Y un día, el gobierno nacional y popular tuvo que hacer uso de la fuerza pública y desalojar una toma. En Guernica, hubo palos, gases y topadoras levantando casillas de chapa. Por suerte, no se lamentaron muertos ni heridos graves. Dicho de otro modo: el país que los Kirchner habitaron desde 2003 a 2014 no existe más y ahora hay que echar mano a un repertorio nuevo y temido: poner orden.
Frente a una situación social y económica en descomposición, una enorme franja de la sociedad, que incluye a una buena parte del electorado que votó a Alberto y Cristina (excluyendo al sector más progresista) pide seguridad y firmeza frente a las usurpaciones, que además son contagiosas.
“En la vida, hay que elegir”, decía un spot de campaña del peronismo en 2013. ¿Entre qué tuvo que elegir el gobierno? Entre la opción menos mala: si el “lanzamiento” causaba heridos graves y fallecidos, el gobierno hubiera enfrentado un escándalo político. Cada muerto por represión, desde 2001 en adelante, hizo tambalear a los presidentes. Pero si dejaba que las tomas avanzaran se corría el riesgo de un efecto contagio y de un principio de anarquía.
¿Qué es lo peor que le puede pasar a un jefe de Estado? Que dé la sensación de no controlar los acontecimientos. Esta semana, en las tomas de Guernica y Entre Ríos, se controlaron. Se dio un paso hacia el estado de derecho. “Nunca estuvo en duda la propiedad privada”, dijo el presidente. Estuvo: en la toma de Entre Ríos pernoctaron funcionarios nacionales y en Rio Negro la gobernadora está enfrentada con el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas porque los acusa de asistir al sector de los mapuches violentos de Mascardi y el Foyel. Alberto Fernández tiene que ser muy terminante en su apoyo a la propiedad privada porque en la huerta política, el que siembra ambigüedad cosecha anomia.
La pobreza es del 41 por ciento y la infantil del 56. En esta cuarta edición de un gobierno kirchnerista, se terminó el “todo para todos” que supo reinar en los anteriores tres gobiernos de Néstor y Cristina. A Alberto Fernández, le toca administrar escasez. Y eso significa ajustar y frustrar, por momentos, a la población.
El gobierno autopercibido de centroizquierda deberá enfrentar, en principio, a la izquierda. Como ejemplo, escuchemos a Axel Kicillof: “En Guernica, había militantes de fuerzas políticas sobre los que me reservo de cualquier comentario, simplemente digo que no estaban por un problema habitacional propio sino por una decisión política de estar ahí”. Y también al Cuervo Larroque: “En Guernica, había bandas pesadas”. La aceptación pública de que escondida detrás de la pobreza también hay delincuencia (existen “pobres malos”) es una novedad discursiva relativamente nueva en el kirchnerismo.
El campo de los Etchevehere fue testigo de un acontecimiento memorable. La revolución agraria de Grabois se presentó en sociedad con una huerta de 5 metros por 10. La imagen, vista desde un dron, no contagiaba. El gobierno hizo una rápida regla de tres simple y calculó cuántas huertas necesita para reemplazar los 11 mil millones de dólares que el campo le liquidaría de acá a marzo. El presidente mima a Grabois diciendo que sus ideas no son descabelladas, pero el dirigente social fue uno de los perdedores de la semana. En el avatar, le cantaron “a desalambrar”. Y en la juntada, a desalojar.
En este ciclo de Alberto Fernández, marcha, silenciosa, la palabra tabú: ajuste. El ajuste está entre nosotros con reducción de las jubilaciones a partir de la fórmula que hizo el gobierno apenas asumió y también con paritarias aletargadas. Sí, a pesar de los muy necesarios ATP, IFE y otros subsidios, hay un ajuste peronista en marcha.
El país que los Kirchner habitaron desde 2003 a 2014 no existe más y ahora hay que echar mano a un repertorio nuevo y temido: poner orden.
La primera ola de la pandemia no termina mientras la segunda ola espera para aterrizar, como los aviones sobre los aeropuertos. El coronavirus que amenaza con quedarse más tiempo del que se suponía fragiliza aún más la economía. Hoy, la Argentina es una escarapela, o sea, la patria sostenida por un alfiler. Cristina lo sabe. Por eso, dejó de lado su sueño de “reformar las viejas arquitecturas institucionales” con un nuevo pacto social y escribió una carta con dos moralejas:
- Solos no podemos, necesitamos un acuerdo con todos los sectores para frenar al dólar (sorprendente admisión de debilidad).
- El que gobierna es el presidente, frase magistral que empodera al presidente pero sobre todo lo responsabiliza. La traducción: “Habrá economía bimonetaria, pero no hay gobierno bifronte, es todo de... él”.
Alberto Fernández tenía todo preparado, pero el 27 de octubre ni Cristina Fernández de Kirchner ni Máximo Kirchner fueron al Centro Cultural Kirchner, a emplazar la nueva estatua de Néstor Kirchner. Guernica fue un poroto. La toma más grande la hizo Cristina. Tomó distancia.