Lo primero que hicieron los policías de la comisaría 2° de Bahía Blanca fue sacarle al juez Hugo de Rosa una orden de detención contra un hombre inocente, Milton Pérez, de 25 años, hijo de un obrero de la construcción, con un antecedente por robo. La Maldita Policía funcionaba a pleno.
// El crimen de las mochileras: primera entrega
La noticia, junto con las caras de las chicas, recorrió el país. El jueves 19 de febrero Eduardo Eliçabe, ansioso, se presentó en la comisaría 2°. Fue a decir que le habían llegado comentarios de que las chicas asesinadas llevaban droga. Y se fue. No contó que el día que las mataron, él regresó a Bahía Blanca y a pesar de la lluvia fue a lavar su auto y hasta le cambió las alfombras. Tampoco, a ningún policía, le llamó la atención que de buenas a primeras apareciera un tipo y hablara de una circunstancia inexistente como que las chicas llevaban droga.
A nadie, en esa comisaría que tenía detenido a Milton Pérez porque sí, un joven inocente, le llamó la atención nada, ni los gritos de Milton, torturado para que se hiciese cargo del doble crimen.
Ese mismo día, se presentó a declarar el mozo Ricardo Lemos, que atendió a las chicas en el bar de Guaminí. Contó el encuentro que tuvieron ellas con el camionero Acuña, aunque no conocía su apellido. Al rato, la Policía supo el nombre completo del camionero y, además, que trabajaba para la empresa de transportes Sierra, con sede en Macachín, La Pampa. Finalmente, lo encontraron. El mozo y el camionero revelaron que a las chicas las llevó el custodio Eduardo Eliçabe. “La verdad me siento un poco culpable de lo que pasó porque yo les dí a ellas la idea de ir con ese tipo”, dijo Acuña.
El mozo y el camionero recibieron 10 mil pesos cada uno como recompensa por sus aportes para esclarecer el caso.
La mochila de María Dolores no apareció de entrada. Eliçabe la tiró a unas 22 cuadras del centro de Bahía, casi enfrente de la casa de Elsa Rosa Peralta. La mujer la encontró el viernes 19 a las 6.30. Puso un cartel en la calle: “Encontré una mochila. Si es tuya llama al...”. El domingo, por televisión se enteró que en el crimen de las mochileras faltaba la mochila de una de ellas. Y entonces la llevó a la Policía.
La detención
Eduardo Eliçabe fue detenido el domingo 22 de febrero. En su casa de la calle Villarino 19 encontraron una pistola Beretta calibre 6.35, con manchas de sangre. Estaba escondida detrás de un parlante del equipo de música. Las pericias indicaron que fue la utilizada para matar a María Dolores e Irina. Eliçabe reconoció que la llevaba en la guantera del Fiat Duna Weekend pero que estaba descargada; que él usaba una escopeta recortada que ponía al lado de la palanca de cambios. También encontraron en su casa la cámara de fotos Olimpus Stylus que era de María Dolores. La mujer de Eduardo, Adriana, con una mano se tocaba la panza redonda y, con la otra, se tapaba la boca, asombrada, triste.
“¡No lo puedo creer. No lo quiero creer!”, repetía.
Eduardo reconoció que llevó a las chicas en su auto. Pero que las dejó 90 kilómetros más adelante, en la estación de servicio de la rotonda de Pigüé. Y que escuchó por su equipo de comunicaciones que un camionero las levantó ahí. ¿Escuchó de quién? Pero después dijo que no, que las llevó él pero casi forzado por el camionero Acuña. Pero después dijo que no, que no lo forzó nadie sino que las llevó cuando ellas se lo pidieron. Que una vez en el auto, notó que las chicas “estaban tensionadas” (¿qué habrá querido decir?). Que eso lo asustó (¡a él!) y sin dejar de manejar descargó el rifle calibre 12 que llevaba a su izquierda (¿pensaría que las chicas iban a tomar el arma y le iban a robar y después a matar?). No era que la escopeta recortada la ponía al lado de la palanca de cambios... Como sea, un empleado del juzgado trajo el arma y le dijo que repita lo que hizo para descargar la escopeta con una sola mano. No lo pudo hacer.
