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    Pese a que se opone a la inmigración ilegal, se casó con una mujer sin papeles y ahora deberán dejar EE.UU.

    Chris Allred siempre pensó que quienes entraban al país sin autorización eran parásitos, hasta que se enamoró de Gelly. Ahora los dos deberán emprender una nueva vida en Ecuador.

    Por 

    The New York Times

    10 de julio 2025, 17:18hs
    Él no está de acuerdo con la migración ilegal: su esposa no tiene papeles. Foto: New York TImes
    Él no está de acuerdo con la migración ilegal: su esposa no tiene papeles. Foto: New York TImes
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    Chris Allred siempre ha criticado a los migrantes, pero ha empezado a cambiar de opinión desde que conoció, y se casó, con el amor de su vida. Su esposa es una inmigrante ecuatoriana que está en EE.UU. de forma ilegal.

    En la zona noroeste de Arkansas, los migrantes, en su mayoría mexicanos, empezaron a llegar en la década de 1980 para trabajar en la próspera industria avícola de la región.

    Para muchos habitantes de la zona, era un acontecimiento bien recibido. Afirman que los migrantes son una parte importante del extraordinario éxito económico de la región. Chris Allred, quien ha vivido en esta zona toda su vida, no lo ve así.

    Es reclutador en una empresa de camiones, y no le gusta la gente que entra de manera ilegal en el país. Cree que son “un ejército de aprovechados”, que ocupan lugares en salas de emergencia y escuelas que los ciudadanos estadounidenses tienen que pagar. Tampoco le gusta el presidente Donald Trump, pero una de las razones por las que le dio su voto en 2024 era porque parecía que iba a tomar medidas en materia de migración.

    “Ya no tenemos una base industrial”, me dijo Allred durante una cena en su apartamento de Bentonville. “Tenemos billones de deuda nacional. Es imposible. No podemos acoger a millones de personas más. Financieramente no es posible”.

    Pero ha ocurrido algo en la vida de Allred que choca con esta opinión. Por fin conoció, y se casó, con el amor de su vida. Y su esposa está en el país de forma ilegal.

    Es posible que la historia de Allred sea insólita, pero sus opiniones sobre la migración no lo son. Para muchos estadounidenses, una frontera abierta es como una casa sin puerta, o un club sin restricciones de afiliación. Hace que pertenecer, o estar adentro, signifique menos. Pero cuando se cierra la puerta y se plantea la cuestión de qué hacer con los que están adentro, las cosas pueden complicarse rápidamente.

    Todo suena muy bien hasta que recibes una llamada del alcalde de una pequeña comunidad que te dice: “¿Por qué sus agentes están deteniendo al padre de la mejor estudiante de nuestra secundaria?”, dijo Asa Hutchinson, exgobernador republicano de Arkansas, que vive en la ciudad vecina de Rogers y ayudó a supervisar la aplicación de la ley en la frontera durante el gobierno del presidente George W. Bush.

    “Todo el mundo quiere hacer cumplir la ley hasta que llega a casa con una historia personal”, dijo.

    Allred, de 48 años, creció en una granja del oeste de Arkansas. Vio cómo su padre, un maquinista, tenía dificultades para salir adelante en una economía que cambiaba rápidamente. Su padre perdió tres puestos de trabajo en fábricas cuando las empresas que lo empleaban cerraron o trasladaron su producción al extranjero, incluso a México. Intentó criar pollos, pero acabó perdiendo su inversión.

    Allred fue a la universidad, algo que su padre no había hecho, pero durante su primer año, su madre murió de cáncer de mama y él abandonó los estudios. Su hermana había sido asesinada el año anterior, y las tragedias desviaron su vida. Durante años estuvo deprimido. Pensó en el suicidio. Pasó de un trabajo a otro, trabajando en el mantenimiento de piscinas, vendiendo anuncios en un periódico, asesorando sobre el VIH y como guardia de seguridad en un club nocturno. Quería una familia, pero nunca se sintió lo bastante estable como para mantenerla.

