Cuando llegó desde su Entre Ríos natal, junto a su madre, a quien adoraba, Norberto Oyarbide vivió en un departamento ubicado en Yapeyú 13, esquina avenida Rivadavia, Capital Federal. Barrio de Almagro. Era una vivienda de una familia amiga que les prestó, a los dos, la misma habitación para que vivieran juntos. Su único hermano había muerto de chico. De su padre nunca jamás habló con sus amigos y colegas.
Hizo carrera en el fuero Correccional del Poder Judicial. En esos tiempos, mediados de los ‘80, ya era un señor con modales atildados, vestido de modo impecable. A pesar de un sueldo magro, se notaba su vocación aspiracional con la moda de vanguardia, contaron fuentes judiciales que lo trataban desde entonces. Ascendió. Y ascendió. Fue durante 21 años juez federal. Estuvo a cargo del Juzgado Criminal y Correcional Federal N 5. Su puesto anterior fue como titular de la fiscalía federal N 5. Y a la vez también de la fiscalía electoral N 1. Cobraba entonces dos sueldos.
Oyarbide murió este miércoles a los 70 años, tras una larga y compleja internación por Covid-19 en el Instituto del Diagnóstico.
Era el magistrado tal vez más emblemático de los magistrados, que no ocultaba sus vínculos con el poder político. Durante varias gestiones presidenciales, de varios partidos, pero sobre todo cercano al peronismo, se jactaba en privado de haber impulsado mil favores en causas de corrupción contra el poder.
Hoy, su departamento estaba ubicado en Rodríguez Peña y Posadas, Capital Federal. Barrio de La Recoleta, el que suelen habitar las familias más acaudalas de la Argentina.
Durante el menemismo y en el kircnerismo, se transformó en el más polémico de los jueces de Comodoro Py, lo cual ya es mucho decir, siempre generalizando. Jueces probos y honestos son la mayoría.
Oyarbide era un excéntrico. Un rasgo de su personalidad que lo exacerbó como gran símbolo de la Justicia que hace favores a cambio de favores. Era un hombre de una fortuna importante que intentaba justificar argumentando que había recibido una herencia de sus parientes. No solo vivía en La Recoleta. Además ya tenía cómo pagarse trajes a medidas, que usaba con moños, o fracs, zapatos impecables.
Uno de sus más antiguos colegas de Py contó a TN.com.ar que hizo frenar de golpe a un auto que lo llevaba por París, ciudad a la que había viajado por cuestiones laborales, porque se excitó con un elementó que detectó expuesto en una vidriera. Era una galera. Que compró.
Su carrera totalmente cuestionada, terminó de modo abrupto en el 2016. Oyarbide murió inocente de cualquier condena judicial. Pero padeció la condena pública.
Aun así, sus últimos años, ya no como magistrado, se liberó hacia gustos que durante años resguardó para su vida privada. Su personalidad viró de modo asombroso. De atildado juez a hombre expuesto en una diversión dislocada. Frecuentaba a celebridades del jet set. Estudios de televisión y radio.
En sus años de magistrado, almorzaba todos los días en El Mirasol, o en cualquier otro de los restaurantes de La Recova, rodeado de adinerados, famosos y políticos. Tomaba champagne durante horas.
Durante todos los días de la semana, se relajaba en las piscinas del ya extinto sauna “Baños Colmegna”, ubicado a pocas cuadras de la Plaza de Mayo. También en ese otro sitio de placer acuático conoció a gente poderosa.
Los repudios callejeros lo persiguieron durante la última década. Por eso debió abandonar sus costumbres inamovibles hábitos gastronómicos. Un mediodía, siempre en La Recova, los comensales lo sorprendieron haciendo ruidos de repudio con los cubiertos, vasos y platos. Se retiró.
Su apogeo como juez del poder se fue apagando a medida que su personalidad se transfiguró a la de un señor de hablar con palabras que solían aparentar cultura y elegancia, y también a una estética, un discurso, que lo hacían parecer una especie de personaje de una tira de historieta: vestía trajes llamativos, o fracs, con galera, se dejaba ver en cámara con copas de champagne en la mano, se filtraron videos en los que se lo veía como coprotagonista de un show de cuarteto de La Mona Giménez, con evidentes dificultades para hilar el canto, o tocar el piano.
