Con la ofensiva misilística iraní a las bases de Estados Unidos en Qatar, Teherán dejó de lado el conflicto binario con Israel y lanzó un simbólico ataque minimizado por Donald Trump, que juzgó la acción como un “desahogo”.
En su primera reacción, el presidente estadounidense se mostró conciliador. La lectura es simple: no quiere verse arrastrado a un terreno que no quiere pisar. No le conviene ni busca entrometerse en una guerra prolongada en Medio Oriente.
El gobierno de los ayatolá, debilitado por los bombardeos israelíes y el certero ataque norteamericano a sus plantas nucleares, decidió no cruzarse de brazos y responder la ofensiva estadounidense con una medida simbólica. Aislado y con sus grupos proxy con escaso poder de fuego, el régimen teocrático se juega su propia supervivencia en una guerra directa contra la primera potencia mundial y su poderoso socio estratégico en la región.
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Pero el ataque iraní fue medido y con preaviso. El Pentágono dijo que los misiles balísticos de corto y mediano lanzados por Irán fueron interceptados. Incluso, Trump dio a entender que no responderá el golpe. “Quiero agradecer a Irán por avisarnos con antelación, lo que permitió que no se perdieran vidas y que nadie resultara herido. Quizás Irán pueda ahora avanzar hacia la paz y la armonía en la región, y animaré con entusiasmo a Israel a que haga lo mismo. “¡ENHORABUENA, MUNDO, ES LA HORA DE LA PAZ!””, dijo en su red social, Truth Social.
Pero hubo mas: “Lo más importante es que (los iraníes) se han desahogado y, con suerte, no habrá más odio”, añadió.
Irán necesitaba una represalia para mostrar fortaleza interna. Pero el riesgo era muy grande. Medio Oriente es ahora un escenario de guerra.
La soledad de Irán y el riesgo de un derrumbe interno
Irán está más solo que nunca. Viene sufriendo fuertes pérdidas no solo en la actual guerra, sino en su estrategia geopolítica de convertirse en el eje de poder de Medio Oriente como contrapeso a Israel y a Estados Unidos.
Ya no tiene a Siria de su lado. La caída de Bashar Al Assad en diciembre pasado dejó a Teherán sin su principal aliado en el área. Sus grupos proxy están diezmados. Hamas lucha por su propia supervivencia en Gaza, Hezbollah lame sus heridas tras la ofensiva israelí en el Líbano, y los huitíes de Yemen no tienen poder de fuego suficiente como para representar una seria amenaza. Los grupos chiítas de Siria e Irak tampoco representan un riesgo para el poderío de Washington.

Solo tiene detrás a Rusia y China. Parece mucho, pero el respaldo de estas dos potencias es más que nada diplomático y económico.
La ayuda que puede esperar Teherán de sus dos poderosos aliados es insuficiente para enfrentar esta aventura bélica.
Moscú lucha su propia guerra en Ucrania y depende de los drones iraníes para continuar con su ofensiva. Además, sus autoridades económicas reconocieron que el país está al borde de la recesión. Necesita cada vez más hombres y armamento. De hecho, Irán es su mayor proveedor de drones.
Beijing depende del petróleo iraní y busca mostrarse ante el mundo como una alternativa al “matonismo” de la actual Casa Blanca. Está más interesado en la “provincia rebelde” de Taiwán y las islas del Mar Amarillo que disputa con Corea del Sur y Filipinas.
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Teherán tiene la carta del cierre del Estrecho de Ormuz, pero esa medida desesperada significa no solo causar una crisis petrolera mundial, sino también pegarse un tiro en el pie. Por ese estratégico paso circula casi un tercio del crudo mundial y sus principales exportaciones.
En ese rubro, China recibe de Irán casi todo el petróleo que necesita para paliar su déficit energético. Beijing no está dispuesto a aceptar el cierre del estrecho de Ormuz porque dañaría en forma severa su propia economía.
En ese escenario, el gobierno de Ali Jamenei decidió enfrentar solo a Israel y EE.UU. Pero pone en juego su propia supervivencia. Si Estados Unidos decide atacar su infraestructura bélica y política, podría cumplirse el objetivo de máxima de Israel: acabar con el régimen de los ayatolá.
El propio Trump dijo el domingo, antes de los ataques iraníes, que el eventual derrocamiento del actual gobierno iraní está en sus planes. “No es políticamente correcto usar el término ‘cambio de régimen’, pero si el actual régimen iraní es incapaz de hacer a Irán grande de nuevo, ¿por qué no habría un cambio de régimen?“, publicó Trump en las redes sociales, antes de añadir la sigla “MIGA” (“Make Israel great again”).
Qué hará Donald Trump ahora
Trump sabía que una represalia iraní contra las bases estadounidenses en el área era una posibilidad latente. Pero no quería asumir ese escenario. Hay fuertes reparos contra un involucramiento estadounidense en la guerra entre su propia base de votantes y en el propio Partido Republicano.
Si bien el Pentágono anunció que los misiles balísticos de corto y mediano alcance lanzados por Irán fueron interceptados, se temía que la acción de Teherán pudiera arrastrar a Trump de lleno a la guerra. Pero Trump tildó el ataque de “débil”, agradeció el aviso previo y calificó la medida como un simple “desahogo”. No quiere involucrarse en una guerra abierta en el terreno.

De hecho, funcionarios de la Casa Blanca descartan una invasión terrestre que dejaría a los Estados Unidos inmerso en una nueva guerra en el terreno, prolongada, de difícil éxito y con una enorme pérdida de vidas humanas y recursos, precisamente todo lo que el propio Trump cuestionó en los últimos años de las administraciones demócratas. Los casos de Irak y Afganistán son ejemplos de lo que Trump no quiere repetir.
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Irán le devolvió el golpe, aunque sea de manera simbólica y para consumo interno. Habrá que ver si Trump da por cerrado el caso, como pareció sugerir en sus primeras declaraciones. La Casa Blanca se muestra decidida a obligar a Irán a negociar y no estaría interesada en atacar de manera más profunda al país persa, aunque presiona por un cambio de gobierno.
Rusia ya advirtió, a través de su canciller, Sergei Lavrov, que la situación es más compleja cada día. "La Tercera Guerra Mundial podría estar muy cerca”, alertó.