    Dos cosas rompieron el ciclo. En 2018, consiguió un empleo que le gustaba, trabajando para una empresa de camiones que formaba parte de la floreciente economía del noroeste de Arkansas. Y volvió a la granja para cuidar de su querida abuela, Leta Mae Allred, quien tenía 92 años. Ella le decía que rezaba todos los días para que encontrara a alguien con quien casarse. Y cuando ella murió, el día en que él cumplió 44 años, se prometió a sí mismo que lo intentaría.

    En el verano de 2023, utilizando una aplicación de citas, se emparejó con una mujer del sur de Illinois. Se llamaba Geleny y era ecuatoriana. Era guapa, pensó, y habladora.

    “Ha sido la única persona con la que he estado hablando por SMS durante 12 horas, sin parar; nunca había estado así”, me dijo durante la cena. Geleny, a quien llaman Gely, había preparado un plato ecuatoriano de sopa de pescado picante.

    Le contó a Allred cómo se había trasladado de su pequeña ciudad a la capital, Quito, donde ascendió en una empresa de medios de comunicación, pero perdió el trabajo cuando la empresa cerró. Montó un restaurante en la ciudad de donde era, pero lo perdió en una inundación. Decidió que la forma de salir adelante económicamente era irse a Estados Unidos. Así que dejó a sus tres hijos, ahora de 5, 8 y 23 años, con su padre, y le pagó a un coyote para hacer el viaje.

    Cuanto más hablaban, más apegado se sentía. En algún momento también empezó a darse cuenta de que ella parecía tener problemas. Trabajaba en un restaurante y discutía con quien lo regentaba. Esto activó algo en su interior. Ella necesitaba su ayuda. Le dijo que iría a verla.

    “Sabía que tenía que ayudarla”, dijo.

    Era tarde cuando entró en el bar donde ella le había dicho que se reunieran. Estaba nervioso. En cuanto se vieron, se besaron, dijo. Allred lo llama su momento de Hollywood.

    “Supe que la amaba desde ese mismo momento. Simplemente lo supe”, dijo. “Yo lo llamo la chispa”.

    Le dijo que le pagaría un billete de vuelta a Ecuador, o que podía venir a Arkansas con él. Ella eligió Arkansas. Él le propuso matrimonio ese mismo verano. Se casaron el día del cumpleaños de Leta Mae, el 30 de diciembre, en la iglesia bautista Liberty de Dutch Mills, Arkansas, la iglesia a la que había pertenecido durante 75 años.

    “Mi abuela rezó para que encontrara a esa mujer”, dijo Allred.

    Una contradicción andante

    La objeción de Allred a la migración ilegal empezó con lo que vio mientras crecía: trabajos de Arkansas, como el de su padre, que se iban a México, y trabajadores mexicanos que venían a Arkansas. En su opinión, esos migrantes eran buenos para quienes tenían empresas de pollos, pero no tanto para todos los demás.

    Más recientemente, los migrantes llegaban ilegalmente de todo el mundo, no solo de México. Allred recuerda haber pensado que parecía que cualquiera podía entrar.

    “Esto que voy a decir va a ser absolutamente horrendo, pero si no puedes hablar de la verdad no puedes tener una conversación real”, dijo. “Son parásitos. ¿Qué hacen los parásitos? Con el tiempo acaban matando al huésped. Y hacia eso se dirige este país”.

    Una de las migrantes que había llegado en esta última oleada ahora es su esposa. Su vida parecía contradecir muchas de las suposiciones de Allred. Era emprendedora. (Abrió un negocio de limpieza a los pocos meses de llegar a Arkansas). Aprendía inglés rápidamente. No recibía prestaciones del gobierno. Ni siquiera iba al médico. Y seguía las normas de conducción de forma más estricta que él.

