No se puede caminar sobre el agua, aunque a veces da la impresión de que se está a punto. Hace falta un buen calzado para recorrer el espectacular sendero de los Gobbins en los acantilados de la costa de Irlanda del Norte. Pero ya no hace falta tanta osadía como hace cien años.
El sendero de los acantilados junto a la ruta costera de La Calzada ya era una atracción turística en la época victoriana. Gracias a las primeras locomotoras a vapor se descubrieron paisajes como la costa del condado de Antrim. Así comenzó un primer boom de visitas a este lugar espectacular.
Sin embargo, en 1954 los Gobbins tuvieron que ser cerrados por falta de dinero. Volvieron a abrir en 2015. Pero la alegría no duró mucho y ya un año después el sendero volvió a ser clausurado debido a los numerosos desprendimientos de piedra. En 2017 volvió a abrir.
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"¡Bienvenidos! ¿Listos para empezar?", así saluda Alan Hurst a su grupo de viajeros. Después hace una breve indicación sobre la seguridad. No es conveniente padecer claustrofobia, explica el guía. "Pero les garantizo que les gustará". Y que tendrán mucho hambre tras la excursión de dos horas y media de duración, añade. Hay que recorrer a pie 4,5 kilómetros y subir en total más de 1.200 escalones.
La meteorología siempre es una incertidumbre en la costa de Irlanda del Norte. Hoy el cielo está despejado y el viento es leve. "Ojalá siga así. Por las dudas, cruzo los dedos", comenta Hurst, que en la empinada bajada al comienzo del sendero tiene una buena historia que contar.
Según relata, cuando se acondicionó el sendero por primera vez a principios del siglo pasado se tomó en consideración a seres fantásticos. "Vean los espinos blancos. Allí viven las hadas que se alimentan de las campanillas azules que crecen alrededor. Por eso era obvio que estos árboles no se podían talar", explica Hurst.
Uno de los turistas quiere saber de dónde viene el nombre de los Gobbins. Posiblemente esa denominación proviene del gaélico y significa algo así como "punta de la roca", explica Alan. Pero no se sabe a ciencia cierta.
En algún momento el sendero se vuelve estrecho. A veces va cuesta arriba y a veces cuesta abajo. En el lugar conocido como Wise's Eye comienza la parte más emocionante junto a los acantilados, asegurada con cuerdas de acero y a veces de apenas medio metro de ancho.
En las rocas anidan frailecillos atlánticos, gaviotas piquicortas y otras aves. Con algo de suerte, también se pueden ver halcones peregrinos o cormoranes.
La vista se centra en la costa de basalto y las numerosas capas de sedimento en la piedra, que revelan mucho sobre el clima en el triásico y el jurásico. Pero también va hacia abajo. Dependiendo de la marea, se puede estar a pocos metros del Atlántico. No debe excluirse que se mojen los pies en algún lugar del camino.
"Cuando vinimos aquí ayer, tuvimos que tener mucho cuidado con las olas y la gente sólo podía pasar por algunos lugares cuando yo les avisaba y de uno en uno", relata Hurst.
Ahora queda superar el empinado tramo final hasta el punto de partida. Algunos de los turistas llegaron a sudar. Alan Hurst está satisfecho. Queda la duda de si sus dedos cruzados contribuyeron a que siguiera brillando el sol. En cuanto al hambre esperado, queda claro que tenía toda la razón.
Por Brigitte Geiselhart (DPA).