No, no, no era que las chicas estaban tensionadas. No. Lo que pasó, se corrigió otra vez, fue que en el trayecto de Guaminí a Pigüé, una de ellas se le insinuó; se pasó al asiento de adelante mientras la compañera dormitaba atrás. La que se pasó adelante era María Dolores, según Eliçabe. Según esta nueva versión que dio, al llegar a Pigüé, Irina se bajó y la otra chica se desnudó y se sentó encima de él a horcajadas. Aseguró que no eyaculó. ¿Por qué lo diría? Pero en el cuerpo de María Dolores encontraron semen que el ADN reveló que era de Eliçabe.
El acusado siguió con su sinuosa defensa: que le tendieron una trampa en la empresa de seguridad para la cual trabajaba, que a las chicas las pudieron matar tres compañeros suyos que vio aquel día 18 de febrero, que fue golpeado por la Policía...
Terminó diciendo que todo era una confabulación en su contra de policías, jueces, fiscales, empleados judiciales, amigos, la agencia trucha que lo empleaba, el mozo del bar de Guaminí y las propias chicas. El examen psiquiátrico determinó que Eduardo Eliçabe siempre entendió perfectamente lo que hacía.
La Policía estuvo a punto de arruinar el caso. Los golpes que Elicabe denunció fueron comprobados por peritos forenses. Los policías querían una confesión. Las torturas no tuvieron consecuencias legales para probar que Eduardo mató a las mochileras porque las pruebas que se tomaron en cuenta no fueron las producidas por golpes o tormentos.
Hubo otras cuestiones que salieron a la luz. Eliçabe había trabajado en tres empresas de seguridad en los últimos 10 años. En la última, lo hacía en negro. Esa empresa fue inhabilitada por diversas irregularidades (además, por ejemplo, contrataba expersonal policial con antecedentes penales). De todas estas anomalías, las autoridades se dieron cuenta después del crimen de las chicas.
Acuña, Lemos y el 2 x 1
“No metás más la pata... Pensá, tenés hijos...”, fue una de las amenazas que recibió el camionero Acuña. Le pusieron custodia policial. Recibió en total tres llamados amenazantes durante los primeros días de marzo de 1998: dos realizados por un hombre y el otro, por una mujer. El asunto de las amenazas le jugó en contra porque, por miedo a que le pasara algo y se perdiera la mercadería que transportaba, lo despidieron de su trabajo.
El camionero Acuña vivió pocos meses más. El jueves 3 de diciembre de 1998 saludó a su mujer, Norma Meyer y se despidió de sus dos hijos de 9 y 13 años. Llevaba 300 pesos porque debía pagar unas cuentas. El dinero no estaba en su bolsillo cuando lo encontraron colgando de un árbol y sostenido por cinta de embalar alrededor de su cuello. Su muerte jamás se aclaró.
Por su parte, del mozo Ricardo Lemos nunca se supo nada más, ni siquiera se presentó en el juicio contra Eliçabe. Los testigos clave estaban ausentes y por eso en el juicio debieron recurrir a la lectura de sus declaraciones anteriores.
El 31 de marzo de 2000, Eduardo Fermín Eliçabe fue condenado a reclusión perpetua. La pena fue confirmada ocho años después por la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires y quedó firme. Después de las cinco de la tarde el 30 de diciembre de 2010, Eliçabe dejó la cárcel. Salió en libertad condicional favorecido por la ley del 2 x 1 que estaba vigente cuando lo condenaron.
Antes de que se conociera la condena contra su marido, Adriana Gómez declaró: “no puedo concebir que haya hecho semejante monstruosidad, pero si resulta culpable me habrá arruinado la vida”. Y recordó que cuando el 18 de febrero, después de matar a las chicas, volvió a su casa, le tocó la panza dulcemente y empezó a hablarle a su bebé.
