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    La fábrica de espías rusos de Brasil: cómo desmantelaron una red de agentes encubiertos de Putin

    Un equipo de agentes federales del país sudamericano fue desarmando la agencia de forma silenciosa.

    Por 

    The New York Times

    22 de mayo 2025, 19:58hs
    (Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.)
    (Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.)

    Artem Shmyrev los tenía a todos engañados. Este agente de inteligencia ruso parecía haber creado la identidad encubierta perfecta. Dirigía una próspera empresa de impresión en 3D y compartía un departamento de lujo en Río de Janeiro con su novia brasileña y un esponjoso gato de raza Maine Coon de color naranja y blanco.

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    Pero lo más importante era que tenía un acta de nacimiento y un pasaporte auténticos que confirmaban su alias: Gerhard Daniel Campos Wittich, un ciudadano brasileño de 34 años.

    Después de seis años manteniendo un bajo perfil, estaba ansioso por empezar el verdadero trabajo de espía.

    “Nadie quiere sentirse perdedor”, escribió en un mensaje de texto de 2021 a su esposa rusa, quien también era agente de inteligencia, en un inglés imperfecto. “Por eso sigo trabajando y esperando”.

    No era el único. Durante años, según descubrió una investigación de The New York Times, Rusia usó a Brasil como punto de partida para sus agentes de inteligencia de élite, conocidos como ilegales. En una operación audaz y de gran alcance, los espías se despojaban de sus pasados rusos. Creaban empresas, hacían amigos y tenían aventuras amorosas; a lo largo de muchos años, todo esto se convertía en los cimientos de identidades totalmente nuevas.

    En el pasado, se han descubierto importantes operaciones de espionaje ruso, incluyendo una en Estados Unidos en 2010. Sin embargo, esto era diferente. El objetivo no era espiar a Brasil, sino convertirse en brasileños. Luego, bajo el manto de identidades convincentes, partían hacia Estados Unidos, Europa o Medio Oriente, donde comenzaba su verdadero trabajo.

    En esencia, los rusos convirtieron a Brasil en una cadena de montaje para agentes encubiertos como Shmyrev.

    Uno abrió un negocio de joyería. Otra era una modelo rubia de ojos azules. Un tercero fue admitido en una universidad estadounidense. También hubo un investigador brasileño que consiguió trabajo en Noruega, y un matrimonio que acabó yéndose a Portugal.

    Luego, todo se vino abajo.

    Seis de los espías rusos, en el sentido de las agujas del reloj desde arriba a la izquierda: Yekaterina Leonidovna Danilova, Vladimir Aleksandrovich Danilov, Olga Igorevna Tyutereva, Aleksandr Andreyevich Utekhin, Irina Alekseyevna Antonova y Roman Olegovich Koval. (Foto: The New York Times.)
    Seis de los espías rusos, en el sentido de las agujas del reloj desde arriba a la izquierda: Yekaterina Leonidovna Danilova, Vladimir Aleksandrovich Danilov, Olga Igorevna Tyutereva, Aleksandr Andreyevich Utekhin, Irina Alekseyevna Antonova y Roman Olegovich Koval. (Foto: The New York Times.)

    Durante los últimos tres años, agentes de contraespionaje brasileños han estado buscando a estos espías de manera silenciosa y metódica. Mediante un minucioso trabajo policial, estos agentes descubrieron un patrón que les permitió identificar a los espías, uno por uno.

    Los agentes han descubierto al menos a nueve agentes rusos que operaban bajo identidades encubiertas brasileñas, según documentos y entrevistas. Seis nunca habían sido identificados públicamente hasta ahora. La investigación ya ha abarcado al menos ocho países, según señalaron los agentes, con información procedente de Estados Unidos, Israel, Países Bajos, Uruguay y otros servicios de seguridad occidentales.

    Utilizando cientos de documentos de investigación y entrevistas con decenas de funcionarios policiales y de inteligencia de tres continentes, el Times reconstruyó los detalles de la operación de espionaje rusa en Brasil y el esfuerzo secreto para acabar con ella.

    Desmantelar la fábrica de espías del Kremlin era mucho más que una operación rutinaria de contraespionaje; formaba parte de las perjudiciales secuelas de una década de agresión rusa. Espías rusos ayudaron a derribar un avión de pasajeros procedente de Ámsterdam en 2014. Interfirieron en elecciones de Estados Unidos y otros países. Envenenaron a personas que consideraban enemigas y planearon golpes de Estado.

