Manuel Belgrano fue un protagonista excluyente de la fundación de la nación argentina, tanto por sus diversos campos de acción (la política, la diplomacia, la épica militar o la economía), como por su decidida influencia en los acontecimientos más importantes de la historia nacional. A pesar de esto y casi como un ejercicio perverso, la historiografía de nuestro país ha exagerado con énfasis el elogio de las virtudes humanas del prócer (que son indiscutibles) en su actuación militar, en desmedro de sus virtudes como hombre de armas. Incluso, cuando alguna vez su figura fue objeto de manipulación política, algo a lo que los argentinos somos bastante propensos, se ha hecho hincapié en su condición de militar heroico pero improvisado.
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Me permito una comparación deportiva. En la década de 1950, competía en la Fórmula 1 de automovilismo un formidable piloto inglés, Stirling Moss, el “campeón sin corona”, fallecido hace pocos años, quien fuera siete veces subcampeón de la Fórmula 1. Moss reconocía que competir con Juan Manuel Fangio le impidió ser el N° 1, ya que nuestro quíntuple campeón era de “otra categoría”. Como respetuosa analogía, que Belgrano sea considerado el segundo de los libertadores argentinos no se debe tanto a sus propios méritos, sino a que José de San Martín era un “fuera de serie”. Sin duda, la figura del Señor de los Andes opaca a todos los contemporáneos americanos que hicieron de la vida militar la razón de su existencia.
La biografía militar del más porteño de los próceres argentinos, que demuestra su gran condición de comandante gracias a su liderazgo frente a los milicianos durante las invasiones británicas, frente a las heroicas y bisoñas tropas del Ejército del Norte en los tiempos de la independencia, y sin dejar de lado su gesta en la expedición al Paraguay, es el camino elegido para conocer aún más a quien San Martín llamó el “Padre de la Patria”.
El inicio de su carrera militar
La vida militar de Belgrano comienza en 1796, cuando el virrey del Rio de la Plata lo nombra capitán. Dirá en su Autobiografía: “Si el virrey Melo me confirió el despacho de capitán de milicias urbanas de la capital, más bien lo recibí para tener un vestido más que ponerme, que para tomar conocimientos en semejante carrera”. Sin embargo, participó de adiestramientos que le ordenaron y fueron sus fundamentos del mando y que, gracias a su condición de hombre metódico, le permitieron aprender los principios de la táctica y de la estrategia castrense.
En 1805, el virrey Rafael de Sobremonte, le ordenó a Belgrano, por entonces secretario del Consulado de Buenos Aires, la formación de milicias en previsión de ataques extranjeros. No hay constancia de su dedicación a estas tareas, pero para 1806 la ciudad ya contaba con milicianos suficientes para defenderse, encomienda que había recibido don Manuel. Por entonces, se dedica al estudio de las “Ordenanzas” del rey Carlos III dictadas en 1768, código que regía la actividad castrense en todos sus aspectos: el servicio, el combate, y sobre todo el honor.
Las Invasiones Británicas
Cuando el 25 de junio de 1806, la flota británica del almirante Home Popham desembarcó en Quilmes, a cuatro leguas de Buenos Aires, al ejército del general William Beresford, la sorpresa en la capital del virreinato fue mayúscula. El repique de campanas dando la alarma general provoca lo que el mismo Belgrano relata: “Conducido del honor volé a la Fortaleza, punto de reunión: allí no había orden ni concierto en cosa alguna como debía suceder en grupos de hombres ignorantes de toda disciplina y sin subordinación alguna. Allí se formaron las compañías y yo fui agregado a una de ellas, avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia”. En este estado de cosas no debe llamar la atención que la rendición no se hiciera esperar: el 27 caía Buenos Aires.
