“Mirá que meterse con las universidades es como entrar a la selva de Vietnam. No sabés cómo salís y tenés garantizado que perdés la guerra”. El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, están reunidos con un referente de educación al que escuchan y prestan atención. El hombre, exministro del área, les pidió verlos solo para avisarles lo que cree que es un error político que pagarán caro. Tiene bajo sus espaldas varios conflictos con el sistema universitario en las últimas dos décadas, siempre sentado desde el Ejecutivo. Asegura que todos terminan igual. Perdiendo.
A pocos pasos de esta escena, un piso más arriba en la Casa Rosada, donde habita el triángulo de hierro, la inquietud es similar. ¿Cómo fue que llegaron hasta acá? En los próximos cinco días, hasta el 9 de octubre que está planeada la sesión para ratificar la Ley del Financiamiento y anular el veto, al Gobierno le corre un cronómetro peligroso. ¿Acelera o negocia? La respuesta es la de siempre en esta gestión libertaria: “Látigo y zanahoria”. Hacia afuera, desafiantes. En los hechos, pragmatismo.
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Esta no es una pelea que hayan querido dar. Se está activando, como pasó después de la marcha de abril, un operativo para intentar encontrar un acuerdo económico salarial con los gremios antes de la sesión del miércoles. Parece tarde. Esta vez son varios problemas simultáneos los que se abrieron, a diferencia del conflicto anterior: encontrar una solución salarial para este año, acercar algo negociable para 2025 y lograr que el Congreso no consolide los dos tercios para sostener la ley y ampliar a otro nivel la fragilidad legislativa del oficialismo. Es una señal que no quieren dar a los mercados. Pero todo indica que sucederá igual.
Hay varias gestiones para hacer control de daños. Desde Jefatura de Gabinete, desde Capital Humano y de Santiago Caputo a solas con Cristián Ritondo, el jefe del bloque del PRO. Mauricio Macri acaba de salir a otro viaje. Antes de irse, liberó a Ritondo la conducción del problema. Como suele pasarle con los libertarios, está fastidioso. “No me gusta que el gobierno les haya regalado la bandera de que acá se cuestiona la existencia de la Universidad Pública”, le dijo a su gente. El PRO tiene una encrucijada muy a la vista: varios de sus diputados no están dispuestos a ponerle la cara a este veto. Pero peor aún, temen que finalmente la pongan y aún así no consigan frenar los dos tercios.
Cómo se ordenará esa gestión, dependerá también de una interna latente y sostenida entre el influyente Santiago Caputo y la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, de relación incondicional con Javier Milei. El vínculo entre los dos, se sabe, está roto: lo que quiere uno, no lo quiere el otro. En esa construcción filosa, el área de Educación de Capital Humano la administra Carlos Torrendell que funciona bajo el amparo de Pettovello mientras que el subsecretario de política universitaria, Alejandro “El Profe” Álvarez, llegó a su puesto impulsado por Caputo y siempre con rumores de ser separado de su cargo por Pettovello. Hasta había sido corrido de varias negociaciones con los gremios. Una tensión que quedó disuelta esta semana, después de que protagonizara el debate en A dos Voces y Álvarez se ganara la ratificación en su puesto y un almuerzo con la ministra y el Presidente. Foto y posteo al título de “equipazo”. Punto para Caputo podría pensarse. Hay un dato político a destacar en esa foto: Milei fue al despacho de ella. Y no viceversa. Son gestos que jamás descuida el Presidente con su ministra.
Un acto por el Palacio Libertad
El sábado 12 de octubre, Javier Milei encabezará un acto en el CCK, originalmente bautizado como Centro Cultural Kirchner, donde anunciará todo un cambio de era. El evento será para anunciar que será renombrado como Palacio Libertad/Centro Cultural Sarmiento.
En ese sentido, este medio pudo saber que los trabajadores del lugar se están encargando de sacar todo lo que queda de la vieja señalética del CCK y remplazándola por la nueva.
El roadshow de Karina
Mientras este conflicto avanza, Karina Milei se focaliza en la campaña que arrancó el sábado pasado en Parque Lezama. Tiene con su equipo un almanaque de fechas libres que se irán llenando con distintos destinos del país en donde ella, junto con Martín Menem, se subirán sistemáticamente al escenario. En Lezama, el sábado, cuando terminó el acto, se quedó media hora sacándose selfies con quien se las pedía. De a poco, construye un protagonismo que no buscó pero que necesita. ¿Será candidata? “Eso no se pregunta. Se la escucha cuando lo decida”, responde una integrante de su círculo más íntimo.
Karina administra meticulosamente los detalles del vínculo con el PRO en Capital, que el año que viene será la madre de todas las batallas entre el PRO y la Libertad Avanza. En el vuelo del otro fin de semana a Estados Unidos para el discurso en la ONU, la hermana del Presidente llamó en altavoz junto a Patricia Bullrich, a su principal referente política en Ciudad, su amiga, Pilar Ramírez.
“Me explicás bien lo de la CUR?”, le dijo en referencia a la bomba que casi explota por denuncias de bullrichistas y libertarios porteños contra el código urbano de Jorge Macri. La semana que viene podría haber chicanas incluso más fuertes todavía de los libertarios contra el macrismo. Todas picardías que se hacen con permiso de Karina.
