“Somos realmente el remedio que cura las heridas”, dice Cucho Parisi minutos antes de bajar las escaleras de su camarín y encarar un escenario por primera vez en 18 meses. Desde que empezó la pandemia, la banda más popular de Latinoamérica se guardó y simplemente se dedicó a mirar para adentro, regalarle música a sus fanáticos a través de las plataformas y preparar un disco de covers que reflejan su ADN musical. “Es un momento emotivo, más que nada para la gente”, agrega el cantante enfundado en un pantalón blanco impecable. A su lado está Nito Montecchia, miembro fundador, con una sonrisa inclasificable.
Falta menos de media hora para que se apaguen las luces del Estadio Obras -que colma su capacidad permitida por protocolo- y suenen los primeros acordes de “Somos”, el himno decadente que referenció Cucho al comienzo de la entrevista. En el pasillo de camarines se respira la antesala de un show histórico, en el que la banda celebrará 35 años de existencia, relevancia e influencia musical.
Sus canciones son la banda de sonido de un país con crisis circulares que deposita en ellos un momento de respiro y celebración. “La alegría es un tema muy serio para nosotros”, cuenta Nito en el aire de TN. “Después de la crisis del 2001, nos transformamos en esto”, suma Cucho. “La gente nos decía ‘gracias por la alegría que nos dan’ y yo lo tomé con una carga emotiva muy fuerte”.
Lo que empezó como una misión -”la música funcionó como vía de escape”, analiza Cucho- se transformó en la reivindicación de la comedia por sobre el drama, con una banda degenerada que tuvo una escalada de hormiga hacia el estrellato. Los Decas son, ante todo, el triunfo de un grupo de músicos que sobrevivió a todos los conflictos (y mutaciones de una nación) para terminar emocionados a los abrazos en el reencuentro con su gente. “Nos mantuvo unidos el cariño del público y poder estar todo el tiempo, en todos lados, tocando”, dice Montecchia sin demagogia alguna.
El regreso de una catarata de hits
Un par de minutos después, toda la banda se acomoda para las fotos de rigor en la previa. Con puntualidad decadente, a las 20.59 se apagan las luces del Templo del Rock y lo que sigue son dos horas de una fiesta que parecía impensada un mes atrás. Durante esos casi 120 minutos, el mundo es un lugar mejor, más feliz y repleto de hits (un “grandes éxitos” excedería la edición de un disco doble). Abren con un engachado que tiene a Cucho como protagonista excluyente en la voz, un maestro de ceremonias forjado en el 2tone y la impronta madchester.
Mientras suenan los acordes de “Cómo me voy a olvidar”, Cucho frena el show. No se confundió ni perdió la entrada al verso, sino que quiere ser franco con la gente: “No puedo cantar esto de forma automática”. Con un gesto improvisado, sincero, que salió la lógica del ensayo, el cantante volvió a levantar esa bandera de humildad sensible que nunca perdió desde que cantó por primera vez en el centro de estudiantes de un colegio de Almagro.
Después del enganchado del comienzo -con “Pendeviejo” y “Enciendan los parlantes”- la banda está suelta, finamente a tempo y dispuesta a no frenar. El show es un clásico de sus últimos diez años, en el que los cantantes se van sucediendo y presentando. Después de “Los Piratas”, es el turno de Jorge Serrano, uno de los compositores de música popular más grande de la historia argentina.
Poco afecto a las demostraciones tan públicas de cariño, el Perro Viejo limita su participación a coros -no tocó la guitarra en vivo- y da el paso al frente para cantar esos temas imbatibles. “Corazón”, “Diosa”, “Viviré por siempre” (con alta carga emotiva) y “Amor” son sus primero cuatro temas de la noche; Canciones que podrían hacer la carrera completa de una banda durante décadas y que a Serrano le salen sin pedir perdón ni permiso.
Diego Demarco -en plan guitarhero durante las dos horas- marca el tempo con sus tres hits: “La prima lejana”, en clave folkpunk, “Besándote” y “El gran señor”. Ver a esta versión de Los Decas es casi como estar viviendo una realidad paralela en la que estás contento las 24 horas del día. Cucho vuelve al escenario para hacerse cargo de “Los Viejos Vinagres”, el primer adelanto de su próximo álbum triple. Al terminar la canción, engancha a capela “La Rubia Tarada” con el apoyo del público y se desmiembra en un baile anfetamínico cuando empiezan las golpes punk de “La marca de la Gorra”. Pasaron 35 años, pero disfruta como el primer día -o quizás más-.
La segunda hora es un manual decadente para manejar las intensidades. Serrano vuelve a asumir su posición para (otros) tres clásicos insuperables: “Un Osito de Peluche de Taiwán”, “No me importa el dinero” (con Julieta Venegas en sincro en pantallas) y “El pájaro vio el cielo y se voló”. Tres épicas de distintos estadios de un romance.
Edu “El Animal” Trípodi se encarga de “El Jorobadito” y después reaparece la esencia Specials del grupo en una versión tremenda de “Beatle” de Attaque 77 y “Skabio”, uno de los clásicos de El Milagro Argentino, su primer álbum. Antes de los bises suena el tema que debería ser el himno nacional argentino: “La guitarra”.
Después de soplar las velitas con una torta gigante de cotillón -”más decadente, imposible”, suelta Cucho entre risas-, regresan al escenario para los tres últimos clásicos: “Loco (tu forma de ser)”, “Siga el baile” e “Y la banda sigue”, que encierra todas las facetas de la banda menos etiquetable de la historia argentina. ¡Al gran pueblo decadente, salud!