Dicen que el tiempo acomoda las cosas. Esa percepción del tiempo aplica perfectamente a la historia del genio argentino. Debieron pasar varias décadas para que Astor Piazzolla se convirtiera en profeta en su tierra y, a propósito del centenario de su nacimiento, Buenos Aires y la Argentina toda le rinde homenajes a ese marplatense crecido en Nueva York que deconstruyó la música popular porteña, llegó al mundo y se detuvo también en el cine, para dejar un notable legado de música para películas.
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Todo arrancó el 11 de marzo de 1921, en Mar del Plata. Allí nació Astor Pantaleón Piazzolla, un chico de origen humilde con un problema de salud congénito (al nacer, descubrieron que tenía “pie de bot”, una deformación congénita que lo obligó a pasar por operaciones y múltiples internaciones). El tiempo pasó y la familia Piazzolla se instaló en la ciudad de Nueva York y allí Astor recibió, de manos de su padre, un bandoneón comprado en una casa de empeños. Allí también, conoció a Carlos Gardel.
Corría el año 1934 y Gardel era una celebridad. Aunque Astor crecía al son del jazz de esos tiempos, el ADN argentino apuró un encuentro con el rey del tango para entregarle una talla de madera que su padre había fabricado para el cantor. A pesar de las primeras negativas del entorno de Gardel, el espíritu atorrante de Astor logró hacer la entrega en mano. El Zorzal Criollo quedó deslumbrado con el carisma del chico y con su condiciones musicales. Así, de casualidad, arrancó la carrera musical de Piazzolla y también su relación con el cine, ya que Gardel lo invitó a participar de El día que me quieras.
“iDiarios! ¡Diarios!”, gritaba el canillita que interpretaba Astor en la que resultó ser la penúltima película de Carlos Gardel. Salvo Gardel, nadie imaginaba entonces que ese chico se convertiría en el compositor más grande de la Argentina. Gardel sí tuvo dimensión tanto del talento que se había cruzado en su camino como de las polémicas que generaría, ya que al escucharlo tocar el bandoneón le vaticinó que sería grande, aunque con una observación: ‘Tocás tango como un gallego’.
El destino hizo lo suyo para que el genio de Astor Piazzolla pudiera desplegarse en el tiempo y en el mundo, sin quedar trunco con una muerte prematura. Como Astor hablaba inglés perfectamente, durante la estancia de Gardel en Nueva York, se convirtió en una suerte de asistente para temas pequeños trámites personales y también para que le enseñara algunas frases simpáticas para que Carlitos pudiera sorprender a las admiradoras que se acercaban a saludarlo. La química entre ambos fluía y le ofreció unirse a su siguiente gira panamericana pero Vicente, el padre de Astor, se negó porque el chico tenía solo 13 años. Esa decisión salvó la vida de Astor, ya Carlos Gardel y todos sus acompañantes murieron cuando su avión se estrelló en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.
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A principios de los años ’40, Astor Piazzolla había vuelto al país y buscaba ganarse la vida adaptando obras de algunos compositores clásicos (vale aclarar que, aunque joven, ya había descubierto a Bach, entre otros maestros del género). Se casó con Odette María Wolff y pronto nacieron Diana (1943) y Daniel (1944). Con una familia para mantener, comenzó a hacer arreglos orquestales para Aníbal Troilo, pero el trabajo duró poco. El ambiente del tango tradicional no aceptaba el estilo de Piazzolla ni la demanda de estudio a los músicos.
Mientras el tango se resistía a su estilo, el cine nacional se rendía a su música. La primera película a la que Piazzolla le puso música fue Con los mismos colores (1949), de Carlos Torres Ríos y allí nació un vínculo estrecho. Después del impacto que causó con “Balada para un loco”, llegó la película que le abrió definitivamente las puertas del cine internacional. Tras Con alma y vida, estrenada en 1970 y de David José Kohon, le llagaron las propuestas para bandas sonoras de películas francesas, italianas, brasileñas.
Entre ellas, se destacan A intrusa, adaptación brasileña sobre un relato de Jorge Luis Borges, dirigida por el argentino Carlos Hugo Christensen. La banda de sonido tuvo una gran repercusión y ganó en el Festival de Cine Brasileño de Gramado. Otras de las más elogiadas fue la adaptación del drama Enrico IV, de Pirandello, estrenada en 1984 y dirigida por Marco Bellocchio. Protagonizada por Marcelo Mastroiani y Claudia Cardinale, la película incluía como tema principal “Oblivion”, que se convirtió en uno de los hitos del repertorio piazzolleano.
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En los años ’80, la vida en el exilio del director Fernando, Pino, Solanas permitió una fructífero encuentro en las películas El Exilio de Gardel, de 1985, y Sur, en 1987.
Además de las obras que Piazzolla compuso a pedido, su música también estuvo presente en el cine a través de recreaciones, como ocurrió con la versión de “Libertango”, realizado por la cantante y modelo Grace Jones para Frantic, la película que, en 1988, protagonizó Harrison Ford, dirigido por Roman Polanski. Algo similar ocurrió en 12 monos, en 1995. De Terry Gilliam, el film tenía música original de Tom Waits y Paul Buckmaster pero uno de los temas estaba tomado de la Suite “Punta del Este” de Piazzolla.
El tiempo, la relevancia que adquirió su música y la universalidad que alcanzó le dieron la razón a Astor Piazzolla. Lejos de ser el “asesino del tango” fue el hijo que pródigo que hizo posible que su música suene hoy tan vibrante como entonces. El sueño de Astor era ser escuchado cuando ya no estuviera. Hoy su sueño es una realidad que, incluso, le asegura que entró a ese selecto panteón de aquellos que compusieron sin fecha de vencimiento ni fronteras geográficas.