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    El libro de Mauricio Macri sobre Franco: de las peleas más feroces al dramático pedido del último encuentro

    El miércoles llegó a todas las librerías del país el libro que el expresidente escribió sobre la relación tempestuosa con su padre. Elogios, reproches terribles, cuentas pendientes, sospechas de corrupción, anécdotas desconocidas, romances y un cheque de 100 millones de dólares de Donald Trump.

    Matías Bauso
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    Matías Bauso

    28 de noviembre 2025, 06:00hs
    Mauricio Macri no hace autocríticas en el libro. No asume errores ni reconoce fallas. Las pérdidas las endilga todas a su padre, Franco.(Foto: DYN)
    Mauricio Macri no hace autocríticas en el libro. No asume errores ni reconoce fallas. Las pérdidas las endilga todas a su padre, Franco.(Foto: DYN)
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    Franco Macri llegó de Italia a los 18 años. A los dos días comenzó a trabajar de administrativo en una obra de construcción. A los pocos años ya tenía su propia empresa constructora. Fue subcontratista, luego contratista. Erigió silos, fábricas, grandes torres, puentes que unen ciudades. Levantó las autopistas más importantes, diques y hasta centrales atómicas. Comandó Sevel, la automotriz más importante del país en su tiempo. Se encargó de la recolección de basura en la Ciudad de Buenos Aires (Manliba), tuvo la primera empresa de telefonía celular del país, productoras de cine. Durante más de una década fue el empresario más importante del país. Después cayó en una espiral de autodestrucción y emprendimientos poco certeros. También negoció con éxito y templanza la liberación de dos de sus hijos que habían sido secuestrados. Se casó varias veces, tuvo parejas y amantes de perfil alto. Fue un personaje público muy controvertido. Su hijo mayor, Mauricio Macri, con el que lo unió una relación tempestuosa y cambiante, llegó a ser el presidente de la República.

    Ayer llegó a todas las librerías del país el nuevo libro del ex presidente Mauricio Macri. Se llama Franco y trata, naturalmente, sobre su padre Franco Macri. La bajada muestra de manera cabal su contenido: Vida de mi padre. La historia de mi mayor maestro y mi gran antagonista. Este lanzamiento de Editorial Planeta generará, sin duda, buenas ventas y bastantes comentarios y controversias. Hay historias desconocidas e impactantes, anécdotas sorprendentes, miradas sesgadas, es una carta de amor a un padre que nunca lo comprendió y también un furibundo ajuste de cuentas.

    Leé también: Franco Macri y la industria automotriz: de Fiat y Peugeot a los primeros autos chinos del país

    En el primer capítulo, el autor hace una aclaración, un pedido al lector: solicita que no ponga alta la vara de la objetividad. Sabe que es muy difícil hablar de un padre, y mucho más de uno como el suyo.

    Suspender la pretensión de imparcialidad, en este caso, sirve para lo bueno y para lo malo. Sostiene que Franco fue inigualable, que fue su héroe y reconoce múltiples aciertos. Pero también se muestra duro en la evaluación de las últimas décadas de su padre pero no sólo en lo profesional, también en lo personal. A cada elogio parece seguirle una crítica impiadosa, que hasta invalida lo anterior.

    Como escribe Mauricio Macri, este libro es “la historia de la capacidad de construcción de Franco, pero también la de su esfuerzo por destruir lo que había logrado”. Y el lector puede agregar, después de pasar por varios ejemplos en estas páginas, que Franco Macri parecía también hacer esfuerzo -tener un talento especial- para destruir personas o, al menos, los vínculos con ellas ya sean hijos, esposas, amigos, socios o gerentes calificadísimos. Su hijo dice que Franco era Dr. Jekyll y Mr. Hyde: lo repite en varias ocasiones a lo largo de las más de 200 páginas.

    Mauricio Macri afirma en varios pasajes que su padre era un manipulador. (Foto: Clarín).
    Mauricio Macri afirma en varios pasajes que su padre era un manipulador. (Foto: Clarín).

    Mauricio Macri cuenta que como en toda buena familia italiana -y más si se trata de gente de negocios- se suponía que el primogénito sucedería al padre y que para eso se lo preparó. Pero en este caso no sucedió, no hubo tal sucesión. Y él encuentra una explicación: Franco nunca resistió -ni siquiera se imaginó- no tener el control absoluto de lo que había construido.

