Luca Prodan tenía 34 años cuando murió y no alcanzó a dimensionar la trascendencia que tuvo en toda una generación. Ni tampoco, lógicamente, vio cómo el fanatismo y el oportunismo lo convirtieron en un mito y también en un objeto de merchandising. No le hubiese gustado nada ser testigo de cómo pasó a ser un culto del mercado, cuando él prefería andar con ojotas, jogging gastado y cualquier remera cubriéndole el torso.
Prodan, que nació en Roma el 17 de mayo de 1953 y en 2022 hubiera cumplido 69 años, se crió en la alta sociedad y pudo tener una vida de príncipe, pero eligió sentir su libertad como un bohemio, lo cual transformó su día a día en una vida fascinante. Una vida que fue desde una educación aristocrática en uno de los mejores colegios de Europa a terminar viviendo en una pensión, solo, en la zona céntrica de Buenos Aires.
Tuvo una infancia plena de felicidad, en la que practicó buceo entre varios deportes. Pero la decisión de sus padres de que su adolescencia la pasase encerrado en el Campus del exclusivo Gordonstoun School de Escocia, lo llevó a rebelarse.
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No le importó cuánto pudo aprender ahí ni que el Príncipe Carlos haya sido contemporáneo suyo en esa misma institución. Buen alumno, absorbió una enorme cantidad de conocimientos pero no los aplicó para lo que el establishment exigía, sino que los terminó compartiendo, ginebra de por medio, en los bares de Buenos Aires y del Conurbano bonaerense.
Antes de llegar a la Argentina, Luca la pasó mal en Europa, porque después de escaparse del colegio escocés en su último año (hasta Interpol lo estuvo buscando) su mamá lo encontró en Roma, adicto a la heroína y en un muy mal estado emocional. Gracias a un médico que lo declaró “demente” no hizo el servicio militar italiano pero tampoco pudo hacer mucho para salir del infierno en que estaba metido.
De hecho, al tiempo, las cosas empeoraron con el suicidio de su hermana y él también estuvo a punto de morir por sobredosis de heroína; cayó en coma. Curiosamente, lo salvó el único amigo que se había hecho en Escocia, Timmy McKern, quien tenía familia en la Argentina y se había radicado en las sierras cordobesas, donde formó una familia.
Fue Timmy quien le tiró un salvavidas a Luca cuando le envió una carta con una foto en la que estaba con su esposa y su hija pequeña y, de fondo, las sierras. Y lo invitaba a pasar una temporada con ellos. Luca llegó a la Argentina a comienzos de los 80, para oxigenarse de Europa y de la heroína. Y se quedó para siempre.
Aprendió a hablar español escuchando a la gente, la radio y la televisión gracias a su enorme facilidad idiomática (además de italiano e inglés, también hablaba francés) y profundizó su amor por la música, por el rock, pero también por la fusión con el reggae, sello distintivo de lo que luego sería Sumo.
En Córdoba conoció a Germán Daffunchio y a Alejandro Sokol. Antes de mudarse al barrio inglés de Hurlingham, en Buenos Aires, y darle inicio a Sumo, viajó a Europa por última vez para comprar equipos e instrumentos. Su vida y su música ya tenían asilo en la Argentina.
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Mientras el hipismo de los 70 le abría paso a la “New Age” de los 80 en la Argentina, Luca iba a contramano. O, en realidad, a una mano única, la suya. Componía en inglés porque el rock no concebía, según su pensamiento, otro idioma. Aunque, finalmente, en Sumo aparecieron las letras en castellano.
Marcó tendencia con su estilo musical, con su impronta y con su imagen: el rock era con pelo largo y en los 80 muchos se lo empezaron a cortar o a pararlo con gel (la moda punk). Luca era un poco de todo eso musicalmente, pero estéticamente era pelado. Ser un rockero calvo también resultó contracultural. A Prodan no le pesó y terminó marcando tendencia.
Sí le comenzó a pesar su adicción a la ginebra, que reemplazó las drogas duras y que lo llevó, desde otro lugar y a paso más lento, a la muerte. Pudo haber muerto de sobredosis a los 26 años y falleció de cirrosis hepática producto de su alcoholismo a los 34.
Lo encontraron muerto en la pensión en la que pasó sus últimos días, a la vuelta del colegio Nacional Buenos Aires, el 22 de diciembre de 1987. Había sufrido un paro cardíaco. Antes, también había sufrido. En su adolescencia, en la cárcel estudiantil a la que lo enviaron sus padres, a quienes odió por eso.
Pero también había vivido. Como quiso muchas veces, como pudo otras tantas. Contra el sistema, antes de ser una cara impresa en una remera y habiendo dejado un legado musical que cautivó y formó a más de una generación.