    Sin embargo, fue la decisión del presidente Vladimir Putin de invadir Ucrania en febrero de 2022 lo que galvanizó una respuesta global a los espías rusos, incluso en zonas del mundo donde, durante mucho tiempo, esos agentes gozaron de cierta impunidad. Uno de esos países era Brasil, que históricamente ha mantenido relaciones amistosas con Rusia.

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    La investigación de Brasil asestó un golpe devastador al programa de ilegales de Moscú, eliminando a una serie de agentes altamente cualificados que serán difíciles de sustituir. Al menos dos fueron detenidos. Otros se fueron a Rusia rápidamente. Con sus identidades expuestas, lo más probable es que nunca vuelvan a trabajar en el extranjero.

    Detrás de esta extraordinaria derrota, se encontraba un equipo de agentes de contraespionaje de la policía federal brasileña, la misma unidad que investigó al expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, por planear un golpe de Estado.

    Sede de la Policía Federal de Brasil en Brasilia. Sus agentes expusieron la red de espionaje. (Foto: The New York Times.)
    Sede de la Policía Federal de Brasil en Brasilia. Sus agentes expusieron la red de espionaje. (Foto: The New York Times.)

    Desde su moderno cuartel general de cristal ubicado en la capital, Brasilia, pasaron años revisando millones de registros de identidad brasileños en busca de patrones. El operativo llegó a conocerse como Operación Este.

    Fantasmas en el sistema

    A principios de abril de 2022, pocos meses después de que los soldados rusos entraran en Ucrania, la CIA transmitió un mensaje urgente y extraordinario a la policía federal de Brasil.

    Los estadounidenses reportaron que un oficial encubierto del servicio de inteligencia militar de Rusia había llegado recientemente a Países Bajos para hacer prácticas en la Corte Penal Internacional, justo cuando esta empezaba a investigar los crímenes de guerra rusos en Ucrania.

    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.
    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.

    El aspirante a becario viajaba con pasaporte brasileño, bajo el nombre de Victor Muller Ferreira. Había obtenido un título de posgrado de la Universidad Johns Hopkins con ese nombre. La CIA dijo que su verdadero nombre era Sergey Cherkasov. Los funcionarios de fronteras neerlandeses le habían negado la entrada, y ahora estaba en un avión con destino a San Pablo.

    Con pocas pruebas y solo unas horas para actuar, los brasileños no tenían autoridad para detener a Cherkasov en el aeropuerto. Entonces, durante varios días llenos de tensión, la policía lo mantuvo bajo estrecha vigilancia mientras permanecía libre en un hotel de San Pablo.

    Finalmente, los agentes consiguieron una orden de detención y lo arrestaron; no por espionaje, sino por utilizar documentos fraudulentos.

    La playa de Ipanema en Río de Janeiro. Durante años, Rusia usó a Brasil como punto de partida para sus agentes de inteligencia de élite, conocidos como ilegales. (Foto: The New York.)
    La playa de Ipanema en Río de Janeiro. Durante años, Rusia usó a Brasil como punto de partida para sus agentes de inteligencia de élite, conocidos como ilegales. (Foto: The New York.)

    Incluso eso resultó ser un caso mucho más difícil de lo que nadie esperaba. Durante el interrogatorio, Cherkasov se mostró arrogante e insistió en que era brasileño. Y tenía documentos que lo demostraban.

    Su pasaporte brasileño azul era auténtico. Tenía una credencial de elector brasileña, como exige la ley, y un certificado que demostraba que había cumplido el servicio militar obligatorio. Todo era auténtico.

    “No había ningún vínculo entre él y la gran Madre Rusia”, dijo un investigador de la policía federal, que al igual que otros, habló bajo condición de anonimato porque la investigación sigue abierta.

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    Fue hasta que la policía encontró su acta de nacimiento que la historia de Cherkasov comenzó a desmoronarse. Junto con toda la operación rusa en Brasil.

    En el pasado, los espías rusos a menudo han obtenido documentos de identidad asumiendo la identidad de personas muertas, con frecuencia, bebés.

    Este no era el caso. Los agentes determinaron que Victor Muller Ferreira nunca existió. Sin embargo, tenía un acta de nacimiento real.