    Entonces, ¿cómo conciliaba Allred estas dos versiones de lo que era un migrante ilegal? ¿Cambió sus puntos de vista? Antes de que tuviera la oportunidad de preguntárselo, ella lo hizo.

    “Amor, amor, tengo una pregunta”, le dijo después de guardar la sopa. “Antes de mí, ¿no te gustaban los migrantes ilegales?”.

    “Siguen sin gustarme”, dijo él.

    Ella se rio y me miró mientras explicaba.

    “No le gustan los migrantes malos, no le gustan los migrantes vagos, que se llevan todo lo que hay gratis en el país”, dijo. “Quizá le gusten los buenos migrantes: los migrantes inteligentes y trabajadores”.

    Allred se sumergió en el postre, una rebanada de tiramisú. Reconoció que había una incoherencia entre sus opiniones y su experiencia con su esposa.

    “Soy una contradicción andante”, dijo sonriendo.

    Dijo que si hubiera sabido desde el principio que Gelly había migrado ilegalmente, duda que habría tenido una relación con ella.

    “Quizá le hubiera dicho: ‘Oye, ¿sabes qué?, adivina qué, que tengas una buena vida, buena suerte’”, dijo.

    Pero estaba enamorado. Así que llamó a un abogado.

    La vía legal

    Allred contrató a Aaron Cash, un abogado de migración de la ciudad de Rogers. Su socio es un hombre que huyó de la guerra civil de El Salvador en la década de 1980. Su despacho, en un edificio que antes era un canal de televisión, está al lado de un Walmart. Muchos de sus clientes no tienen cita previa.

    Cash se metió en la ley de migración por accidente. Algunos de sus amigos eran policías, y él quería ser fiscal, pero no consiguió ese cargo después de estudiar derecho, así que aceptó un trabajo en un bufete de abogados de migración. En ese momento, dijo, “no tenía ni idea”. Como mucha gente que conocía, daba por sentado que legalizarse en Estados Unidos era fácil.

    “¿Cuán difícil puede ser?”, afirmó mientras describía esa forma de pensar que, según dijo, era común desde hacía mucho tiempo, incluso entre sus amigos abogados que no conocían ese ámbito del derecho.

    Con el tiempo aprendió lo difícil que era. Las vías de residencia legal para los migrantes ilegales son extremadamente limitadas. Incluso quienes tienen una conexión privilegiada —como un cónyuge o un hijo adulto que sea ciudadano— a menudo tienen que salir primero del país y esperar durante años.

    “Todas las personas quieren hacerlo por la vía legal, si es que existe”, dijo Cash. Pero para la inmensa mayoría de las personas con las que se reúne, “no la hay”.

    Cash dijo que su bufete siempre había estado muy ocupado y que eso no había cambiado desde que Trump regresó al poder. Un miércoles de junio por la tarde, sus teléfonos no paraban de sonar. Pero el trabajo es diferente, comentó. Más prisas, más deportaciones, algunas cuando menos se lo espera.

    Como el caso del matrimonio que tuvo en abril. Cash esperaba que fuera una entrevista rutinaria: una ciudadana estadounidense dando un paso para legalizar a su esposo migrante. En lugar de eso, el funcionario de migración asignado para llevarla a cabo retrasó la cita y luego dijo que las computadoras no funcionaban. Cash dijo que solo se dio cuenta de lo que ocurría cuando vio en el vestíbulo a funcionarios del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés).

    Cash publicó la historia en Facebook. Dijo que mucha gente hizo comentarios comprensivos, incluido un partidario de Trump de extrema derecha a quien conoce, quien le pidió los datos de contacto de la esposa para poder enviarle dinero.

    “A veces es: ‘Oh, esa es buena, pero hay que deportar a todos los demás’”, dijo sobre las opiniones de la gente. “Pero a veces es sorprendente”.

    “La gente es más complicada que sus mensajes en Facebook”.

