El 25 de septiembre de 2009 fue el día que la vida de Chiara Severi dio un vuelco y nunca más volvió a ser la misma. Tenía apenas 13 años y esa fue la última vez que vio a su mamá, Marcela Monzón. Su papá denunció la desaparición e incluso participó de la búsqueda de su mujer, pero a los pocos días fue detenido acusado de matarla y más tarde fue condenado por el crimen, aunque el cuerpo nunca apareció.
Mauricio Daniel Severi jamás admitió su responsabilidad en el hecho, pero para la Justicia quedó probado en el juicio que el ingeniero asesinó a Monzón de un disparo en medio de una discusión y después descartó sus restos en algún descampado entre Lomas de Zamora y Ezeiza. Llegó detenido al debate y salió de igual forma de los tribunales.
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“Al principio vivía con miedo, soñaba con que salía de la cárcel”, dijo a TN Chiara, la mayor de los tres hijos que tuvieron en común Severi y Monzón. La condena, para ella, fue solo un alivio entre tanto dolor. “Gané tiempo de no preocuparme. No significa que el día mañana, si sale, eso no me genere tristeza, ansiedad”.
En este sentido, especuló con la posibilidad de que en un corto plazo su padre pueda pedir la prisión domiciliaria. “Ahora ya tiene cerca de 70 años, ‘comportamiento bueno’...”, señaló con ironía. Y subrayó: “Es como un chiste”.
“Te tengo que cortar”
Marcela Monzón y Mauricio Severi llevaban un tiempo separados cuando ocurrió el crimen, pero seguían viviendo bajo el mismo techo, en Villa del Parque. Es que ninguno de los dos quería que sus hijos, todos menores en ese momento, atravesaran un divorcio. El pacto parecía funcionar para los dos, hasta que de un día para el otro la mujer desapareció.
“La última conversación que tuve con Marcela fue a las 11 y media de la noche del 24″, relató años atrás a TN Marita, hermana de la víctima. Esa charla se interrumpió abruptamente, pero entonces no le dio mayor importancia.
“Te tengo que cortar”, fueron las últimas palabras de Marcela, antes de su desaparición. Al día siguiente, los tres teléfonos celulares que tenía estaban apagados y nadie podía localizarla. Entonces Marita fue a buscarla a su casa y lo que encontró la llenó de pánico.
“Había manchas de sangre en el lugar donde ella dormía”, recordó. Al estar separados, Severi se había quedado con el dormitorio principal mientras que la víctima pasaba las noches en un sofá que tenían en el living. “Ahí tuve la certeza de que había pasado algo”, afirmó Marita.
A pesar de su corta edad, los hijos del matrimonio también fueron conscientes de eso. Pero demás estaban seguros de que su papá “algo tenía que ver” en lo que hubiera ocurrido.
Un vínculo obsesivo
El propio Severi fue quien denunció la desaparición de su esposa. Según publicaron las crónicas policiales en ese momento, el oficial que le tomó declaración dejó constancia de que tenía quemaduras en la cara y marcas similares a rasguños.
Con el correr de las horas, el hombre cambió su versión dos veces más. Primero admitió que tuvo una discusión con la víctima y en medio de la pelea Marcela terminó muerta. Después, se desdijo y sostuvo que era inocente, postura que mantiene hasta la actualidad.
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En paralelo, las pruebas que iban surgiendo en la investigación ponían en jaque su presunción de inocencia. Tanto en la casa como en la camioneta de Severi se descubrió sangre. En el interior, además, encontraron una pala y bolsas de residuos con manchas hemáticas. Por otro lado, en su casa tenía 37 armas. Todas fueron peritadas y se pudo establecer que una de ellas, una pistola calibre 22, había sido usada recientemente.
A esa altura, la principal hipótesis de la fiscalía ya apuntaba a un “vínculo obsesivo” por parte del imputado con la madre de sus hijos.
La tragedia, la bisagra
El 25 de septiembre de 2009 fue el punto de quiebre, pero no una sorpresa. “Mi mamá era muy efusiva. Él era violento sumiso, es un tipo de personalidad que explota”, explicó Chiara, su hija, a TN.
“Ambos venían de familias muy conflictivas y violentas, lamentablemente siempre hay un roto para un descosido”, siguió la joven, y resaltó: “Cuando uno es tan sufrido, la violencia va escalando y no hay ojos que vean que las cosas están yendo mal. No hay parámetro”.
