“Es hermoso sentirlos”, dice Abel Pintos en la sala sinfónica de La Usina del Arte sin público presencial, este sábado cerca de las 22. Abre los ojos y se corrige: “Es hermoso presentirlos”. Ahí llega su himno La llave, resignificado en esta pandemia: “La distancia y el tiempo no saben la falta que le haces a mi corazón”. Ya pasó una hora de su histórico concierto Streaming & Radio, con su banda, que en dos horas cuarenta, y con 38 temas, emocionó a 20 mil personas a través de la plataforma online paga Live Pass, y a 15 mil más (gratis) por la web de Radio Nacional. Una “primera fila absoluta”. Por el éter y a la vez virtual.
Abel Pintos esbozó aquel concepto en la previa del show (de elevada calidad sonora, instrumental y digital), entrevistado por Eleonora “Beba” Pérez Caressi en el primer piso de La Usina. Estaban sentados en dos sillones a más de un metro, por protocolo sanitario y musical. “Vinimos aquí para que cada uno pueda hacer su propio viaje. Nosotros también vamos a hacer el nuestro”, dijo el artista, buscando analogías de livings atemporales: “Muchos se habrán preparado una picadita, más de una vez para ver un DVD de la banda que les gusta. Sólo que éste recital va a ser en vivo. Disfruten”.
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Y en la sala sinfónica de La Usina, con una enorme y a la vez sutil puesta escénica y de luces, no oirá los aplausos al final de cada tema: captará su propia respiración. “Quiero mandar un abrazo muy grande y dar gracias, de corazón, a quienes están escuchando este concierto en radio, en la Base Esperanza de la Antártida y en distintos lugares del mundo. Gracias también a ustedes, que nos permiten estar en este momento en un rincón de su casas”. ¿Cómo sonarán los aplausos invisibles en la mente de Abel? ¿Cómo los percibirá su cuerpo a la distancia, vital para cuidarse y cuidar?
A las 21.02 se disparó el concierto Streaming & Radio con él jurando “Quiero cantar”: el cantor sideral lleva un traje beige sobre una remera blanca de fina trama; un sombrero verde oscuro de ala ancha, con una pluma lateral. Se humedecen los ojos de Abel tras sus anteojos amarillos, y mueve los brazos junto a una guitarra acústica en su pie, en la penumbra inicial. En la plataforma detrás, bien lejos, se distribuye la banda en abanico: Ariel Pintos a la izquierda, con sus guitarras; Alfredo Hernández con su teclado estratégico; Ervin Stutz en trompeta y Carlos Arin en saxo; el bajista Alan Ballan; la batería de José Luis “Colo” Belmonte y Marcelo Predacino, con sus guitarras, en el extremo derecho.
Le sigue “El adivino”, con su voz más leve. Abel abre los brazos ofreciendo esa letra de fe, de soledad y de un adiós con dolor. Y enseguida llega la catarsis, con la intro de trompetas y saxo, de “Cómo te extraño”. Un largo silencio precede al agudo del estribillo, una octava más arriba, que abre la conmoción virtual. El artista los intuye o los adivina: están aquí delante, junto a él. O estarán en el mañana, cuando pase esta etapa de angustia global.
El “Pájaro cantor” se suelta un poco más, mirando a las butacas vacías, a la audiencia intangible, con los reflectores sobre su cuerpo. También la letra de su single “Juntos”, de 2015, cobra otra dimensión en plena pandemia: “Sé que seguiremos juntos a través del tiempo. Que iluminarás por siempre mi mundo violento. Que piensas en mí y sonríes en este momento, en otro lugar. Vamos a respirar”. Se abre el primer momento épico del recital online y radial: el piano de Hernández es el único fondo armónico para “Sin principio ni final”, con la atmósfera de luces rojas verticales, en hilera, como si la sala sinfónica fuera una nave espacial.