    El migrante

    El 2 de junio, los Allred tuvieron que tomar una decisión. Se enteraron en un tribunal de migración de Chicago de que, o bien presentaban una solicitud de asilo para Gelly, o ella tendría que abandonar el país. No había otro camino disponible si quería continuar el proceso legal.

    Para Allred fue el final de un viaje de dos años a un mundo desconocido. Ha asistido a audiencias judiciales, ha pagado honorarios legales y ha visto de primera mano lo difícil que es conseguir un estatus legal.

    Le pregunté si lo había cambiado. Dijo que lo había hecho “un poco más suave, un poco más consciente, un poco más compasivo”.

    Dijo que se había dado cuenta de que la ley era tan lenta y tan restrictiva que resultaba difícil seguirla. Puso el ejemplo de una mujer haitiana con su hijo adolescente esperando delante de ellos en la fila de Chicago. Le dieron cita en el juzgado con dos años de retraso. Dijo que el limbo legal que esto crea es peligroso para los migrantes.

    “Trabajas en el mercado negro”, dijo. “No puedes tener una cuenta bancaria. Tienes que llevar dinero en efectivo. Eres extremadamente vulnerable”.

    Entrevisté a decenas de personas del noroeste de Arkansas, y muchas expresaron su malestar por la forma en que Trump pretendía reducir el número de migrantes ilegales en el país. Les gustaba el objetivo en abstracto, pero los detalles de las detenciones en los juzgados y las redadas en los centros de trabajo no les gustaban a muchos.

    Allred opinaba lo mismo. Calificó las detenciones en los juzgados de “jugarreta” contra quien intentaba cumplir la ley.

    “Te presentas, crees que intentas hacer lo correcto, y ICE está justo delante de la puerta, sin avisar, sin decir nada”, dijo. “Creo que si una persona asume la responsabilidad de presentarse, merece la oportunidad de al menos pasar por el proceso”.

    Dijo que debería reducirse el número de migrantes ilegales, pero no de la forma en que se está haciendo ahora. Su mente aún contiene una pantalla dividida: sí, los migrantes ilegales son parásitos, cree. Pero no, no deben ser tratados de forma inhumana.

    “Kristi Noem anda por ahí diciendo: ‘Los vamos a encontrar. Los vamos a cazar’. Como si fueran animales”, dijo Allred refiriéndose a la secretaria de Seguridad Nacional. “No. Son seres humanos. Son personas. Hay una línea básica de respeto que merecen”.

    Tras su audiencia judicial en Chicago, Gelly Allred decidió abandonar Estados Unidos. Allred pensaba que ella tenía un caso de asilo razonable. Pero si perdía, sería mucho más difícil regresar, y no estaba dispuesta a arriesgarse. Así que regresará a Ecuador. Tiene hasta el 2 de septiembre para salir.

    Allred se va con ella

    Poco después de cumplir 48 años, se convertirá en migrante. Será él quien pida la entrada e intente abrirse camino. Dijo que no tenía ni idea de lo que le esperaba. La única vez que ha estado fuera de Estados Unidos fue una hora en Tijuana, México. Admite que está aterrorizado. Se ha quedado despierto hasta tarde y ha estado estudiando las tasas de homicidio de las ciudades ecuatorianas.

    “Me he dicho a mí mismo varias veces que quiero recuperar mi pequeña y sencilla vida”, dijo.

    En lugar de eso, se está preparando para abandonar el país. Está estudiando español y vendiendo sus pertenencias. Está empezando a pensar en cómo podría trabajar en Ecuador. Quizá en turismo médico.

    Dijo que esperaba que Gelly acabara legalizándose y que pudieran regresar a Estados Unidos, quizá incluso con sus hijos.

    “He dicho a mis amigos que quizá ayudarla a recuperar a sus hijos y llevarlos a un lugar donde tengan alguna oportunidad”, dijo, “quizá sea lo único bueno que haga en mi vida”.

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