    La influencia de este padre seguro de sí mismo, de personalidad dominante, self made man, sobre su hijo mayor fue evidente y abrumadora. Desde adolescente llevaba a su hijo Mauricio a las reuniones con los presidentes de las empresas más importantes del mundo o con ministros. Quería que aprendiera. La misión de Mauricio -siempre según su padre- era sucederlo, para eso había llegado al mundo, para continuar sus pasos. El problema era, esencialmente, que Franco nunca creyó que nadie sería capaz de reemplazarlo, que nadie estaría a su altura. Y mucho menos su hijo mayor. Lo hizo estudiar ingeniería y lo fue paseando por diferentes cargos de poder en las empresas de su grupo para ir fogueándolo. El hijo lo miraba deslumbrado y consternado por partes iguales, pero no podía salir, liberarse, del influjo de ese progenitor avasallador. Hasta aprendió a jugar al bridge para sorprenderlo.

    Mauricio afirma en varios pasajes que su padre era un manipulador. Que podía ser muy generoso con familiares y amigos pero que siempre procuraba que todos hicieran lo que él quería o disponía. Que esa vocación por manipular era uno de sus rasgos distintivos, inevitables (sostiene que en sus actuales conferencias sobre liderazgo dice que un líder debe resistir la tentación de manipular). Un ejemplo flagrante de cómo controlaba a los que estaban a su alrededor: durante un largo tiempo Franco obligó a su hermano Tonino, a su primera esposa (aún en medio del divorcio) y a sus hijos a ir al mismo psicoanalista -que era, obviamente, el de Franco-. Mauricio dice que él concurrió unas pocas sesiones y después lo abandonó pese al enojo de su padre.

    Leé también: Hace 94 años nacía Franco Macri: una “pared” de dólares y 12 días sin dormir para recuperar a su hijo

    Mauricio Macri no hace autocríticas en el libro. No asume errores ni reconoce fallas. Las pérdidas las endilga todas a su padre. De hecho, sin decirlo explícitamente, plantea que la verdadera debacle de las empresas de la familia Macri (o de Franco mejor dicho) comenzó cuando él, su hijo mayor abandonó Socma para presidir Boca Juniors. Según Mauricio, después, Franco desoyó varios de sus consejos que podían haber evitado que se metiera en negocios ruinosos como el del Correo.

    El hijo mayor pedía que en vez de que los negocios del grupo se siguieran diversificando, Franco fuera más cauteloso (o que lo fuera al menos una vez en la vida) y que consolidara posiciones. El plan de Convertibilidad, el 1 a 1 parecía agotarse. Pero Franco siguió comprando empresas y probando nuevos territorios. Cuando empezó la década del 90 Franco Macri era el empresario número 1 de la Argentina; 10 años después, cuando Menem dejó el poder, había descendido hasta el puesto 17. Con estos números Mauricio Macri intenta romper con la versión de que Franco y sus empresas se beneficiaron con el menemismo.

    Por otro lado muestra que la gran expansión se dio desde mediados de los 60 y en los 80. Sin embargo rechaza de plano que su padre haya sido cómplice de la dictadura militar. Afirma -sin que el lector lo crea demasiado- que Franco “jamás sacó provecho de posición política alguna”. Y que fue un pertinaz oficialista: siempre fue oficialista, la mejor manera de seguir haciendo negocios y expandirse.

    Una historia peculiar con el poder de turno: Franco construyó las torres de Catalinas Norte. Isabel Perón pasaba por allí cada mañana en su trayecto Olivos- Casa Rosada. El reflejo del sol en la superficie vidriada, la encandilaba. Entonces la presidenta de la Nación ordenó que la fachada fuera modificada de inmediato para evitar que la molestara. La orden no se llegó a implementar porque ella fue derrocada antes.

    Franco y Mauricio Macri en 1991, el día que liberaron al expresidente de su secuestro. (Foto: DYN)
    Franco y Mauricio Macri en 1991, el día que liberaron al expresidente de su secuestro. (Foto: DYN)

    Mauricio Macri no reconoce ningún caso de corrupción de Franco ni de sus empresas. Afirma que todo se trató de calumnias y difamaciones y persecución política, en buena parte obra del periodista Horacio Verbitsky y el matrimonio Kirchner. Según su versión cuando Socma ganaba licitaciones lo hacía porque sus ofertas económicas y propuestas técnicas eran mejores que las del resto y cuando perdía eso sucedía por la corrupción y venalidad de los funcionarios de turno.

