“Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice: —Hay un fusilado que vive. No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro. La larga noche del 9 de junio vuelve sobre mí, por segunda vez me saca de «las suaves, tranquilas estaciones». Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte, y el otro que se salvó con él disparando por el campo entre 13 las balas, y los que se salvaron sin que él supiera, y los que no se salvaron”.
Esas 384 palabras del escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh en el prólogo de Operación Masacre - publicado en 1957- condensan un hito cruento de la historia argentina y una obra magistral del Nuevo periodismo, una narración novelada en base a hechos reales -non fiction novel-, mucho antes de que el género explotara una década después con Truman Capote, Norman Mailer y Tom Wolfe.
Operación Masacre va atando cabos -en base a la investigación periodística- sobre un hecho histórico. Los fusilamientos en José León Suárez el 9 de junio de 1956, en plena dictadura de la Revolución Libertadora. Une piezas y echa luz. “Hay un fusilado que vive”, escucha Walsh en una noche de verano en La Plata. Con su interlocutor hablaba de la ejecución de civiles en la misma noche que el general Juan José Valle había encabezado un levantamiento junto con el general del Ejército Raúl Tanco para reponer a Juan Domingo Perón en la Presidencia de la Nación. La respuesta de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu a ese intento fue el fusilamiento de 18 militares y 13 civiles.
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Esa noche Livraga, uno de los siete sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez, estaba con un grupo de amigos en una casa de Hipólito Yrigoyen 4519, Florida, hasta que la Policía entró de prepo. De ahí, el horror con destino a los basurales de José León Suárez y el paredón. Él, entre otros, se salvó. Cincuenta años después de esa noche, en 2006, por primera vez dio una entrevista a la televisión para Telenoche. “Soy el fusilado que vive. Me llamo Juan Carlos Livraga. Y hoy por primera vez voy a contar lo que sucedió en la masacre de José León Suárez”.
Hablaba desde Estados Unidos, donde debió escapar por las amenazas que recibía. Antes ya le había contado su historia a Walsh. Durante un mes se tomaban el tren a La Plata para darle los detalles. Del fusilamiento escapó herido, se desmayó frente a una garita, los policías lo llevaron a un hospital y recién salió en libertad el 16 de agosto.
De los 12 fusilados en José León Suárez, cinco murieron en el acto (Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Mario Brión) y siete sobrevivieron (Juan Carlos Livraga, Reinaldo Benavidez, Rogelio Díaz, Horacio Di Chiano, Norberto Gavino, Miguel Ángel Giunta, y Julio Troxler, que fue fusilado por la Triple A, el 20 de septiembre de 1974).
“Cuando voy a salir, abro la puerta, vi alguien allí que me dio un culatazo del fusil y fui por debajo de la mesa a parar en un mueble. Cuando me desperté me encontré con que los policías me llevaban en andas para afuera”, recordó entonces Livraga. Lo subieron a un colectivo que los llevó a la Regional San Martín de la Policía.
Allí, lo obligaron a firmar una declaración que “no era la verdad”. “Firmá, más vale te conviene”, le dijeron. Y firmó, porque “era sí o sí”. Los subieron a otro vehículo, supuestamente para llevarlos a La Plata, aunque el destino era otro: el basural de José León Suárez.
“Nos hacen avanzar y dicen ‘caminen’. En ese momento, siento el golpe de manivela. Yo iba de espalda a ellos. Rodríguez se dio vuelta y gritó ‘no tiren, por favor no tiren’. Son palabras que no me las puedo olvidar”, recordó Livraga.
Uno de sus compañeros lo tiró al piso y cayó cerca de una zanja. Rodríguez, en tanto, recibió varios tiros y pidió que acaben con su vida. “No me dejen así, mátenme”, gritaba de manera desgarradora.
Cuando los alumbraron, Livraga parpadeó. “Este respira , tírenle”, ordenó el jefe del operativo. “El primero no me pegó a mí, lo sentí en la tierra. Los otros nunca supe cuál fue el primero, cuál fue el segundo”. Una bala de fusil Mauser le entró por la nariz y salió por la garganta y le destrozó toda la boca. Otro disparo de 45 le atravesó el cuerpo.
A Livraga, lo dieron por muerto y lo abandonaron en el basural. Cuando ya no escuchó más ruidos, el hombre se paró. “Al levantarme, me di cuenta que el brazo no lo podía mover”, recordó.
Se desmayó frente a una garita, los policías lo llevaron a un hospital de San Martin. A los pocos días apareció un policía de civil. Lo trasladaron a una comisaría de Moreno, donde estuvo detenido en la clandestinidad durante 26 días. Luego su destino fue la cárcel de Olmos, donde fue blanqueado como prisionero, y su historia se transformó en leyenda.