Cuatro décadas después de su muerte en París a los 27 años, el magnetismo del misterio sigue arropando la figura de Jim Morrison, el poeta que lideró "The Doors" y que trascendió a la escena musical para convertirse en un prominente icono de la generación maldita del rock and roll.
El rastro de los últimos pasos de Morrison -fallecido a la misma edad que Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones o Kurt Cobain- dejó París surtido de lugares vinculados al chico tímido y excéntrico que llevó a las radios de todo el mundo el rock psicodélico de temas como "The End", "Break On Through" o "Touch Me".
Protegidos por una valla metálica en la división 6 del cementerio del Père-Lachaise, los restos de James Douglas Morrison (1943-1971) yacen bajo una lápida a la que nunca le faltan flores y donde un epitafio reza: "Kata ton daimona eaytoy" (Fiel a su propio espíritu).
Allí se congregan sus adeptos, que a menudo declaman poemas, hacen fotografías o colocan botellas de bourbon junto a la célebre lápida, mucho más frecuentada que los vecinos lechos del escritor Oscar Wilde, la soprano Maria Callas o el compositor Frédéric Chopin.
"Sentí tristeza y respeto al ver la tumba", comentó Sandy Babtist, londinense afincada en Melbourne que volverá a casa con una pequeño busto del artista guardado en su valija.
Decorado con sillones de cuero y engalanado con gigantescas efigies de Morrison y su grupo, el Lézard King Bar sirve cócteles como "Light My Fire" o "Strange Days", en honor a las canciones de los ídolos del propietario, Christophe Maillet.
"Hice este bar por Jim, con mi colección personal", explicó Maillet, al que los abogados de "The Doors" le reprochan haber utilizado su nombre y su imagen sin autorización.
Uno de los mayores fetiches de Morrison grabados en las calles de París es el número 17 de la rue de Beautreillis, un inmueble haussmaniano de cinco pisos cercano a la Plaza des Vosges.
Se trata del último lugar donde habitó durante sus cuatro meses de residencia en la ciudad y donde fue declarado muerto por paro cardíaco, aunque nunca se le practicó la autopsia, lo que generó rocambolescas teorías sobre su muerte.
Sam Bernet, autor de varios libros sobre "The Doors" y propietario de la extinta sala Rock'n Roll Circus, sostiene que Morrison murió en su bar y que él mismo fue uno de los que le trasladaron desde la discoteca hasta su casa.
"Yo estaba entre las tres personas que le encontraron muerto en los baños de la discoteca", dice Bernet, quien asegura que un cliente y médico "constató el deceso por sobredosis" de heroína.
Hay también quienes sospechan que Jim Morrison nunca falleció, y quienes creen que su padre, militar de profesión, sustrajo el cuerpo del sepulcro y lo repatrió a Estados Unidos clandestinamente.
"El Rey Lagarto", aficionado a consumir drogas psicotrópicas como la marihuana, el LSD o el peyote para adentrarse en experiencias chamánicas, había llegado a París convertido en un obeso, alcohólico y desaliñado, para centrarse en su poesía. Corría marzo de 1971.
Era un Morrison ajeno al joven sensual y provocador que poco antes hechizaba en los escenarios con sus pantalones ajustados de cuero y sus improvisaciones poéticas.
Un año antes de llegar a Francia, Morrison había sido condenado por conducta lasciva y libidinosa durante un concierto en Miami, aunque logró evitar la cárcel con apelaciones y una fianza de 50.000 dólares.
El universo del rock se había enrarecido con las muertes casi consecutivas de Jimi Hendrix y de Janis Joplin, y "Jimbo" se refugió en París con su novia Pamela Courson, quien poco después le encontraría muerto en su bañera.
"Jim no habría ido a París si no hubiera ocurrido toda esa mierda de Miami", lamenta Baptist al recordar cómo terminó la espiral de éxito y autodestrucción de aquel estudiante de cine la Universidad de Los Ángeles (UCLA) que a los 21 años fundó un grupo llamado "The Doors" y con el que llegó a cotas de popularidad reservadas solo a un puñado de leyendas del rock.