“María Soledad nos dice ‘me drogaron, y yo no quería’… Y yo le creo. Nos dice ‘me violaron, y yo no quería’… Y yo le creo. Nos dice ‘esa persona me golpeó y tragué mi propia sangre’… Y yo le creo. Porque María Soledad no tiene razones para mentir”. Con esas palabras cerró su alegato el fiscal del caso que conmocionó a Catamarca - y a todo el país- hace 31 años: la violación y el asesinato de María Soledad Morales.
Cuando la mataron le faltaban cuatro días para cumplir los 18 años y menos de un mes para el tan ansiado viaje a Carlos Paz con su compañeras de 5to año del secundario, pero la madrugada del 8 de septiembre de 1990 interrumpió abruptamente los sueños de esa chica que todavía tenía toda una vida por delante. La violaron, la quemaron con cigarrillos, le fracturaron a golpes la mandíbula y le aplastaron el cráneo con una piedra. Su papá, Elías Morales, fue quien tuvo que enfrentar esa imagen imborrable y apenas la reconoció por una pequeña cicatriz que tenía en la muñeca. Le faltaba un ojo, las orejas y su cuero cabelludo había sido arrancado de cuajo.
Pasaron siete jueces, 66 Marchas del Silencio, la renuncia del exgobernador Ramón Saadi, un expediente que sumó más de 30 cuerpos y dos juicios escandalosos para que finalmente en 1998 solo dos personas fueran condenadas por el hecho. Ninguno de los dos extinguió su pena y hoy ambos se encuentran en libertad. Hace 31 años, la aplicación de la perspectiva de género en la criminología era solo un ensayo, no existía entonces una forma de nombrar el desprecio, la dominación y el machismo vejatorio. Actualmente, no quedan dudas de lo que ocurrió. “El de María Soledad fue el primer caso visible de femicidio”, sentencia hoy la monja Martha Pelloni, rectora del colegio al que iba la víctima, en diálogo con TN.com.ar.
El femicidio de María Soledad
El 7 de septiembre fue la última vez que vieron a María Soledad con vida. Había ido a un baile con sus compañeras por la elección de la reina del estudiante, cuya recaudación iban a usar para pagar los gastos del Viaje de Egresados de las 5 alumnas del curso que no lo podían costear. Una de esas 5 chicas, era ella.
Cerca de las 2.30 de la madrugada María Soledad se despidió de una amiga en la parada de colectivos y se quedó sola. Había acordado encontrarse allí con Luis Tula, un hombre 12 años mayor del cual se había enamorado. Tula pasó a buscarla y la convenció de acompañarlo a un boliche que estaba de moda sobre la ruta 1. En ese lugar, según consta en la causa, se la “entregó a sus asesinos”.
María Soledad quedó entonces a merced de un grupo de “hijos del poder” que le dieron bebidas y drogas y se la llevaron a un hotel. La violaron entre dos y cuatro sujetos, entre ellos Guillermo Luque, hijo de un diputado nacional. Antes de las 6 de la mañana, una sobredosis terminó con su calvario. Su cuerpo fue encontrado dos días después en un basural.
El penúltimo día de febrero de 1998 el tribunal condenó a Luque a 21 años de cárcel como coautor de la violación seguida de muerte, y a Tula, a 9 años, como partícipe secundario. Cinco años después, el 22 de abril de 2003, el hombre que había “entregado” a la chica que lo amaba, salió en libertad convertido en abogado. Luque pasó siete años más preso, hasta el 11 de abril de 2010. En la actualidad, se dedica a la venta de propiedades e intenta pasar desapercibido.
“María Soledad me cambió la vida”
“Tanto la investigación como la condena fueron incompletas”, dice Pelloni. Las tres décadas que pasaron desde aquella madrugada trágica pasan como diapositivas del horror por su memoria y al cabo, los 31 años se resumen en una sola palabra: impunidad.
El año que asesinaron a la adolescente, la hermana Pelloni había sido nombrada rectora del colegio del Carmen en la capital catamarqueña, el mismo al que iba la víctima. “Mi vocación era la docencia”, expresa casi como si estuviera hablando de otra vida. Es que después del 8 de septiembre, esa vocación dio un vuelco imprevisto y la puso al frente del reclamo de justicia por su alumna, codo a codo con los Morales. “Me dediqué por entero a eso durante el primer año y medio”, precisa.
En esa época unos 1500 alumnos asistían al colegio del cual era directora, pero la sonrisa fácil y la sencillez de María Soledad brillaba en el montón. Al consultarle sobre cuál era su último recuerdo con ella, Pelloni retrocede hasta dos semanas antes del crimen. “Exactamente 15 días antes”, relataa, la escuela había organizado un retiro espiritual de tres días. “Yo iba despacito con mi auto y la vi a ella solita en la ruta, esperando el colectivo y la levanté”, apunta. Y así lo hizo los días siguientes también. Esos viajes y las charlas que compartieron, hoy son el recuerdo más precioso que le quedó de ella.
