Nacieron con 30 minutos de diferencia. Murieron juntas, a la misma hora. Toda una vida sin separarse. Las gemelas parecían siamesas.
Un médico y un abogado fueron testigos del procedimiento. Firmaron los papeles correspondientes y dispusieron de lo necesario para que se llevara a cabo. El término jurídico: suicidio asistido. Luego las dejaron solas. Pasados unos minutos, el médico comprobó que las dos mujeres de 89 años estaban muertas. El abogado se encargó de llamar a la policía. Y de demostrar que todo se había hecho según indica la ley alemana.
Ellen y Alice Kessler, gemelas alemanas, divas del espectáculo europeo, practicaron el suicidio asistido -cumpliendo con los requisitos requeridos por la legislación alemana- y dejaron el mundo el 17 de noviembre de la misma manera en que habían llegado: juntas.

Desde el momento de conocerse la noticia, los medios de todo el mundo recordaron su carrera, se estremecieron con esta historia de desmesurado amor fraterno y discuten sobre las implicancias de la muerte asistida
Divas en Alemania e Italia. Actuaron junto a Frank Sinatra, Fred Astaire, Harry Belafonte; protagonizaron películas; fueron tapa de Playboy y Life, entre otras; tuvieron shows televisivos; grabaron discos; compitieron en Eurovision, se presentaron en los mejores nightclubs y teatros del mundo. Dos estrellas del espectáculo de la segunda mitad del Siglo XX.
La historia de Alice y Ellen Kessler
Alice y Ellen Kessler nacieron el 20 de agosto de 1936 en Nerchau, Alemania. El apellido del padre era Kaessler, pero lo simplificaron cuando iniciaron la carrera artística. Estudiaron canto y baile. A los 15 se fueron de la casa y comenzaron a trabajar escapando del clima de violencia doméstica que las rodeaba.
Las Kessler fueron precursoras tanto en Alemania como en Italia. Después de cruzar el Muro de Berlín, de escapar de la Alemania Oriental, debutaron en algunos nightclubs de ese país. De inmediato las contrató el Lido de París. Eso hizo que su fama en Alemania explotara y se convirtieran en uno de los primeros fenómenos exportables de la cultura popular alemana después de la Segunda Guerra.
En Italia llegaron a ser superestrellas. Marcaron un quiebre. En una sociedad todavía pacata fueron las primeras en mostrar las piernas y vestirse con cierta audacia en la televisión italiana. Rompieron con las normas conservadoras de la RAI. Ellas introdujeron la osadía y el glamour en el medio. El tenue puntapié inicial de un destape. Fueron llamadas las Piernas de la Nación. El día posterior a conocerse la muerte de las hermanas Kessler el Corriere della Sera, principal diario del país, dedicó las primeras diez páginas de su edición para recordarlas. En los noticieros televisivos y cadenas de noticias fueron el principal tema. Otro parámetro de su fama italiana: la edición local de Playboy más vendida de la historia es la que las tuvo en tapa.

Pero su éxito no se restringió a Europa. También durante los años 70 les fue bien en Estados Unidos. Apareciendo varias veces como números centrales en el Show de Ed Sullivan, The Red Skelton Hour y otros programas nocturnos. En la web hay varios videos que registran sus actuaciones. Flacas, esbeltas, perfectas. Sus movimientos son elegantes y precisos, la sincronía perfecta (ensayaban muchas horas), pero algo frías, bailes con glamour y cierto misterio pero sin pasión.
Las Kessler residieron muchos años en Italia, pero a partir de la mitad de los años 80 regresaron a Alemania. Vivían en una gran mansión de 900 metros cuadrados en Grünwald, en las afueras de Múnich. Una zona exclusiva cerca del centro de entrenamiento del Bayern Múnich, en la que viven celebridades, políticos y estrellas del fútbol.
En el medio de la sala principal, las hermanas tenían un amplio panel que dividía la propiedad en dos; una mitad para cada una. Pero se alternaban en las tareas de cocina y se juntaban en cada una de las comidas del día.
El pacto de no casarse ni tener hijos
Las dos tuvieron romances públicos. Ellen salió en algún momento con Burt Lancaster, por ejemplo. Algunas relaciones largas también con actores italianos y algún director de cine francés. Nunca se casaron ni tuvieron hijos. Habían hecho un pacto. Lo habían decidido, lo habían sellado, desde muy chicas al ver cómo su padre, un mecánico con severos problemas con el alcohol, abusaba y maltrataba a su madre. Cumplieron con su promesa juvenil. Aunque eso no significara que no hayan sufrido desengaños amorosos por infidelidades y rupturas. “Los hombres nunca tuvieron reales chances con nosotras”, asentaron en sus memorias previsiblemente escritas en forma conjunta.
