La organización Human Rights Watch (HRW) publicó un informe que incluye más de un centenar de testimonios para documentar como nunca antes los abusos y violencia sexual que sufren a diario las norcoreanas y su total indefensión ante semejante panorama.
El demoledor reporte, presentado en Seúl, plasma en detalle por primera vez una situación que ya habían mencionado anteriores investigaciones sobre derechos humanos en el que se considera el país más hermético del mundo.
// El abuso sexual infantil ahora es un delito de acción pública
Este nuevo documento no deja lugar a dudas. Prácticamente toda mujer norcoreana, niña o adulta, está expuesta a sufrir abusos sexuales, violaciones incluidas, durante buena parte de su vida tanto en el ámbito privado como en el público en un contexto que garantiza una impunidad casi total a los hombres que las agreden.
Las mujeres norcoreanas probablemente dirían 'Me too', si pensaran que hay alguna manera de obtener justicia.
"El resultado se sale del gráfico. Esto no es 'me too', esto es más bien "todas han sido víctimas". "Omnipresente" y "sistemático" son dos palabras que tienen que estar en primer plano al abordar este tema", afirmó el vicedirector de la división de Asia para HRW, Phil Robertson.
Sin salida
Entre 2015 y 2018, HRW entrevistó para este análisis a 106 norcoreanos (72 mujeres, cuatro niñas y 30 hombres) de los cuales la mitad abandonaron el país después de 2011, cuando Kim Jong-un llegó al poder, subrayando que bajo su mando la situación de los derechos de la mujer no ha mejorado en absoluto.
Entre los hombres, ocho son exfuncionarios del régimen que ratifican en las entrevistas cómo la mayoría de las mujeres -la excepción siendo aquellas que están directamente relacionadas con varones poderosos- no tienen alternativa a la hora de plegarse a la voluntad masculina si quieren sobrevivir.
Como punto de partida, las encuestadas destacan en las entrevistas lo inútil que resulta denunciar un abuso o violación cuando muchos son cometidos por miembros de las propias autoridades.
La segunda vez que me violaron ya estaba casada, pero no se lo dije a mi marido. Si se lo hubiera contado me habría dado una paliza. Simplemente me lavé y seguí con mi vida como si nada hubiera pasado.
Además de la dureza de los episodios que narran las víctimas, llama la atención lo sorprendidas que se muestran muchas norcoreanas al descubrir que alguien pueda estar interesado por la violencia sexual que padecen.
Sucede tan a menudo que nadie piensa que esto sea un problema. Los hombres que agreden sexualmente a las mujeres no creen que esté mal y nosotras tampoco lo pensamos", cuenta en el informe Oh Jung-hee, una mujer de 40 añoss que como todos los entrevistados en el reporte emplea nombre ficticio. "Pero somos humanas y lo sufrimos", explica Oh antes de añadir la frase que da título al informe: "Lloras por la noche y no sabes por qué".
La costumbre es tal que no existe una palabra para expresar el concepto “abuso sexual”. Para describirlo, hay que recurrir a frases vagas, traducibles como "violencia de contenido sexual" o "situaciones de trasfondo sexual en las que las mujeres se sienten incómodas o avergonzadas".
Educadas para ser abusadas
El estudio destaca cómo la discriminación por géneros comienza en la infancia, donde las "niñas aprenden que no son iguales a los niños y que no deben oponerse a ser maltratadas".
Para reflejar lo normalizada que está la violencia doméstica, una entrevistada relata que la policía acudió un día a su casa alertada por sus gritos y le pidió a su marido que no le pegara "tan fuerte", y a ella que se "portara bien, que aguantara el castigo y que no le hiciera enojar tanto".
Desde niñas a las norcoreanas también se les enseña que "deberían avergonzarse si son objeto de abuso por parte los hombres", lo que crea un entorno que estigmatiza a las poquísimas víctimas -solo una de las entrevistadas denunció haber sido violada- que se atreven a hablar y les genera otro incentivo para guardar silencio.
Además de en el transporte público, en el trabajo o en el hogar el texto muestra lo extendida que está la violencia sexual en los diversos centros de detención del país, por donde pasaron muchas de las entrevistadas al ser sorprendidas tratando de huir de Corea del Norte.
Una de ellas cuenta que antes de recalar ahí y sufrir repetidas violaciones por parte de uno de los guardias ya había sido violada tres veces, una por un superior suyo en el trabajo y dos por desconocidos cuando volvía a casa de noche.
"La segunda vez ya estaba casada, pero no se lo dije a mi marido. Si se lo hubiera contado me habría dado una paliza. Simplemente me lavé y seguí con mi vida como si nada hubiera pasado", detalla.