    El documento indicaba que Victor Muller Ferreira había nacido en Río de Janeiro en 1989 de una madre brasileña, una persona real que había muerto cuatro años después.

    Sin embargo, cuando la policía localizó a su familia, los agentes se enteraron de que la mujer nunca había tenido un hijo. Las autoridades nunca encontraron a nadie que coincidiera con el nombre del padre.

    El descubrimiento generó preguntas alarmantes. ¿Cómo fue que un espía ruso consiguió documentos auténticos con un nombre falso? Y lo más importante que se preguntaba la policía era: si un espía podía hacerlo, ¿por qué no podían hacerlo otros?

    Los agentes federales comenzaron a buscar lo que llamaban “fantasmas”: personas con actas de nacimiento legítimas que pasaron su vida sin dejar rastro alguno de haber estado realmente en Brasil y que de pronto aparecían como adultas, tramitando rápidamente documentos de identidad.

    Para encontrar a estos fantasmas, los agentes empezaron a buscar patrones en millones de registros de nacimiento, pasaportes, licencias de conducir y números de Seguridad Social.

    Algunas cosas podían automatizarse, pero vincularse y buscar digitalmente en todas las bases de datos brasileñas no es fácil. Gran parte del trabajo se tuvo que hacer a mano.

    Ese análisis permitió que la Operación Este desbaratara toda la operación rusa. “Todo empezó con Sergey”, dijo un alto funcionario brasileño.

    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.
    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.

    Las personas especiales de Putin

    Todos los espías, independientemente del país para el que trabajen, enfrentan el mismo reto: crear una identidad falsa que resista el escrutinio.

    Durante generaciones, los agentes encubiertos usaron pasaportes falsos, nombres robados y coartadas bien ensayadas. La era digital, en la que casi todo el mundo tiene un historial en internet, ha complicado mucho las cosas.

    Este es un problema especialmente grave para Rusia, pues aunque todos los servicios de espionaje usan agentes encubiertos, la mayoría depende de redes de informantes locales para hacer la labor pesada de recolección de información. Rusia es un caso único. Desde los primeros años de la Unión Soviética, los agentes encubiertos se han comprometido a toda una vida de servicio, viviendo y trabajando como personas completamente distintas.

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    El mismo Putin ha reconocido haber supervisado a espías soviéticos que estaban de incógnito cuando estuvo asignado a Alemania Oriental al final de la Guerra Fría, cuando era un joven agente del KGB.

    “Son personas especiales, con una calidad especial, convicciones especiales y un carácter especial”, dijo en una entrevista televisiva en 2017. “Dejar atrás tu vida anterior, dejar atrás tus seres queridos y tu familia, dejar atrás tu país durante muchos años para dedicar tu vida a servir a la patria, no es algo que todo el mundo pueda hacer. Solo los elegidos pueden hacerlo, y lo digo sin exagerar”.

    Brasil parecía un lugar ideal para que los espías elegidos por Putin trabajaran en su historia. El pasaporte brasileño es uno de los más útiles del mundo, pues permite viajar sin visa a casi tantos países como el estadounidense. Y es poco probable que alguien con rasgos europeos y un ligero acento destaque en esa nación multiétnica.

    Una fotografía de finales de la década de 1980 facilitada por la Agencia de Registros de la Stasi mostraba a Vladimir Putin, segundo de izquierda a derecha, cuando estuvo asignado a Dresde, Alemania Oriental, como oficial de la KGB entre 1985 y 1990. (Foto: BStU/The New York Times.)
    Una fotografía de finales de la década de 1980 facilitada por la Agencia de Registros de la Stasi mostraba a Vladimir Putin, segundo de izquierda a derecha, cuando estuvo asignado a Dresde, Alemania Oriental, como oficial de la KGB entre 1985 y 1990. (Foto: BStU/The New York Times.)

    Y aunque muchos países exigen la verificación de un hospital o un médico antes de expedir actas de nacimiento, Brasil permite una excepción especial para los nacidos en zonas rurales. Las autoridades expedirán un acta de nacimiento a cualquiera que declare, en presencia de dos testigos, que un bebé tiene al menos un progenitor brasileño.

    El sistema también está descentralizado y es vulnerable a la corrupción local.

    Con el acta de nacimiento en la mano, solo es cuestión de solicitar el registro electoral, la documentación militar y, finalmente, el pasaporte.

    Una vez obtenido, un espía puede ir a casi cualquier lugar del mundo.

