A Miriam Godoy la vida la puso contra la pared. La desesperación de ver a su hijo perdido en la droga la llevó a pensar lo inimaginable para una madre: matarlo a él, asesinar “al transa” que le vendía la cocaína y luego quitarse la vida. “Me mato yo y se termina el problema”, llegó a repetirse una y otra vez en su cabeza.
La impotencia la asfixiaba. “Era violento, andaba perdido. No podía sostener un trabajo. Su voluntad estaba tomada absolutamente por la droga”, contó sobre su hijo. De los cinco que crio, dos cayeron en el consumo. El mayor empezó con marihuana: “Para mí, el porro es la puerta al infierno”. El otro fue directamente a la cocaína.
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Pero, de alguna forma, con las pocas herramientas que tenía, logró sacarlo de ese infierno. Hoy, después de años de sufrimiento, dirige una organización sin fines de lucro en el corazón de Ringuelet, partido de La Plata, donde ayuda a jóvenes con problemas de consumo, y a madres que transitan el mismo camino que ella recorrió.
El día que descubrió que su hijo consumía
Miriam trabajaba todo el día y creía que, aunque con dificultades, su familia estaba bien. Fue su hija mayor la que la despertó a la realidad: “Ma, fijate, los chicos están en problemas”, le dijo. Fue entonces que empezó a mirar con otros ojos lo que pasaba en su casa. Notó que su hijo dormía todo el día, que no se bañaba, que deambulaba sin rumbo. Pero él no lo reconocía. “La loca era yo, la que inventaba era yo, la que tenía un problema era yo”, recuerda.
En su desesperación, lo llevó a la obra social. Necesitaba que un médico le confirmara lo que ella veía. Pero la respuesta que recibió la dejó aún más desconcertada. “Me dijeron que un uso recreativo no era dañino, que no era malo que fumara un porro porque no tenía una adicción. Que era un uso nada más. Pero ese uso se convirtió en abuso”.
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A partir de ese entonces, la relación familiar se quebró. Sus hijos se peleaban entre ellos y los vecinos no entendían el problema que estaban viviendo dentro de esas cuatro paredes: “El que no consume no soporta al que sí lo hace. Se rompe la familia completamente. Mis hijos llegaron a dejarme de hablar porque yo acompañaba al que estaba en consumo”.
Encima, el padre de los chicos había desaparecido y la dejó sola en la crianza. “Se fue a Mendoza y se hizo su vida como si nunca hubiese tenido hijos”, contó indignada. Si bien ellos siguen en contacto por redes con el hombre, todo recaía sobre ella: la casa, la comida, el trabajo, la escuela, y ahora, el infierno de la droga.
“Tuve que bajarlo de la soga”
El momento más oscuro llegó cuando encontró a su hijo intentando quitarse la vida. “Lo más extremo que me ha tocado vivir fue bajar a mi hijo de la soga del techo. Pensé que jamás me iba a pasar. Y son dolores incurables”, dijo con la voz entrecortada y casi al punto del llanto.
Cuando se vio en un pozo sin salida, el odio y la impotencia la invadieron por completo y llegó a querer extirpar el problema de raíz. “He pensado en matar al ‘transa’ con todas mis fuerzas, y no me arrepiento, aunque a veces le pido a Dios que uno no tiene que desearle la muerte a nadie. También he pensado en matar a mi hijo, después matarme yo y terminar con el problema”, admite.
Pero rabia le hervía en la sangre y veía cómo los que vendían la droga vivían sin preocupaciones mientras su familia se desmoronaba. “Siempre sigue esta impotencia, porque los ‘transas’ viven una vida tan plena, tan llena de todo, y a una familia la destrozan por completo”.
En ese momento, cuando ya no veía salida, apareció la luz. Un abogado llamado Francisco le explicó que podía judicializar el caso para que su hijo recibiera tratamiento. Así fue como, a través de su obra social, consiguió internarlo en la comunidad terapéutica Casa del Sur, en Monte Grande.
“Mi hijo estuvo un año y meses en tratamiento. No solo él, nosotros como familia también recibimos ayuda. Aprendimos juntos a cambiar la situación. Me reencontré con él”, cuenta emocionada.
De la desesperación a la lucha
Después de meses estando “limpio”, cuando dejó la comunidad, su hijo volvió a ser el chico que ella había criado. “Salió hermoso. Era el hijo que yo había tenido”, dice con orgullo. Y ahí empezó una nueva historia: otras madres del barrio comenzaron a acercarse a ella, buscando ayuda.
Así nació Madres Guerreras Contra las Adicciones, una asociación civil donde reciben a chicos que viven en la calle y a madres que no saben cómo rescatar a sus hijos. En un galpón en Ringuelet, ubicado en la calle 2 bis y 516, ofrecen talleres, charlas, contención y, sobre todo, un plato de comida, una taza de leche y un oído que escucha sin juzgar.
También les preparan ropa para que ellos empiecen una nueva vida. “Nosotras, las mamás, cuando vamos a dar a luz, preparamos el bolsito para el bebé. Acá, cuando un chico decide internarse, le armamos su ‘bolsito de internación’, con ropa y elementos de higiene, porque muchos no tienen nada”.
Hoy, su lucha es visible, pero el camino no es fácil. “Pedimos al Estado que nos escuche, que haya más camas en hospitales, más profesionales, más capacitación para la policía. Porque cuando una madre pide ayuda, muchas veces ya es tarde”.
Miriam sabe que esta guerra no termina. “Ahora los pibes están con el ‘crack’. Es una droga que los destruye en poco tiempo. Hoy tenemos chicos de siete años que ya consumen”. También ve una realidad más dura aún: “Estamos viendo bebés que nacen con abstinencia, porque sus madres consumieron antes de dar a luz”.
“No queremos que bajen la edad de imputabilidad, queremos que los ayuden”
Uno de sus hijos llegó a delinquir para conseguir droga y estuvo detenido. Pero ella tiene claro que la cárcel no es la solución. “Nosotros no pedimos que bajen la edad de imputabilidad, sino que esos menores sean asistidos. Porque si entran y salen de la comisaría una y otra vez, cuando cumplen 18 años ya tienen años de condena para cumplir”.
Su mensaje es claro: hay que evitar que los chicos lleguen a ese punto. “La familia tiene que estar presente, y el Estado también. Porque si no los ayudamos cuando es tiempo, después es tarde”.
Miriam Godoy es una madre que convirtió su dolor en lucha. Sabe que no todas las historias terminan como la suya. Sabe que muchas madres no llegaron a bajar a sus hijos de la soga y los tienen que ver adentro de un cajón. Por ellas, por esos hijos que aún pueden salvarse, sigue adelante. “Si no peleamos por ellos, ¿quién lo va a hacer?”.