La Justicia de San Nicolás busca una respuesta para las incógnitas que aún rodean la muerte de Martín René Saldaña, el ladrón que sobrevivió a “La Masacre de Ramallo” en la madrugada del 17 de septiembre de 1999 y encontraron ahorcado unas horas después en una comisaría llena de policías.
Para la familia del joven, Saldaña no se suicidó sino que lo mataron. “Tenía el cuerpo lleno de golpes, la cabeza destrozada”, aseguraban en ese momento ante las cámaras. Lo cierto es que existen pericias y detalles que alcanzan para sostener la duda y es por eso que la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) y la fiscalía federal nicoleña, a cargo de Matías De Lello, trabajan en una serie de medidas para confirmar o descartar definitivamente esa posibilidad.
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A 25 años del resonante caso, el paso del tiempo es una dificultad evidente pero el fiscal aclaró: “La prescripción siempre es personal, hay cuestiones que interrumpen o suspenden la extinción (de la acción penal)”. Y apuntó: “En el caso de los funcionarios públicos los delitos nunca prescriben”.
“Veremos si el informe que pidió el juez sobre el análisis de toda la prueba que hay en la causa permite arrojar algún nuevo elemento, nunca se sabe”, indicó a TN Di Lello. Más allá de los resultados, el fiscal destacó como una obligación la búsqueda de “la verdad material (o verdad objetiva de los hechos en cuestión, mas allá de las pruebas presentadas por las partes)”.
El dato, las fallas y 20 horas de terror
El jueves 16 de septiembre de 1999 Martín René Saldaña, Javier Hernández y Carlos Sebastián Martínez bajaron de un Renault 19 blanco, a metros del Banco Nación de Villa Ramallo. Tenían el dato de que en esa sucursal había 30 mil pesos en los mostradores y otros 100 mil en el tesoro.
En ese mismo momento Fernando Vilches, un empleado de OCA de 39 años, esperaba que le abrieran la puerta de la entidad bancaria.
Cuando el cartero advirtió la presencia de la banda ya era tarde: los tenía prácticamente encima y a punta de pistola entraron con él al banco. Así empezó la toma de rehenes que mantuvo al país en vilo frente al televisor durante 20 horas, hasta que se resolvió de manera trágica.
Los delincuentes tenían todo planeado, pero para lograr su objetivo y escaparse con el botín necesitaban llegar a la bóveda y el empleado a cargo de ese sector no estaba todavía cuando irrumpieron en el banco.
Ese fue el primero de una serie de imprevistos con los que se toparon, pero lo que los terminó de poner en jaque fue la aparición de una testigo, novia de uno de los rehenes, que dio aviso a la policía.
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Estaban rodeados y el paso de las horas les pesaba incluso a ellos mismos. Así fue que el plan se derrumbó y se precipitó la fuga de los delincuentes.
La Masacre de Ramallo
A las 4 de la mañana del viernes 17 de septiembre, los ladrones decidieron intentar escapar en el Volkswagen Polo del gerente de la sucursal, Carlos Chávez, usándolo a él mismo, a su esposa Flora Lacave y al contador del banco, Carlos Santillán, como escudos humanos.
Los rehenes fueron obligados a abrir las ventanas del vehículo para que los policías y grupos especiales pudieran verlos y no dispararan. Pero de nada sirvió. Cuando el auto empezó a moverse, la Policía abrió fuego.
Las pericias balísticas demostraron más tarde que los policías dispararon en 36 segundos 107 veces y que 48 proyectiles impactaron directamente en el Polo verde. Ni uno solo dio en las gomas. “Me dieron”, dijo Chávez, que perdió el control del auto y luego de recorrer unos metros se estrelló contra un árbol.
Tanto el contador, como el gerente y uno de los ladrones murieron en el acto. Flora Lacave sobrevivió con heridas, al igual que uno de los asaltantes.
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El único que salió ileso del coche tras la lluvia de balas fue Martín René Saldaña, pero la suerte no lo iba a acompañar mucho tiempo más.
Ese mismo viernes, a las 14.30, lo encontraron colgando de la claraboya del techo de la celda de la comisaría 2da. de Ramallo, donde lo habían llevado detenido. Tenía 23 años.
El cabo suelto
El robo frustrado al banco y el feroz tiroteo que impidió la fuga de los delincuentes se resolvieron en dos juicios orales que se hicieron en 2002 y 2004. Pero la muerte de Saldaña se convirtió en un cabo suelto que los investigadores todavía intentan dilucidar 25 años después.
Aunque según testigos, Saldaña no tenía golpes al entrar en la comisaría, la autopsia determinó que había sufrido un impacto fuerte en la cabeza previo a su muerte. La duda que surgió entonces fue si el detenido pudo haberse golpeado con las paredes en una reacción instintiva de último momento por sobrevivir o si el trauma fue causado por un tercero, tal vez, con el objetivo de reducirlo para después colgarlo.