“Chau mami, mañana nos vemos”
Ada Rizzardo, la mamá de María Soledad, sigue viviendo en la misma casa de siempre en Catamarca. “Nunca me voy a ir de acá”, había dicho poco después del hecho. Y aunque tenía el rostro desfigurado de tanto llorar, explicó: “Acá están los mejores recuerdos de mi hija”
La mujer cumplió. Nunca se fue de ese lugar y ahora respondió la llamada de TN.com.ar en el mismo número fijo que siempre tuvo. Su voz se quiebra con más facilidad y ya no cree en la justicia como antes, pero al nombrar a su hija los recuerdos de hace 30 años le vuelven intactos, como si el tiempo no hubiera pasado.
María Soledad nació un 12 de septiembre de 1972 a las 19. Era la segunda de sus cinco hijos y, admite, fue también como una segunda mamá después para sus hermanos menores. “Ella quería ser maestra jardinera porque amaba a los niños, y soñaba con ser modelo para que la conocieran en todo el mundo”, dice Ada sobre la adolescente. Sin embargo, de todas las preguntas que le habían hecho para un test vocacional en la escuela, su mamá recuerda que ella solo mencionó una. “Le preguntaron a qué le tenía miedo, y ella dijo que temía que le pasara algo a su papá”.
“No soy la mejor alumna, pero te traigo el diploma de asistencia perfecta”, solía decirle María Soledad un poco en chiste y un poco en serio, cuando el resultado de alguna prueba no era el esperado. Y ella se reía porque sabía que se esforzaba, que le gustaba ir a la escuela y por eso nunca faltaba.
La noche anterior a que la asesinaran, la joven no dejaba de hablar del baile. Estaba ilusionada, porque no estaba acostumbrada a salir de su casa y porque el viaje de egresados sería el primero que iba a realizar sola y fuera de su provincia.
Sin embargo, cuando llegó el día, María Soledad se había dedicado desde muy temprano con sus compañeras a arreglar el salón donde se haría el evento. Tanto fue así, que al volver a su casa estaba cansada y le dijo: ‘Mamá, no tengo ganas de ir’. Pero sabía que era importante que estuviera porque parte de lo que recaudaran esa noche iba a usarse para que ella pudiera ir también a Carlos Paz con el resto del curso y al rato le pidió “que la dejara dormir una hora y después la despertara” para poder ir. “Chau mami, mañana nos vemos”, le dijo cuando salió. Fue la última vez que se vieron.
“Ruego que no se encuentren”
Ada se topó una sola vez con Luis Tula después de que le concedieran la libertad. “Lo vi venir en un auto”, cuenta la mujer, y agrega: “No podía hablar, me quedé paralizada”. Jamás volvió a cruzarse con él, pero todavía le tiembla la voz al recordar ese momento. Los que sí suelen encontrarse por la calle con los condenados por el crimen de María Soledad, son sus otros hijos.
“Cada vez que se van a trabajar ruego para que no se encuentren”, aseguró, aunque no siempre tienen esa suerte. “Cuando ven a alguno de ellos mis hijos vuelven tristes, destruidos”. Entonces ella como mamá intenta contenerlos, pero se queda sin respuestas cuando alguno la cuestiona. “Ellos andan tan tranquilos por la calle como si no hubieran hecho nada”, le dicen.
“En silencio, pudieron más que la violencia”
Ahora Ada además de mamá es abuela y bisabuela. Los chicos la hacen feliz, pero no puede evitar sentir que esa felicidad no está completa. “Los miro y me falta el hijo de ella, de Sole”, remarcó. Por otro lado Elías, su compañero de toda la vida y padre de María Soledad, murió en 2016 a los 71 años tras sufrir un ACV: “Yo creo que a él se lo llevó temprano el sufrimiento”.
El dolor de haber perdido a una hija es inagotable. Sin embargo, destaca que ganó muchísimas otras hijas del corazón. De esa manera hoy Ada se refiere a las compañeras de la escuela de María Soledad, y al hablar de ellas vuelve a emocionarse.
“En silencio, pudieron más que la violencia”, subraya la mujer, que además destaca la valentía de esas jóvenes que en aquel momento, tan solo con 17 años, se atrevieron a desafiar al poder para reclamar justicia. “Se los voy a agradecer hasta el último día de mi vida, con ellas nacieron las marchas del silencio”. Por último, Ada lamenta: “El encubrimiento (que hubo en el caso) fue tan tremendo como el mismo hecho”. “La justicia quedó en deuda con los Morales”, concluye.
