Helen tiene 47 años. Es salvadoreña y vive en Miami con sus tres hijos de 8, 9 y 20 años. Lleva una tobillera electrónica en el pie que ella llama grillete y en sus manos un boleto de avión de regreso a El Salvador, de donde se fue en 2009. Va a ser deportada el 26 de junio.
“No he matado a nadie. Yo no hice nada malo. Solo trabajar, pagar impuestos y criar a mis hijos”, dijo en diálogo telefónico con TN desde su casa de la Florida.
Leé también: Miedo entre los inmigrantes: “No viajen y no vayan a las oficinas de migración”, recomiendan los especialistas
Su caso es uno más de los miles que atraviesan a la comunidad hispana de los Estados Unidos. La ola de arrestos y deportaciones que lleva adelante el Servicio de Migración y Control (ICE) por orden de Donald Trump desató violentas protestas en Los Ángeles y en otras ciudades del país.
Helen, cuyo apellido se mantiene en reserva, vive una pesadilla. “Esto es horrible. Me parece injusto. Somos personas que ya estamos monitoreadas en un sistema queriendo hacer las cosas bien. Nosotros no somos criminales”, afirmó.

“Comenzar de nuevo”
Helen salió de El Salvador para escapar de la violencia y la pobreza en 2009. Cruzó la frontera junto a su hija, Valeria, entonces de tres años. Desde entonces vive en los Estados Unidos con un estatus legal que le permite trabajar y renovar su estancia en el país todos los años.
En Miami nacieron sus hijos menores. Con ella vive su actual pareja, de nacionalidad nicaragüense. Además, en la Florida, está su madre, también con un permiso precario.
Leé también: Los Ángeles: así funcionan los grupos de WhatsApp que se organizan para avisar de las redadas migratorias
Desde hace 16 años, Helen vive en Miami, donde trabaja como empleada de limpieza. Todos los años debe presentarse ante una oficina de migración para renovar su estadía y su permiso de trabajo. Era un simple trámite hasta ahora. Pero en febrero, cuando fue a su cita anual, algo se quebró.

“Me preguntaron si sabía quién era el nuevo presidente de Estados Unidos. Le dije que sí y me dijeron que ellos tenían una orden de deportación”, confió.
A partir de ahí, comenzó a vivir una pesadilla. Le comunicaron que quedaba detenida, pero un hecho fortuito la salvó. “No había espacio para alojar mujeres. Entonces me derivaron a otra oficina donde me pusieron un grillete (tobillera electrónica) en el pie para monitorear todos mis movimientos”, contó.
“Nunca le mostré el grillete a mis hijos”
Helen trató de seguir su vida normal. Volvió al trabajo, a ocuparse de su familia. “Pero nunca le mostré el grillete (tobillera electrónica) a mis hijos más pequeños. Me da mucha vergüenza. No quiero que tengan el trauma de ver así a su madre, como una delincuente. No volví a buscarlos a la escuela por temor a que alguien me vea así”, afirmó.
Tenía una nueva cita para agosto. Pero hace unas semanas recibió una notificación del Servicio de Migración y Control de Aduanas (ICE). Debía presentarse en sus oficinas en forma urgente.
Leé también: Escala el conflicto en Los Ángeles: por qué las redadas contra migrantes afectarán la economía de California
“Me presenté a la cita y era solo para detenerme. Éramos cuatro mujeres en un cuarto, con un frío terrible. Nos dieron cuatro latas de atún con galletas. Había una cámara que apuntaba al inodoro. Estuve ahí ocho horas. Entonces me dejaron ir con el grillete puesto, pero me dijeron que tenía que volver el miércoles 11 con un boleto de avión de regreso” a El Salvador, contó.
Fueron días terribles para su familia. Finalmente compró el ticket aéreo y se presentó ante la oficina de migración. “Tengo fecha de deportación el día 26″, dijo.
Pero aún confía en una última carta. Su abogada presentó un recursos de “state removal” (freno a la deportación) . El amparo está basado en que su hijo menor sufre del corazón. “Confío en Dios”, afirmó. “Si no, me toca salir el 26″.
Su hija Valeria, también inmigrante indocumentada y que vive en Estados Unidos desde los tres años, está a su lado. Helen no se irá sola. Con ella viajará toda la familia a un país donde ya no tiene familia ni casa. “No podría estar sin mis hijos. Mi esposo vendrá también. Habrá que empezar de nuevo”, afirmó.
Helen se despide con mucha tristeza. “Yo no he matado a nadie. He hecho las cosas bien. He pagado mis impuestos. Nunca he faltado a mis citas con migración. Tengo un récord limpio en la policía y todos mis hijos estudian. Mi hija mayor se ganó una beca para enfermería. No somos criminales”, concluyó.