Tras esa versión del hit, sin ansiedad, llega “Mariposa” y Abel baila regresando al micrófono. Chasquea los dedos, imita el frágil aleteo rotando una mano y busca el falsete, en una frase de amor sensual y filosófico: “Cada final de los días lo real se confunde con lo onírico”. Con otro gesto de mariposa dejará una reverencia, previa a otro lento, sólo con la compañía de las guitarras de Predacino y de su hermano Ariel: “Tanto amor”. Ahora flotan sus palabras al compás de su cuerpo, en un banco alto, sobre más luces rojas envolventes. El cantante cierra los ojos, indicándole a su público que coree consigo.
En la memoria hay miles y miles llenando el vacío con sus gritos, su sudor y su atracción hacia Abel. Por eso la que sigue conecta bien: la dolida y colectiva “Oncemil”. La guitarra con efectos avanza sobre los tambores categóricos de Belmonte y los efectos de cuerdas en el teclado llenan la sala, sin rostros delante. Luego girará la llave con sus arreglos acústicos, regresará el brillo clásico de “El mar”, y a la hora del concierto habrá una sorpresa a capella: “El Antigal” (de Ariel Petrocelli y Daniel Toro). Abel murmura la melodía y luego hace latir a La Usina, en un agudo de conexión ancestral.
El instante precede a otra visión de raíz folklórica y digital: la chacarera “La flor azul” (de Mario Arnedo Gallo y Tonito Rodríguez Villar). Abel se quita el saco y se queda en remera. Con compás peruano afronta “Asuntos pendientes” y recobra la zamba “Solo”, con su textura electro-rockera y la exigente modulación de su estribillo. Pasarán “Flores en el río”, “Lo que soy”, “Aquí te espero”. Y, en “Ya estuve aquí”, Abel ruega con los ojos a cámara: “¿Van a cantar conmigo?”.
Dos más quedan antes del último segmento del show: “No me olvides” (donde se arrodilla y elabora silencios, invitando a los coros virtuales) y “Tiempo”, sobre una base pop seteada junto a la banda. Titilan las luces del fondo, verdes y azuladas, para el single reggaetonero “El hechizo”, en el que Abel hasta juega a rapear. Versiona “Y la hice llorar”, del grupo mexicano Los Ángeles Azules, con vestiduras de trompeta, saxo y más acordeón, justo antes del popurrí cumbiero (“Incomparable”-"Buenos amores"-"El vagabundo") y de otra más, en la que baila incitando a las caderas sin límites: “Cuántas veces”.
A las dos horas de concierto abordan “Pensar en nada”, de Gieco (“un abrazo fuerte para León, el papá de todos”) y rescatan la magnética “Crónica”, con evocaciones de viajes y conciertos que volverán:. “Soñando sin parar el tiempo de cantar”. Y otra canción pensada para los y las ‘abeleras’ es “Motivos”: “Es ahora familia. ¡Es ahora y desde casa!”, dice Abel. “Este es un camino por delante. Queda mucho, mucho por delante, y vamos a seguir juntos”.
La confesional “De sólo vivir”, y el festejo peruano “El alcatraz”, anticipan el rabioso adiós de “Revolución”: “¡Nadie duerme en el país esta noche!”. La letra también se podrá ligar al presente: “Devoramos a otros sin creer en nosotros. Nuestro instinto animal es así”. Ya son las 23.25 y Abel se despide: “Extrañamos mucho tocar, cantar y compartir música con todos los que están del otro lado, algunos en el streaming y otros por radio. Muchas gracias por habernos acompañado tanto tiempo. Los abrazo muy fuerte”.
Es el clima para los dos bises. Primero, la canción que dedicó a su futuro hijo Agustín: “Piedra libre”. Un regalo pop, secreto y compartido: “Sólo pienso en ti, en la libertad de abrazarte, y ya no puedo esperar a que estés aquí”. Y una plegaria para alejarse, y para conectar con otro enigma: “A-Dios”. Abel se relaja, oye el silencio de su banda y repite la frase final a capella, variando mínimamente la melodía. Como un mantra, con las manos en el pecho: “Te pensaré, te sentiré, te extrañaré cada día”. Entonces se quita el sombrero, hace otra reverencia, sonríe y su silueta negra se recorta sobre las luces de La Usina, hasta desaparecer.