    Un avance en el caso

    Uno de los primeros nombres que aparecieron cuando los investigadores iniciaron su búsqueda fue el de Gerhard Daniel Campos Wittich. Él parecía encajar en el patrón. Su acta de nacimiento indicaba que había nacido en Río en 1986, pero parecía haber surgido de la nada en 2015.

    Cuando los agentes empezaron a investigar, Shmyrev ya había creado una identidad encubierta tan convincente que ni siquiera su propia novia y sus colegas tenían idea. Hablaba un portugués perfecto, matizado con un acento que, según explicó, era el resultado de su infancia en Austria.

    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.
    Ilustración: Lucy Jones/The New York Times.

    Parecía dedicar todo lo que tenía a su empresa de impresión, 3D Rio, que creó desde cero y que según antiguos colegas realmente parecía importarle. Pasaba largas horas trabajando en el piso 16 de un edificio del centro de Río, a una cuadra del consulado estadounidense. A veces enviaba a los empleados a casa para poder trabajar solo.

    “Era adicto al trabajo”, dijo Felipe Martinez, un antiguo cliente que se hizo amigo del ruso, al que conocía como Daniel. “Pensaba en grande, ¿sabes?”.

    La empresa se convirtió en un éxito, comentó un antiguo empleado. Consiguió clientes como TV Globo, una cadena de televisión, y el ejército brasileño. (El empleado, que pidió no ser identificado, dijo que Shmyrev nunca fue invitado a ninguna base).

    Sin embargo, según amigos y colegas, había cosas raras. Nunca tenía la computadora conectada a internet cuando no la utilizaba. Y parecía tener más dinero del que su negocio podía proporcionarle.

    Felipe Martinez, a la izquierda, y Bernardo Souza, amigos de un hombre al que conocían como Gerhard Daniel Campos Wittich. Wittich era el alias de un espía ruso, Artem Shmyrev. (Foto: The New York Times.)
    Felipe Martinez, a la izquierda, y Bernardo Souza, amigos de un hombre al que conocían como Gerhard Daniel Campos Wittich. Wittich era el alias de un espía ruso, Artem Shmyrev. (Foto: The New York Times.)

    Hacía viajes repentinos a Europa y Asia, y bromeaba sobre hacer “espionaje industrial” contra sus competidores. En ocasiones se hacía pasar por cliente de otros negocios de impresión, y una vez envió a uno de sus empleados a hacer prácticas en una empresa rival para que le informara sobre sus actividades.

    También parecía que las cámaras le daban terror, y le disgustaba tanto que le tomaran fotos que un exempleado recordaba haber bromeado diciendo que tal vez “lo buscaba la policía federal”.

    Shmyrev entró en pánico cuando un periódico local publicó una fotografía en la que aparecía frente al alcalde de Río en la inauguración de un centro tecnológico, recordó Martinez.

    Sin embargo, todo esto solo parecía tener alguna relevancia al ser visto en retrospectiva, dijeron sus amigos.

    En privado, Shmyrev estaba aburrido y frustrado con su vida clandestina. “Ningún logro real en el trabajo”, escribió Shmyrev en un mensaje de texto a su esposa. “No estoy donde tengo que estar desde hace ya dos años”.

    Su esposa, Irina Shmyreva, otra espía rusa que enviaba mensajes de texto desde Grecia, a medio mundo de distancia, se mostró poco comprensiva. “Si querías una vida familiar normal, pues hiciste una elección fundamentalmente equivocada”, respondió.

    Sin embargo, reconoció que la vida que tenían no era lo que esperaban. “Sí, no es como prometieron, y está mal”, le escribió. “Básicamente engañan a la gente para que haga esto y lo veo como algo malo. Es deshonesto y no es constructivo”.

    Los mensajes forman parte de un archivo de documentos que fueron compartidos con servicios de inteligencia extranjeros y vistos por The New York Times. Fueron enviados en agosto de 2021 y se recuperaron posteriormente del teléfono de Shmyrev.

    Seis meses después, Rusia invadió Ucrania. De pronto, los servicios de inteligencia de todo el mundo empezaron a trabajar juntos; su prioridad era trastocar el espionaje del Kremlin. Las vidas de los espías rusos desplegados por todo el mundo se vieron alteradas.