“𝚂𝚞 𝚌𝚛𝚞𝚎𝚕 𝚢 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚒𝚊𝚍𝚊𝚍𝚊 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚝𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚖𝚊𝚛𝚌ó 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚜𝚒𝚎𝚖𝚙𝚛𝚎”
El año pasado, con motivo del aniversario número 30 del crimen de María Soledad, los hermanos de la adolescente asesinada se expresaron por primera vez públicamente a través de una carta que fue difundida por la ONG Infancia Robada, de la cual forma parte la monja Pelloni, a través de las redes sociales.
El texto completo
“𝚃𝚘𝚍𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊. 𝚃𝚛𝚎𝚒𝚗𝚝𝚊 𝚊ñ𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚛𝚘𝚗 𝚢𝚊. 𝙿𝚎𝚛𝚘 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚗𝚘𝚜𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚜𝚞𝚜 𝚑𝚎𝚛𝚖𝚊𝚗𝚘𝚜, 𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕 𝚝𝚒𝚎𝚖𝚙𝚘 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚎𝚍ó 𝚊𝚕𝚕𝚒.
𝚂𝚞 𝚌𝚛𝚞𝚎𝚕 𝚢 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚒𝚊𝚍𝚊𝚍𝚊 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚝𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚖𝚊𝚛𝚌ó 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚜𝚒𝚎𝚖𝚙𝚛𝚎.
𝙰𝚕𝚐𝚞𝚗𝚘𝚜 é𝚛𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚊𝚍𝚘𝚕𝚎𝚜𝚌𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜, 𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚙𝚎𝚚𝚞𝚎ñ𝚘𝚜. 𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚍𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚍𝚛𝚎𝚜 𝚢 𝚜𝚞 𝚕𝚞𝚌𝚑𝚊 𝚒𝚗𝚌𝚕𝚊𝚞𝚍𝚒𝚌𝚊𝚋𝚕𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚓𝚊𝚛𝚘𝚗 𝚞𝚗 𝚎𝚓𝚎𝚖𝚙𝚕𝚘 𝚍𝚎 𝚏𝚎 𝚢 𝚍𝚎 𝚏𝚘𝚛𝚝𝚊𝚕𝚎𝚣𝚊 𝚒𝚗𝚖𝚎𝚗𝚜𝚊. 𝙳𝚒𝚘𝚜 𝚕𝚎𝚜 𝚍𝚒𝚘 𝚕𝚊 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊𝚜 𝚊 𝚎𝚕𝚕𝚘𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚙𝚊𝚍𝚛𝚎𝚜 𝚢 𝚊 𝚗𝚘𝚜𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚑𝚎𝚛𝚖𝚊𝚗𝚘𝚜, 𝚝𝚘𝚍𝚊𝚜 𝚕𝚊𝚜 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚊𝚏𝚛𝚘𝚗𝚝𝚊𝚛 𝚌𝚊𝚍𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝚙𝚛𝚞𝚎𝚋𝚊𝚜 𝚢 𝚗𝚘 𝚙𝚎𝚛𝚖𝚒𝚝𝚒𝚛𝚗𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚛𝚒𝚗𝚍𝚒é𝚛𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚓𝚊𝚖á𝚜.
𝙳𝚎𝚜𝚍𝚎 𝚎𝚕 𝚍í𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕𝚕𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚝𝚒ó 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚒ó 𝚊 𝚜𝚎𝚛 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜, 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚘𝚛 𝚖á𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕 𝚝𝚒𝚎𝚖𝚙𝚘 𝚙𝚊𝚜𝚎 𝚂𝚘𝚕𝚎 𝚟𝚒𝚟𝚎 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚗𝚘𝚜𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜.
𝚂𝚒𝚎𝚖𝚙𝚛𝚎 𝚑𝚊𝚢 𝚞𝚗 𝚛𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚕𝚕𝚎𝚗a 𝚕𝚘𝚜 𝚘𝚓𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚕á𝚐𝚛𝚒𝚖𝚊𝚜. 𝚂𝚞 𝚒𝚗𝚓𝚞𝚜𝚝𝚊 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚝𝚎 𝚢 𝚕𝚊 𝚕𝚞𝚌𝚑𝚊 𝚙𝚘𝚛 𝚕𝚊 𝙹𝚞𝚜𝚝𝚒𝚌𝚒𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚎𝚕 𝚝𝚒𝚎𝚖𝚙𝚘 𝚗𝚘𝚜 𝚕𝚕𝚎𝚟𝚊 𝚊 𝚜𝚎𝚗𝚝𝚒𝚛𝚗𝚘𝚜 𝚖á𝚜 𝚘𝚛𝚐𝚞𝚕𝚕𝚘𝚜𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚎𝚕𝚕𝚊 𝚢 𝚍𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚊𝚖𝚊𝚍𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚍𝚛𝚎𝚜.”