Otro punto oscuro del trágico desenlace del ladrón fue la mecánica elegida para, presuntamente, quitarse la vida. De acuerdo a la reconstrucción, la única forma en la que Saldaña podría haber atado la cuerda a las rejas del techo era parándose sobre cuatro colchones doblados sobre la cama de cemento.
Lo curioso fue que los colchones no fueron pateados por el detenido al concretar la maniobra suicida sino que - después de su muerte - estaban prolijamente ordenados contra la pared, en otro extremo de la celda.
Entre la serie de hechos, pericias y detalles que reúne el dictamen sobre el que trabaja la Justicia desde junio de 2020 para reconstruir las circunstancias en las que se produjo la muerte de Saldaña surge también la llamativa frase con la que se despidió de él el policía que lo custodió casi hasta el final.
“Chau, que tengas suerte”, dijo el oficial en base a la causa, antes de dejar a Saldaña solo en su celda.
Aquel saludo disparó distintas especulaciones, incluso se lo asoció a una suerte de mensaje mafioso.
Los juicios por la Masacre
En septiembre de 2002, el Tribunal en lo Criminal Federal N° 1 de Rosario condenó a Carlos Martínez, el ladrón que iba junto a Flora en el auto y sobrevivió al fusilamiento, a 24 años de cárcel por “triple homicidio en ocasión de robo, privación ilegal de la libertad de los rehenes y tenencia de armas de guerra”. Sin embargo, en febrero de 2011, murió al chocar con su moto en la ciudad de San Nicolás. Tenía 31 años y ya había recuperado la libertad.
Al exsoldado voluntario Jorge Aguilar -que aportó el pan de trotyl que le colgaron del cuello al gerente- lo condenaron a 15 años. Mónica Saldaña, hermana del ladrón que murió en la comisaría, fue sentenciada a una pena de 14 años. En tanto, el vendedor de celulares Norberto “Ojón” Céspedes, en cuya casa practicaron el golpe; Oscar Mendoza, expareja de Mónica; y la remisera Silvia Vega recibieron 13 años de cárcel.
El segundo juicio terminó el 15 de diciembre de 2004. En esa oportunidad se analizó la conducta de los policías durante la balacera y los jueces condenaron a siete de los ocho acusados a penas de entre 2 y 20 años de prisión.
La más alta recayó sobre Oscar Parodi, en ese entonces ya exsuboficial principal de la Policía bonaerense, a quien la Justicia encontró culpable del “homicidio simple” de Chávez.
La masacre también tuvo sus consecuencias políticas. Provocó la renuncia del ministro de Seguridad y Justicia bonaerense, Osvaldo Lorenzo. Además, se disolvió el grupo GEO (Grupo Especial de Operaciones).
Por otra parte, en 2001 las familias de las víctimas iniciaron un reclamo ante la Corte Suprema para ser indemnizados que, después de años de idas y vueltas judiciales, se resolvió recién en los últimos meses a su favor por daño material, daño moral y gastos por tratamientos psicológicos y psiquiátricos.
La mujer que sobrevivió
“Las primeras semanas me enojé con Dios, me enojé porque no me llevó a mí también”, dijo meses atrás a TN Flora Lacave, haciendo referencia a su esposo, Carlos Chaves, una de las víctimas fatales de “La Masacre de Ramallo”. Cada vez más lejos de ese momento, todavía le cuesta hablar de lo que pasó. “Me cambió todo ese día”, resumió.
En un determinado momento, recordó la mujer, le pusieron un arma en la cabeza a su esposo mientras exigían el dinero y ella suplicó: “Les pedí que me pegaran un tiro a mí también”. Pero los delincuentes decían que no estaba en sus planes matar a nadie y empezaron a creerlo, hasta que el sol se empezó a ocultar y se fueron apagando las esperanzas también.
“Cuando empezó a anochecer me di cuenta de que no íbamos a salir vivos”, expresó.
Ninguna de las balas que disparó la policía mató a Flora Lacave, pero tuvo que ver a su marido desplomarse al lado suyo sin poder hacer nada para salvarlo. “Me cuesta hablar del tema porque éramos muy unidos”, sostuvo la mujer
Desde esa noche todo fue distinto para ella. Tuvo que hacer de mamá y papá con sus hijos, tuvo que hacerse cargo de los gastos de un día para el otro sin ayuda, pero sobre todo, remarcó, le costó dejar ir las pequeñas cosas del día a día con su compañero. “Muchas noches me hace falta, los chocolates antes de ir juntos a dormir...”, evocó con nostalgia, y apuntó: “Pasaron muchos años, pero se siente la soledad”.
No hace mucho, contó a este medio, pudo por fin encontrar algo de consuelo. “Siento que estoy más cerca de él y eso me da alivio”, dijo con la voz quebrada, y afirmó: “Yo sé que lo voy a volver a encontrar”.