Hace exactamente un mes Meghan Markle y el príncipe Harry daban el sí en la capilla St.George del Palacio de Windsor. Y hoy, ya convertidos en los duques de Sussex, debutaron como pareja en una de las citas anuales preferidas de la realeza, Royal Ascot.
Se trata de un evento deportivo con más de 300 años de historia -lo fundó la reina Ana en 1711- con carreras de caballos que se extienden durante cinco días y con un dress code muy exigente.
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Es obligatorio, entre otras cosas, llevar la cabeza tapada con fascinators o sombreros que tengan al menos una base de 10 centímetros de ancho. Desde este año, las reglas se pusieron más estrictas y se prohibieron también los vestidos con cuello bote o bardot, que dejan parte de los hombros al descubierto, y que son uno de los favoritos de Meghan. Tampoco los muy entallados ni faldas que sean por arriba de la rodilla.
Para su debut en Ascot, Meghan apostó a un look clásico. Una vez más recurrió a Givenchy, la casa francesa responsable de su vestido de novia. Llevó un modelo midi en color blanco tipo camisa con botones al frente y falda corte pañuelo. Acompañó con un delicado cinturón negro, stilettos negros y un fascinator bicolor de Philip Treacy, el más famoso diseñador de sombreros de Gran Bretaña.
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La exactriz de Suits se trasladó en un carruaje junto con su marido y los condes de Wessex, el príncipe Eduardo y su mujer Sofía. Antes que ellos llegaron al hipódromo, situado en el condado de Berkshire, cerca del castillo de Windsor, la reina Isabel II, que vistió de amarillo, acompañada de su hija la princesa Ana. Tampoco quisieron perderse la primera jornada del torneo el heredero a la corona británica, el príncipe Carlos, su esposa la duquesa de Cornualles y el duque de York.
