El año 2019 termina convulsionado en Chile. La chispa de la protesta contra el aumento del servicio de Metro en octubre sirvió como detonante del descontento social que llevó a millones de personas a manifestarse en las calles. El estallido social tomó varios caminos, entre ellos el de un movimiento que se reinventó gracias a la performance "Un violador en tu camino", una propuesta feminista creada por el colectivo Las Tesis y viralizada mundialmente para denunciar la violencia sexual que sufren las mujeres por parte del Estado.
Aunque aún no hay respuestas concretas a las demandas sociales, la presión en las calles logró que se promulgue una ley que permitirá convocar a un plebiscito para abril de 2020, en el que se decidirá si se cambia la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.
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El sonido de las cacerolas se volvió la banda sonora en un año que muchos comienzan a considerar como histórico. Se trata de un hito en una sociedad que era catalogada como dormida, un oasis en medio de Latinoamérica, como lo llamó el presidente Sebastián Piñera. Más de la mitad de este 2019 transcurrió sin mayores alteraciones para el segundo año de un gobierno que no supo anticipar que el aumento de 30 pesos chilenos en el pasaje de Metro, es decir, unos 4 centavos de dólar, serían la gota que colmó el vaso.
Para Raúl Zarzuri, sociólogo y especialista en temas de participación política y juventudes, de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, el estallido es el resultado de décadas de indignación social. “Se estaba acumulando una fuerza vital desde hace 30 años donde en la llegada entre comillas de esta democracia, y que se expresaba básicamente en el ámbito de la desigualdades, en el ámbito de los ninguneos, llegó a un límite que fue rebasado en octubre de este año”, opina.
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Entre todo el desasosiego, se sumaron los diversos comentarios realizados por ministros y representantes del gobierno que demostraron su desconexión con lo que sucedía en las calles. Se trata de un problema estructural que se sostiene en una Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.
“Es una fuerte explosión social que tiene la característica de venir, no de las organizaciones pero sí de la gente, que siente que la vida cotidiana no da soporte y que por lo tanto es necesario hacer grandes cambios y transformaciones”, agrega Raúl Zarzuri.
Las transformaciones comenzaron con estudiantes secundarios evadiendo el pasaje de Metro y en un par de semanas tuvo a 12 regiones del país con toque de queda, militares en las calles, estado de excepción y una fuerte violencia policial que dejó, entre una larga lista de heridos, a 352 personas con daños en los ojos, según el Instituto Nacional de Derechos Humanos de ese país.
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“Sólo se dedicaron a dar declaraciones de la situación que pasó, así como un checklist, y yo creo que eso no aporta en nada a la situación, a las mejoras, a las cosas que realmente necesitamos para generar el cambio que queremos, porque por algo esto estalló y ellos no han sabido tener una lectura acerca de la situación”, apunta Sandra López, una de las miles de manifestantes que decidió participar de las movilizaciones en Plaza Italia, ahora rebautizada por la ciudadanía como Plaza de la Dignidad, donde cada viernes se siguen congregando miles de personas. López reprueba la respuesta del gobierno.
Esa realidad que describe López es la que no le da tregua al gobierno en los últimos meses y que por el momento no parece tener intención de detenerse hasta que, como se lee en los muros de Chile, “la dignidad se haga costumbre”.