Otro de sus “hits” en esta nueva etapa de su vida fue cuando se conoció otro video -otro más en su vida-, en el que resaltaba como líder de baile de un grupo de muchachos que integraban la cúpula del sindicato de taxistas. Bailaban una coreografía bizarra. Oyarbide ponía garra y esmero para coordinar sus movimientos con los siempre toscos gremialistas.
Sin embargo, Oyarbide nunca logró recomponer su figura pública tras años entre escándalos políticos y judiciales graves.
Al contrario de los personajes de la narrativa de los dibujos animados, de los comics, o de las películas de superhéroes, nunca se sobrepuso a su pasado y a las acusaciones que jamás defendió en sus juicios políticos ante el Consejo de la Magistratura. Nunca pudo ser, para su paz, un estereotipo que representara para el público, con matices, al bien o al mal.
Salvo para sus amistades de mayor confianza, Oyarbide no pudo dejar de ser un villano.
Ni los bailes simpáticos, ni su champagne, ni sus fracs, ni sus apariciones en programas dedicados a los chimentos, generaron en gran parte de la sociedad informada una nueva etapa en la que cayera en el olvido. O en el perdón por divertimento.
En el 2012, fue con su pareja a ver una exhibición de tenis en el partido de Tigre entre el suizo Roger Federer y el argentino Juan Martín del Potro. El estadio entero lo insultó. Le cantaron en contra. Aguantó un set. Se escapó en medio de más insultos y hasta entre lanzamientos de objetos no tan contundentes.
Sus pasiones de los últimos años, como se dijo, fueron el baile televisado, expresarse en shows de medios audivisuales, comentar en programar de chimentos.
En febrero de 2020, había empezado a colaborar en Radio 10, propiedad del empresario K Cristóbal López. Fue columnista del programa conducido por Coco Silly llamado “Fuerte al medio”. El día de su debut llegó vestido de smoking y moño negro, con gorra de beisbol de cuero y del mismo color.
Dijo al aire: “Nunca dudé, pero no volvería a ser juez”. Esa aparición estelar se transmitió en vivo por el canal de cable C5N, también de propiedad de Cristóbal.
Para resumir al Oyarbide excéntrico, quizás sirva como ejemplo final reproducir un diálogo que mantuvo en el programa “Degeneradas”, conducido por Victoria Onetto y Georgina Barbarrosa. Se lo ve con smoking, impecable, con una copa de champagne en la mano izquierda.
Onetto lo interrogó por el baile con los taxistas. El ex juez reveló que llegó a bailar con esos muchachos del sindicato de taxistas, que tras la aparición de los celulares se había ido “al diablo la vida privada de nosotros” (los videos marcaron su vida).
Oyarbide continuó su relato: “Mis amigos pensaban que al estar jubilado yo estaba leyendo el diario con pantuflas. Entonces quisieron que compartamos un asado. Al final del cafecito alguien puso el tema ‘La flor más bella’ (de Memphis la Blusera), y veía a algunas de personas que estaban bailando y los veía que no lograban…”.
En ese momento, el exjuez, con el mismo tema de su baile viralizado, soltando de modo tardío la copa de champagne, se paró en medio del set de televisión, pidió estar delante de Onetto y Barbarrosa, y dio un discurso emotivo: “Quiero transmitirle a la gente que esto es lo que siento en mi alma. Lo más importante es que para amar a una persona, para casarte con ella, para tener un hijo, para cantar, para bailar, para ser concertista, tenés que sentir dentro tuyo realmente lo que estás haciendo. Si te da vergüenza tenés que quedarte a un costado tomando una cerveza…”, soltó algo emocionado.
Y al final pidió que “venga la música”, y bailó feliz, moviéndose de un lado al otro, sonriendo, en el centro de la atención, agachándose, levantándose, con ritmo, entre risas de los presentes, y culminó dando varios giros sobre sí mismo.
Esa entrevista había empezado con un brindis.
Él pidió chocar las copas “especialmente por estar en este momento, por estar vivos, comunicándonos, que es toda una experiencia, siempre es maravilloso el contacto con las personas”.
El título del graph de la pantalla decía, con letras grandes y mayúsculas: “La coreo de Oyarbide”.
Reía, el ex juez, como no podía hacerlo con otras voces, en otros ámbitos.