El comando de control de los domos instalados en el perímetro y en algunos puntos del predio graban 24 horas, los siete días de la semana, los 360 grados de lo que sucede en la Quinta de Olivos. Es un registro de la intimidad al que acceden poquísimas personas de la Casa Militar que operan esas cámaras desde una sala dentro de la residencia presidencial. El fiscal Ramiro González acaba de enviarle un escrito a Karina Milei, Secretaria General de la Presidencia solicitando todos los videos del período en que Fabiola Yañez denuncia haber sido atacada por Alberto Fernández. Seguramente la Justicia hizo este pedido sin saber que la respuesta es nada. No enviarán absolutamente nada. Porque no queda nada.
El sistema de monitoreo que cuida el predio tiene 30 años y se compró por una licitación del gobierno de Carlos Menem. Desde entonces, los mandatarios habitan el chalet oficial con una infraestructura antigua y vetusta por muchas razones. Una de ellas es la capacidad de almacenamiento. Los videos de los movimientos de la Quinta se borran automáticamente cada 30 días porque no hay posibilidad de guardarlos más tiempo. De lo que pasó, no quedan rastros. No hay algo que buscar. Si hubiese, también sería difícil encontrarlos. En la gestión de Fernández, el intendente de la residencia era Daniel Rodríguez, su exchofer, quien dio una orden especial a los funcionarios de Seguridad: “Pongan los domos que toman el chalet a 180 grados. Que solo apunten hacia el perímetro”.
¿Qué significa esto? Son cámaras distribuidas en puntos estratégicos que captan todo a su alrededor simultáneamente y garantizan que con un zoom (no tan eficaz porque la tecnología es preshistórica) pueden alcanzar todos los ingresos a la residencia o la casa de huéspedes. Si llevan a testificar a integrantes de la custodia de Olivos, seguramente reconocerán que Rodriguez pidió que enceguezcan el campo de visión que apunta hacia la zona en la que vivían Alberto Fernández y la primera dama. Hay anécdotas que revelan que más de una vez, algún operador del sistema lo desobedeció. No hay manera de garantizar la logística sin esos videos.
Quién le paga al chofer de Alberto Fernández
Rodríguez, se sabe, es un hombre de la intimidad del expresidente desde que era su custodio cuando ocupaba el cargo de jefe de Gabinete de Néstor Kirchner. Funcionó después como chofer, cadete y hacedor de los mandados de la secretaria María Cantero. Es uno de los testigos citados en la causa por violencia de género. Los chats de Cantero con Fabiola lo mencionan varias veces. Pero además, la Justicia lo tiene señalado en la causa de posible corrupción en la contratación de seguros y uno de los celulares que están peritando es el suyo. Grandes secretos podrían esconderse ahí.
Hay información que indica que durante el período en que no asistía a Alberto en los cargos públicos, Rodríguez cobraba su sueldo de Héctor “Hecky” Martínez Sosa, marido de Cantero, el intermediario de los seguros, el hombre clave en la investigación del juez Julián Ercolini y el fiscal Carlos Rivolo. Modismos del expresidente: nunca hizo una fortuna personal pero fue aceitando un sistema de facilitadores como Albistur con el departamento o el sueldo de Rodríguez financiado por broker marido de su secretaria.
Pacchi, su novio y las cámaras de seguridad
La antigüedad del sistema de video de Olivos fue motivo de preocupación desde la llegada de los Kirchner al poder, siguió en la gestión de Macri y está entre las prioridades del gobierno actual. Hay una circularidad curiosa con este asunto. Entre los citados como testigos por la denuncia de Fabiola también está Sofía Pacchi, quien era su asistente personal, amiga más íntima y comensal en la fiesta de cumpleaños que quebró para siempre a la gestión de Alberto y Cristina. En esos días de 2020, Pacchi estaba en pareja con un visitante asiduo de la residencia: el taiwanes Chien Chia Hong, dueño de Apache Solutions, una firma especializada en informática y sistemas de seguridad. Los registros de ingresos muestran que el 2 de abril de 2021 estuvo en la residencia hasta la madrugada. Era la noche en que cumplía años Alberto Fernández. Era la pandemia.
En uno de sus ingresos a Olivos, Hong relevó personalmente junto a personal oficial toda la estructura de monitoreo de las 27 hectáreas. O sea conoce como nadie el secreto más sensible del cuidado presidencial, información que sólo pueden manejar un grupo muy reducido de personas. Habían dado la orden desde la Rosada de dejarlo pasar para inspeccionar porque él competiría en una licitación -que debe ser secreta- para detectar qué equipos eran necesarios y dónde había que ubicarlos. Como mínimo, muy raro. El empresario que debía competir, ya estaba identificando desde adentro dónde y qué instalar. Quedó en una intención. El cumpleaños de Olivos terminó con todo ese proyecto.
Hay una anécdota insólita que recuerdan quienes transitan de modo casi permanente la residencia oficial. Cuando Néstor Kirchner asumió la Presidencia y Cristina era senadora, un hombre se trepó por los muros del perímetro y entró a los jardines de Olivos. Fue un alerta máxima de seguridad nunca resuelto poblado de paranoias. En esos días, mientras paseaba con Miguel Bonasso por los senderos de la Quinta, CFK se metió por sorpresa en el centro de control para ver desde adentro con qué cámaras los custodiaban. “Pero estas son viejísimas”, dijo. “En Santa Cruz ya tenemos las termográficas”. Es una anécdota que ya tiene 21 años pero al día de hoy, jamás se reemplazó por tecnología más nueva.
