Si Paul McCartney había roto los cánones de la época grabando “Hey Jude”, canción que no solo duraba casi ocho minutos sino que su estribillo, el histórico “na na na nananana, Hey Jude…”, se sostenía en el mismo tono en los tres minutos finales, John Lennon hizo algo similar en 1970, cerca del final de Los Beatles.
Es que debutó como solista mientras la icónica banda de LIverpool agonizaba, y en un álbum cuya primera canción, Mother, finalizaba con gritos desgarradores que se repiten durante más de un minuto y medio pidiendo que su madre no se fuera (“Mama don’t go”).
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El “don’t goooooo” estiraba la “o” final que se iba convirtiendo casi en una “a” y rozaba la disfonía. Lennon era un adulto convertido en un niño que se desgarraba pidiéndole a su mamá que no lo abandonase y a su padre (“daddy come home”) que volviera a casa.
Esos gritos no eran casuales sino producto de una extraña terapia que tanto John como su esposa, Yoko Ono, hacían. Una terapia psicológica que tiene nombre y también un apellido: Terapia Primal, de Arthur Janov, un psicólogo que había publicado un libro de autoayuda que llevaba el nombre de su terapia y que en marzo de 1970 llegó a manos de Lennon.
Esta terapia consistía esencialmente en gritar fuerte para liberar el dolor reprimido que se pudo generar en la primera infancia. “Se lo hace consciente para reexperimentarlo y expresarlo con plena conciencia”, explicaba su teoría Janov, quien concluía asegurando que “volver a experimentar los traumas y poder expresar esos sentimientos dolorosos reprimidos desde el inicio de la vida, permite la resolución de los síntomas neuróticos”.
John había sido criado por su tía Mimi porque su padre lo había abandonado de niño al igual que su madre, Julia, con quien se reencontró en la adolescencia. Pero la suerte del beatle lo dejó a la deriva, cuando al poco tiempo un auto atropelló y mató a su mamá.
Luego de leer el libro, Lennon tuvo varios encuentros con Janov que lo ayudaron a deahogarse y aquella primera canción solista fue un modo de exorcizar sus demonios internos.
A 43 años del absurdo asesinato de John Lennon a manos de Mark Chapman
El 8 de diciembre será recordado por siempre con una fecha trágica para el rock y la música del siglo XX. En el helado anochecer de Manhattan, en la puerta del edificio Dakota frente al Central Park, un demente le metió cinco balazos a Lennon, que paradójicamente era su ídolo y con quien estaba obsesionado. Tanto como para matarlo, según confesó después.
Mark David Chapman tenía 25 años y Lennon 40. El cantante estaba regresando al ruedo musical luego de un parate de cinco años en el que se había dedicado de lleno a la crianza de su hijo, Sean, fruto de su relación con Yoko Ono.
El compromiso pacifista de Lennon de finales de los 60 y principios de los 70 continuaba, aunque para inicios de la década del 80 el que se estaba pacificando era el propio John, quien cumplía un rol, el de padre, que había pasado por alto con su primer hijo, Julian. Y había decidido, nuevamente con la colaboración de Yoko, meterse en un estudio de grabación.
Allí grabó un álbum que tituló “Double Fantasy” y que salió a la venta el 17 de noviembre de 1980, tres semanas antes de que Chapman lo acribillara. Unas horas antes de matarlo, el asesino había tenido, también en la puerta del Dakota, un encuentro con Lennon y le pidió que le autografiara la tapa del nuevo disco que había comprado en la mañana. John complació ese pedido.
“En ese momento ganó mi parte buena. Pensé en dejar todo y volverme al hotel. Pero no podía”, declaró Chapman, quien esperó en la puerta del Dakota hasta el regreso de Lennon, quienes volvió con Yoko a su departamento unos minutos antes de las 23 del 8 de diciembre. Yoko se adelantó para abrir la puerta pero John se demoró: Chapman lo había llamado. “Mr. Lennon”, le dijo. Y cuando el músico se dio vuelta, lo baleó.
Fue condenado a cadena perpetua y, aunque está en condiciones de pedir su libertad, ésta le fue denegada en la docena de ocasiones en que la solicitó en los últimos años.
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Lennon quedó en el suelo, moribundo, desangrándose. Los gritos, esa vez, fueron solo de Yoko Ono, quien pedía una ayuda que llegó rápido aunque el daño ya era irreversible. A las 23.15, en el Hospital Roosevelt, John fue declarado muerto.
“God”, otra de las canciones emblemáticas de aquel debut solista que arrancaba con Lennon gritando y pidiendo por su mamá, lo tenía mucho más sereno y reflexivo. “Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor”, decía, antes de enumerar una cantidad de cosas en las que ya no creía y que fueron casi un testamento.
Una de esas cosas eran Los Beatles. “Sólo creo en Yoko y en mí. Y ésa es la realidad. El sueño se terminó queridos amigos, hay que seguir adelante. El sueño terminó”.