    En 1979 Franco Macri intentó desembarcar en Nueva York como empresario de la construcción. Compró dos terrenos para levantar sendos edificios. Pero en el medio surgió una oportunidad más grande. Unos terrenos del ferrocarril en venta y la posibilidad de construir decenas de viviendas y oficinas. Un proyecto faraónico, que de salir bien lo convertiría en un gigante en Estados Unidos. Franco dedicó mucha energía y dinero a esa posibilidad. Consiguió financiación por 600 millones de dólares. Pero algo siempre lo trababa. Él negociaba, ponía dinero, contrataba especialistas -desde ingenieros a lobbystas- y seguía adelante. En algún momento Donald Trump pareció que se asociaba, a pesar de haber renunciado a la idea de desarrollar esos terrenos antes de la entrada de Franco. Finalmente las trabas -políticas, judiciales, económicas, impositivas, sindicales, municipales: todos parecían confabularse contra el empresario ítalo-argentino- fueron tantas que Macri debió reconocer su derrota y abandonar. Y ceder los terrenos y sus sueños neoyorkinos. El comprador fue Donald Trump que en persona le dio a Mauricio Macri un cheque por 100 millones de dólares (dice que nunca vio tantos ceros juntos). Era una fortuna pero no alcanzaba ni por asomo para cubrir todo el dinero que Franco había puesto. Se supo luego que Trump había complotado con banqueros, políticos, sindicalistas y demás rubros, para que los Macri fracasaran y así quedarse por un precio casi vil con la propiedad. Cuando ambos fueron presidentes de sus países, Donald Trump le confesó a Mauricio la jugada y le dijo que su padre había sido muy imprudente al lanzarse a una aventura de este signo y de esta magnitud siendo tan visitante, sin conocer el terreno ni las reglas de juego.

    El gran cambio, el quiebre de la relación padre-hijo, se produjo tras el secuestro de Mauricio en 1991. Franco se puso al frente de las gestiones. Un feroz negociador se enfrentó a la negociación más importante de su vida. Tranquilizaba a los secuestradores y durante 15 días no perdió la calma, mantuvo vivas las conversaciones y pagó el rescate de siete millones de dólares. Los captores exigieron efectivo con billetes de diferentes denominaciones y colocados en fajos de una manera especial. En menos de dos días, Franco había reunido esa cantidad y él mismo con dos colaboradores estrechos contó billete por billete. Apilados en la habitación principal de la casa de Franco -cuartel general durante esas dos semanas- los billetes ocupaban una superficie de un metro de alto por tres metros de ancho.

    Leé también: La revelación de Mauricio Macri sobre su padre: “Franco me pedía que me hiciera cargo de matarlo”

    (Una dato gracioso: como en los medios llamaban a Mauricio como “El delfín de Franco Macri”, el nombre clave que le pusieron sus secuestradores fue “El Pescadito”).

    Al mismo tiempo, sin dar aviso al gobierno, se contactó con Terence Todman, embajador norteamericano en el país, para solicitarle que le recomendara los mejores especialistas del mundo para estos casos. 24 horas después dos exagentes especialistas en secuestros y líderes de la agencia de investigaciones más sofisticada del mundo llegaban a Buenos Aires.

    “El hecho de haber logrado mi liberación, lo puso en un nuevo rol frente a mí. Ahora era mi salvador. Había salvado mi vida. Su ego y su omnipotencia crecieron hasta niveles superlativos. Y no era para menos”, escribe Mauricio.

    Todas las semanas padre e hijo se peleaban con ferocidad. Franco echaba a Mauricio de sus empresas y a los pocos días lo volvía a contratar. Lo ayudaba y luego lo boicoteba. Le daba poder y minutos después lo desautorizaba. La guerra era permanente.

    Ayer llegó a todas las librerías del país el nuevo libro del ex presidente Mauricio Macri. Se llama Franco y trata, naturalmente, sobre su padre Franco Macri. (Foto: Reuters)
    Ayer llegó a todas las librerías del país el nuevo libro del ex presidente Mauricio Macri. Se llama Franco y trata, naturalmente, sobre su padre Franco Macri. (Foto: Reuters)

    Otro efecto inesperado del secuestro fue que Mauricio se convirtió en una celebridad. La gente le hablaba por la calle, salía en las revistas. Hasta ese momento su notoriedad era menor -más allá de que su nombre fuera conocido y sus fotos aparecieran en la sección de sociales de las revistas. Eso, siempre según su hijo, hizo que Franco compitiera con él y procurara más notoriedad. De ahí sus romances publicitados, las fotos en Caras y Gente y las fastuosas fiestas en Punta del Este.