La obligación de jurar lealtad al rey Jorge III, impuesta por el gobernador británico Beresford, fue rechazada por Belgrano, quien se exilió en Mercedes, en la Banda Oriental, y afirmó: “O el anterior amo, o ninguno”. De regreso a los pagos bonaerenses, Santiago de Liniers lo nombra sargento mayor de Patricios bajo el mando de Cornelio de Saavedra. Profundiza sus estudios militares y declara: “Por si llegaba el caso de otro suceso igual al de Beresford, u otro cualquiera, de tener una parte activa en la defensa de mi patria, …no era lo mismo vestir el uniforme militar que serlo’'. Al año siguiente se pone bajo las órdenes del cuartel maestre general César Balbiani para combatir en la batalla del 5 de julio de 1807 en las cercanías de su casa, frente al convento de Santo Domingo, una de las derrotas británicas más importantes del siglo XIX.
La campaña del Paraguay
Transcurridos los primeros tiempos de la Revolución de Mayo de 1810, y luego de formados los “ejércitos auxiliarios”, que tenían por misión imponer la autoridad de la Junta en todo el territorio virreinal, el 11 de setiembre es nombrado jefe de la expedición al Paraguay. Su experiencia y su templanza hicieron que fuera nombrado comandante y comisario político, lo que no ocurrió en los otros cuerpos castrenses. Es su primera experiencia como general de un ejército.
En la marcha hacia Asunción funda dos pueblos: Mandisoví y Curuzú Cuatiá; lleva adelante la primera campaña de vacunación masiva de la historia argentina; suprime tributos reconociendo la igualdad entre indios y españoles; hasta que llega el momento de los combates: la victoria de Campichuelo el 19 de diciembre, y las derrotas de Paraguarí el 19 de enero y de Tacuarí el 9 de marzo de 1811. Luego de parlamentar con las autoridades paraguayas emprende el regreso, entregando el 2 de mayo su comando a José Rondeau en Concepción del Uruguay. Lo someten a un tribunal militar que determina su absolución, lo que lleva a la Junta de Gobierno a afirmar el 9 de agosto: “…Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y constancia dignos del reconocimiento de la Patria; en consecuencia queda repuesto en los grados y honores que obtenía”.
El 13 de noviembre de 1811 es nombrado comandante de Patricios, cuyo asentamiento estaba ubicado en la actual esquina de Perú y Alsina, frente a la Manzana de las Luces, donde debe enfrentar tres semanas después el “motín de las trenzas”, cuando los milicianos del regimiento no aceptan pasar a estado militar según la disposición del Primer Triunvirato y se niegan a cortarse el pelo, que trenzado era uno de los símbolos de esos hombres. Como jefe no le tembló el pulso y ordenó la represión. Logrado el sometimiento de los sublevados, dispuso la ejecución de los cabecillas y todos los soldados fueron condenados a servir por años bajo código castrense. Este solo hecho desmiente la imagen edulcorada de un Belgrano con débil autoridad como jefe.
Las grandes batallas del Ejército del Norte (1812-1814)
Ya en marcha hacia las provincias del norte, llega su nombramiento como comandante del Ejército Auxiliario del Alto Perú el 27 de febrero de 1812, el mismo día que izó la Bandera Nacional a orillas del río Paraná en la villa del Rosario. Se convertirá en el jefe por antonomasia del Ejército del Norte, aunque ese cargo fue ocupado también por San Martín, Balcarce, Rondeau o el olvidado Del Rivero. Su aureola personal irradió más allá de su pericia militar.
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Toma el mando de su antecesor Juan Martín de Pueyrredón en la posta de Yatasto el 26 de marzo y se dirige inmediatamente a Campo Santo, también en Salta, donde reorganizó las tropas. El 23 de agosto ordenó el “Éxodo Jujeño”, aplicando la teoría de tierra arrasada, no dejando nada que pudiera servir a los invasores, que por entonces se proveía de los bienes saqueados. Este hecho es contemporáneo a la estrategia usada por los rusos frente a la invasión de los ejércitos de Napoleón Bonaparte. En la retirada hacia el sur, el 3 de setiembre se produce la victoria patriota de Las Piedras.