Todo eso atraso impedirá ahora que pueda accederse a los videos que aportarían información sobre el trato del expresidente a la primera dama. La Secretaría General de la Presidencia así lo informará a la Justicia. Puertas adentro, se sinceraban ayer un poco más: “Mejor que no estén. Si había que mandarlos, sentaban un mal precedente”. A nadie le hace gracia la potencialidad de que se vean imágenes de la intimidad.
La defensa de Alberto Fernández
La foto de WhatsApp de Alberto Fernández ya no lo muestra seguro y acomodado en un sillón al lado de su perro Dylan. Después de que la Justicia secuestrara el viernes pasado su celular, perdió el número de teléfono por el que canalizó sus comunicaciones en los últimos 25 años y desde un nuevo teléfono, escribió a lo largo de esta semana sólo a sus contactos de más confianza: “Hola, soy Alberto. Este es mi número. Agendalo”. Le pasó que varios no le contestaron. Los que sí le respondieron, descubrieron que reemplazó su antigua foto de perfil por otra: se lo ve con su hijo de dos años en brazos saludando al papa Francisco dentro del Vaticano. Es de enero de este año, ya fuera del poder, cuando viajó desde Madrid a Roma llamativamente sin Fabiola. Dijo que ella tenía apendicitis. ¿Señales de lo que vendría?
El expresidente de la Nación mantiene cerradas las cortinas del departamento en el que vive para que no lo tomen los drones que vuelan el piso 12. La mayoría de sus conversaciones son por teléfono por teléfono. Nadie quiere atravesar la guardia periodística de la puerta. La abogada que ahora lo representa es una gestión de Enrique Albistur, el dueño de su departamento, que no lo visita pero sigue asistiéndolo a la distancia. “¿Sabés si Eduardo tiene algún problema con su celular?”, preguntó AF en estos días. Se refería al diputado Eduardo Valdés, un peronista de su entorno más íntimo que primero lo defendió y ahora lo ignora. Eso le pasa con muchos incondicionales. El lunes previo a la denuncia formal de Fabiola, cuando todavía no se habían publicados las fotos ni los chats, Vilma Ibarra, Julio Vitobello y Juan Manuel Olmos fueron a verlo alertados por su ánimo. Todavía le creían. ¿Creen ahora? Él sigue mostrándose igual de abatido, obsesionado con supuestos linchamientos mediáticos, dando argumentos sobre cada acusación. De hecho esta semana le habló a un amigo sobre “Calabaza”, el perro de raza pomeranie que Fabiola había adoptado en 2016 y que asegura haber tenido que sacar de su vida por orden de él. “¿Cómo voy a echar al perro yo?” insistía Alberto esta semana. “Dylan se lo quería comer y el perro se nos metía abajo de la cama, hacía pis y lloraba”. Ya se sabe que Fabiola lo mandó a la casa de su madre y cuando entraron a la Quinta, le pidió traerlo de vuelta: “es perro de puta”, dice ella que dijo él. Anécdotas morbosas de un conflicto mucho más grave.
Qué dirán los testigos
Hay que prestar atención a los testigos que irán a declarar. ¿Qué versión sostendrá Pacchi?, la examiga de Fabiola que siguió en comunicación con Alberto hasta hace pocos meses. Hay quienes dicen que existen vasos comunicantes que buscan que su declaración beneficie al ex Presidente. La ex asistente de la Primera Dama nunca se recuperó de la difusión del cumpleaños en Olivos. “Se sintió muy abandonada”, dijo en TN su abogado Fernando Burlando.
En la caja de seguridad de la Fiscalía Federal nro 7, precintado y con protocolos de Seguridad, está el antiguo celular de Alberto. Hay exfuncionarios, integrantes de su intimidad en el poder, que pasaron noches largas chequeando una a una todas las conversaciones que mantuvieron con el ex mandatario a lo largo de los años. Hubo quien contó siete horas de desvelo rastrillando metódicamente. Ya nadie está para más sorpresas. Pero todos saben lo que viene. Ese equipo no será peritado por ahora en este expediente pero ya fue solicitado por el fiscal Carlos Rivolo para que se abra en la causa por corrupción en los seguros. Sería una auténtica caja de pandora. A su alrededor no le perdonan que haya entregado tan rápidamente la clave para abrirlo. “No tengo nada que ocultar”, se justificó. “No para de mentir”, dicen.
Hasta ahora sus únicos argumentos de defensa lo pusieron en un problema. En la entrevista con El País de España, le re preguntaron cuatro veces si recordaba los chats donde ella le decía que le pegaba. “No lo sé, porque de mi celular desaparecieron todos los chats del 2022 y del 2023 con Fabiola” o “No lo sé, pero no los tengo”, respondía cuando se lo cuestionaban sobre cómo pudieron desaparecer sólo esos wapp. “Los chats con Fabiola desaparecieron. No tengo manera de corroborar cómo es toda esa conversación”. Manu Jove reveló ayer en Verdad/Consecuencia que justamente en los días previos a la entrevista se contactó con un especialista para pedirle instrucción sobre borrado seguro de conversaciones por chat. Sin remate.