Aunque el maltrato hasta aquella noche nunca había sido físico, las discusiones eran habituales entre ellos y Marcela fue víctima también de violencia psicológica y económica. “(Mi papá) le había hackeado la cuenta, le controlaba la tarjeta, la había aislado de todos....si ves cosa por cosa parece imperceptible, pero si mirás el marco la violencia era clara”, explicó Chiara.
El desenlace de la historia no escapó de ese círculo tóxico en el que la pareja se había hundido. Ante ese escenario devastador, una tía de los chicos se convirtió en una figura clave para adaptarse a una nueva realidad.
El peso de la ausencia
“La hermana más grande de mi mamá se puso al hombro criarnos a los tres”, sostuvo Chiara. Ella misma, aunque en ese momento no era más que una adolescente, también tuvo que asumir responsabilidades adultas mientras los desafíos financieros y emocionales seguían acumulándose. Otro tanto hicieron los padres de los compañeros de colegio, un pilar importante que los ayudó a seguir adelante.
“Nos ayudaron económicamente, desde pagar la luz a comprarnos zapatillas”, evocó la joven, y sumó: “En la escuela nos becaron, fue una contención comunitaria”. “Era muy difícil para nosotros, tuvimos que reacomodarnos a una famila que tenía reglas distintas”, apuntó.
En medio del duelo y entre tanta incertidumbre, la casa familiar de Villa del Parque quedó atada a un proceso judicial que se vio obstaculizado por la ausencia de un cuerpo y se transformó en un recordatorio constante del trauma. “Son procesos muy estresantes, denigrantes”, manifestó Chiara
“La falta de cuerpo dilató mucho todo, normalmente un certificado de defunción por presunción tarda seis años, en nuestro caso tardó 10″, detalló la joven. Recién entonces, en plena pandemia, pudieron iniciar los trámites de sucesión de esa propiedad.
En relación también a la casa, subrayó: “Tampoco tiene sentido que (Severi) herede el 50 por ciento de un bien ganancial, siendo que él asesinó a su pareja”.
El laberinto judicial y la falta de respuestas
En febrero de 2012, la Justicia consideró culpable a Severi del asesinato de Marcela Monzón y lo condenó a 16 años de cárcel. “El juicio fue raro, porque esos casos son absolución o perpetua”, dijo a TN Ariel Saponara, uno de los abogados que acompañó a Severi durante el debate. Y agregó: “Como había muy poca prueba, los alegatos del fiscal eran solo una hipótesis de algo totalmente inventado”.
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No obstante, ese juicio no fue un punto final. Durante años, el caso osciló entre apelaciones y revisiones hasta que en 2016 cambió la carátula de “homicidio agravado por el vínculo” a “femicidio”, lo que implicó una pena única: la prisión perpetua.
“Todavía no tiene sentencia firme, sigue preso en Devoto”, expresó Chiara. Para ella, el objetivo de tantas apelaciones buscó evitar el traslado a una prisión de máxima seguridad como Ezeiza o Marcos Paz, hasta tanto tuviera la edad de acceder a una domiciliaria.
Durante todo este tiempo, Chiara volvió a ver a su padre en contadas ocasiones. “Las charlas primero fueron de reclamo, de esperar respuestas. Venían a resolver preguntas que yo no podía preguntarle a nadie más”, contó.
“Yo no hice nada”, era invariablemente la contestación que recibía del otro lado, cada vez que ella preguntaba qué había hecho con el cuerpo de su mamá. “Llegó un punto que entendí que lidiaba con un psicópata”, aseveró. Fue cuando se terminaron las visitas.
La resiliencia
Después de 15 años, la historia de Chiara Monzón, la hija mayor de Marcela y Severi, refleja un largo camino lleno de incertidumbre, lucha y espera por Justicia. También es una historia de resiliencia. “Seguramente me faltó cariño, me faltaron figuras”, dijo la joven sobre el cierre del diálogo con TN, y reafirmó: “El álbum no estaba completo, me faltaban mis padres”.
Asimismo, resaltó: “Uno hace lo mejor con lo que le toca. No hay que engrandecerse, por dramática que pueda ser la historia que te haya tocado”. Mientras espera el cierre definitivo que le permita encontrar paz, Chiara sigue adelante y se reconstruye día a día.
“No reniego de lo que me tocó, me sirvió para crecer”, concluyó.