“Imploramos a todos los gobernantes que no hagan oídos sordos a este grito de la humanidad. Que hagan todo lo que esté en su mano para salvar la paz. Así evitarán al mundo los horrores de una guerra cuyas terribles consecuencias no se pueden prever”, clamaba el Papa Juan XXIII delante de los micrófonos de Radio Vaticana. Era el 25 de octubre de 1962 y una guerra atómica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética parecía inminente debido a la llamada “crisis de los misiles”.
En lo que fue la peor crisis de la Guerra Fría, la URSS había comenzado a instalar rampas de lanzamiento en Cuba, a 150 km de las costas norteamericanas. Enterado, el presidente John Kennedy dirigió el 22 de octubre un mensaje a la nación en el que, tras mostrar fotos de las bases cubanas tomadas por un avión militar, repudió la iniciativa bélica, anunció un bloqueo a Cuba y advirtió que su país iba a responder a un ataque con misiles, aunque no fuese a su territorio.
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Hay quienes afirman que el mensaje de Kennedy fue escuchado por académicos y periodistas pacifistas norteamericanos y soviéticos que estaban reunidos en un encuentro en Massachussets. Entre ellos estaba como observador el padre Félix Morlion, rector de la universidad romana Pro Teo, quien propuso que interviniera Juan XXIII y llevó su idea al Vaticano. Ese, aseguran, fue el comienzo de una discreta gestión de buenos oficios del llamado “Papa bueno”.
La intervención pacífica del Papa Juan XXIII en la guerra fría
Algo es seguro: movido por su preocupación por la preservación de la paz, Juan XXIII había iniciado un año antes una relación epistolar con Kennedy y el secretario general del Partido Comunista de la URSS, Nikita Khrushchev. En 1961, a los pocos días de la construcción del muro de Berlín, había hecho un llamado a la paz y el desarme fue elogiado por Khrushchev. A su vez, Kennedy le escribió ese año para felicitarlo por haber convocado al Concilio Vaticano II.
En aquel entonces, el Vaticano no tenía relaciones diplomáticas ni con los Estados Unidos, ni con la URSS, lo que colocaba a ambos países en un plano de igualdad respecto del vínculo con la Santa Sede que facilitaba una gestión papal. Kennedy -el primer presidente norteamericano católico- veía con buenos ojos una medición del Papa. En tanto, Khrushchev le transmitió al Vaticano su disposición a desarmar las rampas si EE.UU. levantaba el bloqueo naval a Cuba.
La manifestación pública de esas gestiones fue, precisamente, el mensaje radial de Juan XXIII cuyo texto le fue anticipado a los embajadores de Estados Unidos y la Unión Soviética en Italia. Al día siguiente, 26 de octubre, Khrushchev le envió una carta a Kennedy en la que le pedía que no invadiera Cuba, mientras que este le aseguró que, si desarmaba las rampas de misiles, levantaría el bloqueo a Cuba. El 28 el líder soviético aceptó la propuesta.
A los pocos días, Khrushchev afirmó que “la intervención del Papa fue un auténtico rayo de sol”. Y en Navidad le envió una carta de felicitación en la que manifestaba su deseo de que Juan XXIII “pueda seguir esforzándose en favor de la paz”. También le llegarían gestos de gratitud de Kennedy. El momento dramático que se vivió convenció al Papa de concretar la redacción de la encíclica Pacem in Terris, una exhortación a la paz mundial.
La palabra del Papa Francisco
“¿Por qué no aprender de la historia?”, señaló días pasados el Papa Francisco al evocar aquel episodio y la gestión de Juan XXIII. “También en aquella época había conflictos y grandes tensiones, pero se eligió la vía pacífica”, señaló. El pontífice se estaba refiriendo al agravamiento de la guerra en Ucrania que lo llevó a formular una inquietante pregunta: “¿Y qué decir del hecho de que la humanidad se enfrenta una vez más a la amenaza atómica?”
Francisco también interrogaba: “¿Cuánta sangre debe correr aún para que entendamos que la guerra nunca es una solución, sino sólo destrucción?”, insistía en que “aumenta el riesgo de una escalada nuclear, hasta el punto que hacen temer consecuencias incontrolables y catastróficas a nivel mundial”, le pedía al presidente de Rusia que “detenga esta espiral de violencia y muerte”, y al de Ucrania que “esté abierto a serias propuestas de paz”.
El Papa argentino hacía el llamado en medio de la contraofensiva ucraniana que le permitió recuperar varias poblaciones y la voladura de un puente que conecta con Crimea, anexada por Rusia en 2014, y la réplica de Vladimir Putin con misiles sobre Kiev. Escalada que llevó a los expertos internacionales a considerar que, si bien el uso de armamento nuclear por parte de Moscú no es algo inminente, ciertamente acercó su empleo.
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Pero, a diferencia de la “crisis de los misiles”, Putin rechaza la vía del diálogo desde el inicio de la invasión a Ucrania y no quiere saber nada de una mediación papal. Para colmo, el poderoso jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa -que recuperó el peso que no tenía durante el imperio soviético-, el patriarca Kirill, apoya la ofensiva rusa y recela de la Iglesia católica, siguiendo una actitud histórica de la ortodoxia rusa.
No obstante, Francisco sigue estando dispuesto a una gestión. Mientras tanto, con la información privilegiada que tiene siempre el Vaticano y su fino olfato político, no se cansa de advertir sobre el riesgo de una guerra nuclear que, aunque fuese con las llamadas armas tácticas, que son de menor destrucción, igual sería un tragedia descomunal con derivaciones imprevisibles.