    Sobre las mujeres del padre hay pocas referencias en el libro (y ninguna mención a Flavia Palmiero). Habla de Alicia Blanco Villegas, su madre, y cuenta que Franco y ella eran diferentes y que después de tres hijos y 20 años de matrimonio se divorciaron. Franco siempre había privilegiado sus negocios y su trabajo por sobre la familia; en un esquema de otra época (de esa época) la madre era la que se dedicaba a la crianza de los hijos y el padre era el proveedor.

    Luego menciona a la segunda esposa (y madre de su hermana Florencia -que fue secuestrada en 2003, con lo que Franco tuvo que negociar una vez más con los captores de un hijo) y sin demasiados detalles da a entender que fue una relación tormentosa. También nombra a Evangelina Bomparola sin calificarla.

    Con quién hace una excepción y un reconocimiento especial es, sorpresivamente, con Nuria Quintela. Asistente de Franco con la que solía viajar con asiduidad a China y con la que su padre mantuvo una relación amorosa, acaso la última: “Creo que ella fue la que más lo acompañó en ese momento tan difícil, en el que iba perdiendo cada vez más lucidez, y lo hizo con mucho amor”.

    Leé también: El día que Franco Macri presentó a su hijo Mauricio en público en una entrevista con Bernardo Neustadt

    Los enfrentamientos finales se dieron a partir de 2007. Mauricio ya lanzado de lleno a la política había sido electo como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Socma ya no era lo que había sido (había perdido Sevel, los celulares y otros negocios importantes) y el enfrentamiento con el kirchnerismo era abierto: la situación del Correo era uno de los puntos álgidos de la confrontación. Franco citó a todos sus hijos a su casa y anunció que les entregaría sus acciones en Socma, que él se dedicaría a los negocios con China. Puso como condición que permaneciera uno de los gerentes generales a la cabeza de todo. Los hijos, según la versión de Mauricio, aceptaron sin quejas. Días después, Franco llamó a su primogénito desde China y lo insultó y lo llamó estafador. También lo acusó de querer robarle la empresa. Los hijos aceptaron un nuevo convenio dando de baja el anterior. Pero la situación se repitió tres veces. Siempre de madrugada y desde China, Franco insultaba y gritaba a su hijo mayor y daba de baja lo acordado en Buenos Aires. Según Mauricio esas fueron las primeras manifestaciones evidentes del deterioro cognitivo de su padre.

    La escena en la que describe el último encuentro entre ambos es estremecedora. Mauricio ya era presidente de la Nación; Franco padecía de una avanzada demencia senil, ya no salía de su mansión de Barrio Parque y estaba rodeado por un batallón de enfermeras, médicos y personal doméstico. En medio de una jornada de trabajo, Anita, la secretaria privada de Mauricio -que lo había sido de Franco: otro hilo que los ataba-, le dice que su padre está en un infrecuente intervalo lúcido y que quiere verlo. El Presidente suspendió todas sus audiencias y salió de inmediato hacia la mansión de la calle Eduardo Costa. Al llegar vio a su padre sentado en un sillón, mirando hacia la nada. Franco le señaló a dos de las cuidadoras y dijo: “¿Viste lo que es esto? No sé quiénes son estas mujeres”. Y miró por primera vez en la tarde a su hijo a los ojos, después de un largo silencio prosiguió: “Ya no dependo de mí, me tiene que bañar, me tiene que dar de comer (...) Toda mi vida fui un creador, y ya no puedo hacer más nada. Terminé. Me quiero ir”.

    Mauricio Macri, sobrecogido por las palabras de Franco y azorado por la repentina lucidez, trató de explicarle que él no podía hacer nada, que aquello que estaba insinuando no era una posibilidad. Franco lo interrumpió: “Sos mi hijo mayor. Entendeme, yo soy Franco Macri, no puedo estar en esta situación. Ya terminé y me quiero ir”.

    Franco Macri saludando a Mauricio el día que se convirtió en Presidente. (Foto: Télam)
    Franco Macri saludando a Mauricio el día que se convirtió en Presidente. (Foto: Télam)

    Su hijo trató de disuadirlo y, como en los viejos tiempos, Franco gritó, agravió, insultó, intentó imponer su voluntad pero en medio de la furia el discurso fue perdiendo coherencia primero y luego intensidad. Hasta que Franco Macri quedó en silencio y volvió a desconectarse de la realidad. Esa fue la última conversación entre padre e hijo.

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