La carpeta Libertad
Un apartado rápido merece el dato que publicó Carlos Pagni sobre el discurso de Milei en la ONU repitiendo casi textual un speech del presidente de ficción de West Wing, la serie favorita de Caputo. Al Presidente y a su asesor les gusta jugar a las frases célebres. “Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban”, se reían entre ellos esta semana. Es la famosa frase de Picasso que usó Steve Jobs una vez y ahora dicen ellos para reaccionar a la publicación de la copia a la serie.
No es la primera vez que lo hacen. Caputo guarda una carpeta en su drive desde los 15 años que se llama Libertad y acumula textos que le gustan sobre la ideología de su vida.
El cierre de “La Casa de Papel”
Envueltos en la atención nacional sobre el conflicto universitario, el Gobierno anunció el cierre de una empresa subsidiaria de Trenes Argentinos; el fin del Museo del Traje y, con algunas imprecisiones, una decisión mucho más controversial todavía: el desmantelamiento de Ciccone y la reestructuración de la Casa de Moneda, la sociedad del Estado que se dedica a imprimir billetes, pasaportes, chapas patente y estampilla fiscales, todos documentos de altísima sensibilidad en sus normas de seguridad. La compañía adjuntó Ciccone a su planta después su estatización tras el escándalo de Boudou.
No hay en el mundo ningún otro país con más de 40 millones de habitantes que no tenga su imprenta estatal de impresión de dinero. Hay sistemas distintos, algunas dependen de sus bancos centrales, otras de sus ministerios de Economía. Pero ¿qué país de nuestra magnitud perdería el control sobre la seguridad de bienes tan sensibles como su moneda y su documentación? Ninguna otra fábrica nacional tiene tecnología para imprimir moneda en papel. Tampoco chapas patente. Manuel Adorni dijo que importarán o comprarán a locales. ¿A quién? Intriga. No existe ese proveedor. Sólo queda la importación.
El presidente de la Casa de la Moneda se llama Daniel Méndez, un exgerente de Phillip Morris que llegó ahí designado por el ministro de Economía. El martes a la noche, cuando Adorni subió un tuit anunciando el cierre de la compañía que él lidera casi se indigesta. Había un plan pero no tan rápido. Desmantelar esta compañía es como desactivar una bomba: es imposible acelerarlo. El Gobierno lo sabe pero se le precipitó el dato. Lo filtraron y aceleraron. En principio tienen una deuda de más de 200 millones de dólares con los proveedores producto del Gobierno de Alberto y Cristina.
Se produjo ahí un colapso: pasaron de fabricar 1800 millones de billetes por año a 4500 millones. Se necesitó más tinta, más papel, más máquinas, más horas de trabajo. Tuvieron que encargar al exterior. Quedaron en deuda con los proveedores por la imposibilidad de girar divisas. La parábola de la industria nacional en el último tiempo.
Para dar una idea en este mismo momento de la sensibilidad de esta compañía, en su valuadísimo predio de Retiro (ocupa tres manzanas frente al estratégico puerto de amarre de los cruceros de lujo) hay un edificio histórico donde funciona la empresa. En su subsuelo, el BCRA tiene su tesoro con billetes de libre circulación. O sea, plata que vale.
Estos “tesoros” están distribuidos en las dos plantas, Retiro y Ciccone, y tienen enorme actualidad: el blanqueo vigente hace que los bancos estén cada vez con menos espacio para contener sus billetes, problema que trasladan al Central que tampoco tiene lugar y por eso mantiene desde hace tiempo su plata física guardada en los predios de la Casa de Moneda.
¿Qué pasa si una medida gremial por el cierre toma la planta? No es una fantasía. Pasó hace un año por un reclamo salarial de ATE y casi tiene que intervenir la Gendarmería.
La Casa de Moneda junto con Ciccone son las únicas aptas para producir billetes. Sólo Ciccone tiene las máquina para hacer patentes de auto y moto. ¿Quién se quedará con todo eso?
La geopolítica de los billetes
Hasta el decreto 70 de Javier Milei y la aprobación de la ley Bases, la Casa de Moneda tenía el monopolio de la provisión de billetes al Banco Central. Desde entonces, el BCRA puede elegir a quién comprar y así lo hizo.
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Aprovechó la geopolítica y licitó la adquisición de billetes en un mundo donde Estados Unidos y China se pelean hasta por este insumo. En ese contexto, la Casa de Moneda dejó de competir. Una preocupación para su presidente que por el estatuto de la empresa está obligado a presentarse pero ni lo hizo ni lo hace. Para dar una idea de la competencia internacional, la americana Crane le ganó a China ofreciendo 57 dólares por millar en cada renglón contra 58 U$S que ofreció la imprenta asiática. A la siguiente licitación, China ofreció 49. Y ganó. Por supuesto, son dos empresas estatales.
Si se concreta el anuncio de cierre, ni los billetes ni los documentos podrán imprimirse más en el país. Dependerán de las importaciones. La Casa de la Moneda tiene 149 años.