Cuando les preguntaban si eran feministas, ellas respondían que lo fueron desde el principio, sin saberlo, sin pensar en ello. A los quince años se habían independizado y se ganaban la vida. “Desde muy chicas sabíamos que no había que depender de un hombre, ni de nadie”, decían aunque, en los últimos años, luego de un silencio agregaban: “Bueno, tal vez nos hemos vuelto un poco dependientes una de la otra”
En las entrevistas rara vez usaban la primera persona del singular. Era poco frecuente escucharlas decir “Yo”. Siempre se referían a “Nosotras”. La simbiosis era de tal magnitud que muchas veces, sin ensayo previo, respondían al unísono, utilizando las mismas palabras e idéntica inflexión.
No es el primer caso de hermanos que hacen un pacto suicida. La ciencia estudió el fenómeno y lo llamó Muerte Diádica. Lo describe como el suicidio conjunto de dos personas estrechamente vinculadas. Estos pactos suicidas ocurren en matrimonios mayores con muchos años de convivencia (el del filósofo André Gorz y su esposa es uno de los más conocidos y conmovedores) y en gemelos. En Argentina, un pacto suicida fraterno fue el de Lilly Sullos y su hermano.
El suicidio asistido está regulado en Alemania
La noticia de la muerte de las Kessler causó un gran impacto en varios países europeos, no solo por la fama de las gemelas sino por el modo que eligieron para irse. En Alemania el suicidio asistido está regulado (no así la eutanasia). La ley se sancionó en 2020 y establece algunos requisitos. Fija que la decisión debe tomarse de forma autónoma y responsable; eso incluye: consentimiento, facultades mentales aptas, no tener un interés comercial, asistencia de profesionales, que el procedimiento utilizado no sea accionado por una tercera persona. Para no incumplir con ellos y para no perjudicar a ninguno de los que las sobrevivieran, las Kessler pidieron la asistencia de la Asociación Alemana para una Muerte Digna que supervisó los instantes finales de las Kessler.
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En los medios alemanes, en estos últimos días, se desató una polémica por el ejemplo que puede propagar este caso. Algunos sostienen que la ley no es clara, otros directamente piden que sea derogada para evitar una ola de suicidios (que todavía no ocurrió en los cinco años que tiene la ley de vigencia).
La pandemia las había lastimado. Perdieron vida social, tuvieron algunos problemas de salud, Ellen sufrió depresión: se volvieron vulnerables. A eso se sumó que Ellen también tuvo un ACV el año pasado que la dejó con algunas secuelas. Su hermana cuidaba de ella.
Hay entrevistas de 2014 en las que ambas sostienen que no deseaban vivir hasta los 100 años y que estaban preparadas para su muerte. Juraban que no le tenían miedo a la vejez, la esperaban en paz y con resignación. Pero no querían no perder control de sus vidas, que se esfumara la independencia que habían tenido y defendido toda su vida, desde que se habían alejado del padre.
La decisión del pacto suicida no fue precipitada, ni improvisada. Además de pedir la asistencia de la Asociación Alemana para una Muerte Digna, dejaron ordenado el destino de todo su patrimonio: lo donaron a diversas organizaciones benéficas y ONGs; desde UNICEF a Médicos sin Fronteras. Siempre se habían mostrado orgullosas de su capacidad para ahorrar e invertir con prudencia lo que habían ganado a lo largo de su carrera artística. “Nunca derrochamos el dinero. Sabemos lo que cuesta obtenerlo”, decían.
También dejaron varias cartas que se están conociendo con el correr de los días. Una fue a una vecina de ellas, Carolin Reiber, una mujer de 85 años, una exitosa presentadora de televisión. En el frente del sobre, bien grande, decía: “No abrir hasta el 18 de noviembre”. Dentro además de una misiva breve anunciando su decisión, dejaron un collar de jade, una joya que les pertenecía y su amiga les elogiaba cada vez que alguna se lo ponía.
La otra carta es extraordinaria. Y habla de lo calculado de los actos de las Kessler. Está dirigida al diario que ellas recibían cada mañana, el Abendzeitung de Múnich. Estaba escrita en la computadora y no hablaba del suicidio. Se ocupaba de un asunto mucho más profano: daba de baja la suscripción al diario. Pedía que se lo enviaran solo hasta el 30 de noviembre. Pero antes de enviar la carta, Alice hizo una enmienda a mano, con una lapicera. Cambió la fecha por el 17 de noviembre.
En las últimas entrevistas -casi siempre en medios italianos- ellas hablaron varias veces de la posibilidad de la eutanasia. Y siempre concluían: “Nos gustaría irnos juntas, en el mismo momento. Sería muy difícil, imposible de imaginar, seguir viviendo sin la otra. Sería insoportable”.



