tenía diálogos, y la experiencia fue maravillosa. Descubrí que las películas sin diálogos dejan una huella tremenda en el espectador. Le dejan más espacio, se convierten en una experiencia sensorial. Hay una catarsis más grandes en una película sin diálogos. Cuando se me ocurrió hacer una película hermana de Blancanieves pero muy diferente, de dibujos animados, no lo dudé. Sé que es una película abierta, para todos los públicos. Es cinéfila —se estrenó en Cannes— pero también abierta al público que quiere pasar un buen rato, que quiere reír y quizás llorar durante hora y media.
Aunque no está pensada para el niño, sino para el adulto, o tratando al niño como un adulto. Sé que los niños argentinos van a disfrutar de estos personajes. Pero no la elegirán ellos, sino los padres y los abuelos: somos los que hemos tenido que consumir muchas malas películas de animación debido a las campañas publicitarias de los fast foods y los anuncios. Ahora, gente que lea tu entrevista o gente que ame el cine, dirá a sus hijos o nietos vamos a ver una película que les va a gustar.
-Y luego está la melancolía retro de este relato. ¿Es un drama o una comedia?
-Mi amigo robot es una comedia melancólica. La melancolía es un sentimiento muy bonito, y muy real. La vida es melancólica. Así que es una tragicomedia: los espectadores van a reír, pero también me gustaría que lloren un poquito. Un lloro sanador, no un lloro depresivo. Un llanto con una sonrisa.
-¿Cómo dirías que está en este momento el cine de animación independiente como el tuyo?
-El mundo de animación para adultos, de la animación dibujada a mano, está viviendo un gran momento. Y no solamente en Europa sino también en Latinoamérica. Estados Unidos sí que se ha alejado de la animación tradicional, pero afortunadamente hay muchas producciones 2D haciendo su camino. Y España, en especial, está en un gran momento. En los últimos 15 ediciones de los Oscar hubo tres películas españolas de animación nominadas: Chico y Rita, Klaus y Mi amigo robot. Es una buena señal. En los Goya de este año había cinco grandes películas en el rubro animación, y sé de proyectos muy interesantes que se están cocinando ahora. A los que quieran dedicarse a la animación les digo que hay un futuro, y una industria, en España, que está en un gran momento.
Con Oscar o sin él, Berger tiene motivos para estar exultante. En términos de producción, trabajó con un presupuesto que le permitió el tiempo que fuera necesario, los planos que soñó, los procesos de cada cosa. Desde escribir el guion hasta el story board y el trabajo con el equipo de ilustradores y animadores. “Esto es lo maravilloso de la animación, que me abrió un mundo de nuevas historias. Hay una escena que es un homenaje a los musicales de Hollywood, con miles de bailarines haciendo claqué: jamás lo hubiera podido hacer en una peli de imagen real. Hay una carrera de trineos que podría estar en una película de James Bond: jamás lo hubiera podido hacer en imagen real. La animación me permite contar historias increíbles, locas y diferentes, así que repetiré”, aseguró.