En Tucumán toma la decisión más trascendente de su vida militar: desobedece la orden del Primer Triunvirato de retroceder hasta Córdoba, enfrentando al ejército imperial español encabezado por su compañero de Salamanca, el arequipeño Juan Pío Tristán, al que vence el 24 de setiembre. Luego de la batalla, nombra generala a la Virgen de la Merced, título que esa advocación ostenta hasta hoy como Patrona del Ejército Argentino. Si hubiera seguido retirándose el ejército patriota o si hubiese sido derrotado, es razonable suponer la caída de la Revolución. Esta batalla, aún no reconocida en toda su importancia, cambia el rumbo de la Independencia sudamericana, que estaba flaqueando en el resto del continente.
El 20 de febrero de 1813, en Salta vuelve a vencer a los realistas y es la batalla más exquisita en términos estratégicos, a tal punto que es el único enfrentamiento en que el ejército español se rinde completo en toda la guerra de la independencia continental. Siete días antes sus tropas habían jurado obediencia a la Asamblea General Constituyente. El ejército sigue avanzando y toma Potosí el 9 de junio, poniendo prisioneros a alguno de los gobernadores imperiales, luego juzgados y ejecutados en la plaza principal. Otra demostración del temperamento militar del jefe Belgrano.
Su ejército sigue su penetración en el Alto Perú, hasta que una maniobra del nuevo jefe realista Joaquín de la Pezuela sorprende y derrota a las tropas revolucionarias en Vilcapugio el 1° de octubre de 1813. Reagrupadas las fuerzas rioplatenses en el campamento de Macha, se presenta nuevamente batalla el 14 de noviembre en Ayohuma (“cabeza de muerto” en quechua), y la derrota es completa. Los restos del Ejército se retiran a Jujuy pasando por Potosí, donde Belgrano ordena dinamitar la Casa Real de la Moneda, pero una traición impide la voladura. El 30 de enero de 1814 entrega el mando al general San Martín en el mismo lugar donde lo había tomado: la posta de Yatasto.
Como curiosidad de toda esta campaña, el general Belgrano se alojaba siempre en los conventos dominicos de las ciudades y de los pueblos por los que pasó la expedición, debido a su condición de terciario dominico. Comienza en Buenos Aires un nuevo proceso en su contra, que se desestima prontamente, aunque padece prisión en Luján.
La resistencia heroica y su relación con Güemes (1816-1819)
Belgrano desempeña un papel central en el tiempo de la declaración de la Independencia, dando razones, incluso militares, sobre su necesidad. El 7 de agosto de 1816 el director supremo Pueyrredón lo nombra nuevamente jefe del Ejército del Norte. Al respecto San Martín, expresa en una carta a Tomás Godoy Cruz: “En el caso de nombrar a quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de lo que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame que es lo mejor que tenemos…”.
La frontera norte fue defendida por la soberbia actuación del general Martín de Güemes y sus “infernales”, que soportaron nueve invasiones de los ejércitos de España. Fueron centenares de pequeños combates y escaramuzas que mostraron el conocimiento del terreno y el ascendiente militar del salteño. A Belgrano quedó equilibrar su atención entre la frontera amenazada y la guerra civil que asomaba entre las Provincias Unidas, presidida por Pueyrredón, y la Liga de los Pueblos Libres, encabezada por el oriental José Gervasio de Artigas. Su retiro definitivo se produce el 11 de septiembre de 1819, al ser destituido de la comandancia del Ejército del Norte.
Un motín contra el gobierno tucumano intenta arrestarlo y engrillarlo, hecho que impide su médico. En febrero de 1820 abandona para siempre el escenario de sus mayores glorias militares y comienza un penoso viaje final rumbo a la ciudad que lo vio nacer, donde moriría poco tiempo después. Bartolomé Mitre es categórico: “Manuel Belgrano fue el héroe o el mártir de la Revolución, según se lo ordenase la ley inflexible del deber”. La omisión en esta columna de la creación de la Bandera Nacional no es un olvido. Es el más grande legado del prócer, pero no el único. Lo trataremos la próxima semana, si Dios quiere.