David Bowie murió el 10 de enero de 2016 en Nueva York luego de un cáncer que atravesó en silencio. Dos días antes, en su cumpleaños 69, el artista lanzó su último disco, Blackstar. La ciudad de París bautizará el lunes una calle con su nombre, según indicaron las autoridades, en un homenaje al cantante ocho años después de su muerte.
“Rue David Bowie” formará parte del callejero del distrito 13 de la capital, entre la estación de tren de Austerlitz y la biblioteca nacional François Mitterrand, cerca del río Sena.
La calle, de unos 50 metros de largo, era conocida anteriormente por los urbanistas como “VoieDZ/13″, un título provisional que podría haber gustado al autor de canciones como “TVC15″ o “5:15″.
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Aunque París desempeñó un papel menos importante en la vida de Bowie que otras ciudades como Londres, Berlín o Los Ángeles, la cultura teatral francesa de vanguardia influyó en su estilo visual. Una enigmática frase de la canción “Aladdin Sane” hace referencia a “París o tal vez el infierno”. El alcalde del distrito, Jérôme Coumet, un fan confeso de Bowie, lo anunció en sus redes sociales y fue quien lanzó la idea en 2020.
David Bowie, un artista que marcó una época
Desde muy chico, Bowie se interesó desde chico por el arte. La música, el dibujo y el cine ocuparon un lugar preponderante dentro de su carrera. Como un camaleón, el artista se metió en distintos estilos como el folk, psicodelia, soul, R&B, new wave, electrónica, pop y el art rock. En todos se destacó. De su imaginación nacieron varias criaturas que marcaron cada una de sus etapas.
Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Aladdin Sane o Let’s Dance, son algunas de las oras que marcaron su carrera. Como todos los grandes artistas, su obra ha sido atravesada por sus obsesiones: soledad, alienación, espiritualidad, sexo, fama, muerte, el misterio de la comunicación humana; pero también por sus lecturas como Jack Kerouac, Friedrich Nietzsche, William Burroughs; su pasión por la música, la moda, el cine, las artes plásticas, la psicodelia, el punk y también, por sus miedos.
Alguien que necesitaba absorber todo para fagocitarlo y luego de incorporarlo y hacerlo propio, transformarlo en otra cosa, nueva, diferente y rara por momentos. “Soy un ladrón del buen gusto. El único arte que voy a estudiar es el que se puede robar”, declaró a mediados de la década del ´́70.
Agnóstico, aunque siempre se abrazó a la práctica del budismo tibetano como una especie de religión: “Existe algo más allá, Dios es una energía”. En definitiva, como casi todos, intentaba la búsqueda de un sentido a su propia vida y sobre todo, a su lugar en el universo.