Generalmente la diplomacia y la pirotecnia política van por carriles separados. Mejor dicho, las formas y los protocolos de acción son diferentes. Salvo que un canciller, el responsable del manejo de las relaciones exteriores de un país, no sea un funcionario de carrera y sí un dirigente político clásico. Esto último aplica para Felipe Solá, ingeniero agrónomo de profesión con una larga y variada trayectoria en la función pública y en la militancia política. Su desempeño como ministro de Relaciones Exteriores y Culto en el actual gobierno del Frente de Todos lo ha marcado con varias declaraciones y decisiones erráticas. Felipe, el canciller poco diplomático, alguna vez declaró con honestidad brutal: “Para mantenerse a flote en política a veces hay que hacerse el boludo”.
Cuando el presidente electo, Alberto Fernández, definía a finales de 2019 la conformación de su Gabinete en el tira y afloje con la principal socia y líder del Frente de Todos, Cristina Kirchner, su amigo Felipe era una fija con un rol importante. El periodista Nelson Castro le preguntó en una entrevista radical si iba a ser designado canciller y Solá respondió: “No está anunciado todavía. Me estoy acostumbrando a la idea de a poco. Es un desafío fuerte si así ocurre. A esta altura me preocupa más el país que el lugar donde me toque estar”. Y fue así nomás, el 5 de diciembre quedó designado como ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina.
Su primer paso en falso importante, que le causó reproches internos, fue cuando Alberto Fernández se comunicó por primera vez, en noviembre de 2020, con el presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden. Arrancó mal Felipe porque fue a la Quinta de Olivos y Alberto estaba en la Casa Rosada. Llegó tarde y la charla había terminado. Le hicieron un punteo de los temas tratados y Solá, luego, dio una entrevista radial. Ahí “inventó” una supuesta queja de Argentina por la actitud del representante norteamericano en el FMI, Marc Rosen, en la negociación por la deuda.
Poco después, la vicepresidenta Cristina Kirchner había enviado su primera carta por el décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner y criticó con dureza a los “funcionarios que no funcionan”. Entre los apuntados estaba Solá. Felipe recogió el guante con ironía y declaró en un reportaje: “No me vendría mal otro laburo, pero no tengo tiempo para otro. Ningún ministro creo que tenga tiempo”.
Los zigzagueos de la política exterior argentina fueron notorios en temas trascendentes: violaciones a los derechos humanos y falta de libertades en Venezuela y Nicaragua, o la escalada del conflicto palestino-israelí en Medio Oriente. En foros internacionales nuestra diplomacia votó contracorriente o acompañando en minoría a esos regímenes autoritarios cuestionados.
Las contradicciones quedaron al desnudo. Un día se iba hacia un lado, luego hacia el opuesto. Por ejemplo, al principio de la gestión de Alberto Fernández se dijo que el presidente Nicolás Maduro había llevado a Venezuela a un callejón autoritario. En octubre de 2020 Solá defendió la postura argentina de votar en Naciones Unidas a favor del informe sobre Venezuela elaborado por la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU), Michelle Bachelet, al considerar que “Argentina no debe abstenerse en materia de derechos humanos”. El crujido sonó en Caracas y repercutió en el Instituto Patria. La corrección fue notoria y quedó sellada con varios gestos.
El Gobierno formalizó su salida del denominado Grupo de Lima al considerar que “no han conducido a nada” las acciones que impulsó ese bloque en el plano internacional “buscando aislar al Gobierno de Venezuela y a sus representantes”. La incorporación había sido definida por la gestión de Mauricio Macri, en el marco de una política exterior de confrontación contra el gobierno de Nicolás Maduro. El remate llegó en mayo de este año cuando el presidente Alberto Fernández dijo que “el problema de los derechos humanos en Venezuela fue desapareciendo”.
// Venezuela, nosotros y una decisión incomprensible
La oposición de Juntos por el Cambio bramó cuando la Argentina retiró la acusación ante la Corte Penal Internacional de La Haya por presuntos crímenes de lesa humanidad cometidos por los funcionarios chavistas. Se pidió que el canciller Solá fuera al Congreso a dar explicaciones. No hubo suerte.
Derechos Humanos, depende dónde miramos
El tema de los derechos humanos no solo es fronteras afuera, también adentro. Michelle Bachelet mencionó a la Argentina hace poco, al leer un informe en la 47° sesión del Consejo de la ONU, por “las graves preocupaciones en la provincia de Formosa”, evidenciadas durante la crisis sanitaria del coronavirus y los centros de aislamiento que impuso el gobernador Gildo Insfrán.
Solá hizo su propia interpretación de esto: “Hoy en Ginebra, Bachelet destacó la respuesta positiva de Argentina a la acción de su equipo en Formosa. Estamos satisfechos con su informe pese al uso falaz del mismo que quiere hacer la oposición, que oculta el elogio al trabajo en común con la ONU”. Curiosa lectura, por cierto. El informe citó detenciones arbitrarias, agresiones, confinamiento compulsivos, violencia policial, entre otros abusos de poder.
El mundo se estremeció en mayo pasado cuando recrudeció el conflicto palestino-israelí, con lluvia de misiles y ataques de uno y otro lado. El Ministerio de Relaciones Exteriores argentino emitió un comunicado donde criticó a Israel por “uso desproporcionado de la fuerza”, sin mencionar al grupo terrorista Hamas. Con esta toma de posición, Argentina se colocó dentro de la lista de países alineados contra Israel: Venezuela, Cuba, México, Nicaragua, Guatemala y Honduras.
La embajadora de Israel en Argentina, Galit Ronen, consideró que Felipe Solá tuvo expresiones “casi antisemitas” al referirse a las declaraciones que pronunció el ministro argentino en torno al conflicto. En la reciente gira europea, acompañando al presidente Alberto Fernández, Solá tuvo otra declaración curiosa: “Gaza se parece a La Matanza, y los judíos son más inteligentes y tienen más armamentos que los palestinos. Por eso nosotros creemos que los ataques de Israel a Gaza son desproporcionados”.
El último posicionamiento de la Argentina en los organismos internacionales fue con la delicada crisis en Nicaragua. La representación nacional se abstuvo en una votación en la OEA de una resolución que condenó el arresto de los presos políticos nicaragüenses y llamó al gobierno de Daniel Ortega a liberarlos. Luego de que la decisión fuera calificada como “decepcionante” por el Departamento de Estado, la Casa Rosada convocó al embajador en Managua, Daniel Capitanich, pero más tarde no firmó una declaración de la ONU en Ginebra sobre el tema.
En declaraciones al diario Clarín, Solá explicó esta posición argentina: “Cuando se plantea el análisis de un país en derechos humanos, nosotros siempre votamos individualmente. No votamos con otros. Si plantean algo de Camboya, vamos a dar nuestra opinión sobre Camboya. No votamos con otros. No admitimos juzgar en patota, juzgamos solos”.
El canciller Solá estuvo esta semana en los Estados Unidos para participar de una nueva reunión en el Comité de Descolonización de la ONU. Una buena para Felipe: el organismo llamó a la Argentina y a Gran Bretaña a negociar. Pero ante el habitual silencio inglés, el ministro de Relaciones Exteriores no pudo con su genio y disparó: “Londres ha convertido a las islas Malvinas en el portaviones más grande del mundo”. Diplomacia y política, dos asignaturas que Solá trata de domar con estilo propio.