    Primero fue Cherkasov, el interno que fue detenido semanas después de la invasión. Después, Mikhail Mikushin, a quien se había investigado en Brasil, apareció en Noruega y fue detenido. Dos agentes encubiertos rusos fueron detenidos en Eslovenia, donde vivían bajo identidades argentinas falsas.

    A fines de 2022, los investigadores brasileños estaban cercando a Shmyrev.

    El barrio de Botafogo, en Río, donde vivía Shmyrev. Cuando los agentes empezaron a investigar, Shmyrev ya había creado una identidad encubierta tan convincente que ni su novia ni sus colegas tenían idea. (Foto: The New York Times.)
    El barrio de Botafogo, en Río, donde vivía Shmyrev. Cuando los agentes empezaron a investigar, Shmyrev ya había creado una identidad encubierta tan convincente que ni su novia ni sus colegas tenían idea. (Foto: The New York Times.)

    Los agentes federales desentrañaron la identidad de Gerhard Daniel Campos Wittich, y descubrieron que su madre había muerto y nunca había tenido un hijo con ese nombre. No pudieron encontrar a su padre.

    A finales de diciembre, los agentes estaban casi seguros de haber desenmascarado a un espía ruso encubierto.

    Si Shmyrev estaba nervioso, no dio ninguna señal. Una tarde de diciembre, cenó con un colega en el moderno barrio de Botafogo, en Río de Janeiro. Se veía relajado; comentó que se iba a ir de viaje un mes a Malasia, según el empleado, que habló bajo condición de anonimato.

    Se escabulló del país apenas unos días antes de que la policía federal desvelara su identidad. Los agentes se quedaron atónitos. Tanto trabajo y se les había ido.

    Shmyrev tenía un boleto de vuelta con fecha del 2 de febrero de 2023. Los agentes obtuvieron órdenes de detención y de cateo de sus domicilios. Cuando Shmyrev aterrizara en suelo brasileño, estarían preparados. Pero nunca volvió.

    ‘¿Qué es peor que ser detenido?’

    Shmyrev no fue el único espía ruso que se les fue de las manos a los brasileños.

    Cada vez que los agentes descubrían un nombre, parecían haber llegado demasiado tarde.

    Manuel Francisco Steinbruck Pereira y Adriana Carolina Costa Silva Pereira, de entre 30 y 40 años, estaban casados y en 2018 se marcharon a Portugal y desaparecieron.

    Varios parecían estar en Uruguay. Una mujer aparentemente llamada María Luisa Dominguez Cardozo tenía un acta de nacimiento brasileña y más tarde obtuvo un pasaporte uruguayo. Y había otro matrimonio: Federico Luiz Gonzalez Rodriguez y su esposa, Maria Isabel Moresco Garcia, una espía rubia que se hacía pasar por modelo.

    Por un tiempo, la mejor esperanza de los agentes brasileños para lograr una detención parecía ser un joyero llamado Eric Lopes. La policía descubrió que en realidad era un espía ruso llamado Aleksandr Utekhin.

    En 2021, su negocio apareció en un programa de televisión brasileño llamado “Empresários de Sucesso” (“Empresarios de éxito”), donde se referían a él como un “experto en piedras preciosas”.

    Sin embargo, la presentadora dijo en una entrevista con el Times que Lopes había pagado para aparecer en televisión. Afirmó que Lopes era extraño. Hablaba “portugués gringo”, señaló, y se negaba a salir en pantalla. Una empleada que participó en el programa representando a su empresa, sabía tan poco del negocio que él tuvo que irle dictando lo que debía decir. “Pensé: ‘Vaya, ¿está pasando algo?”, añadió la presentadora.

    Cuando los agentes federales llegaron a las tiendas, no encontraron ni rastro de Lopes ni del oro o las piedras preciosas que había anunciado en Instagram.

    Su local de Brasilia ahora está ocupado por una compañía de seguros. La dirección en San Pblo, frente a una sede de la policía militar brasileña, alberga una empresa inmobiliaria.

    El atrio de un edificio de oficinas de Brasilia donde el espía ruso Aleksandr Utekhin manejaba una joyería bajo el nombre de Eric Lopes. (Foto: The New York Times.)
    El atrio de un edificio de oficinas de Brasilia donde el espía ruso Aleksandr Utekhin manejaba una joyería bajo el nombre de Eric Lopes. (Foto: The New York Times.)

    Los investigadores creen que su negocio solo existía como fachada para reforzar sus credenciales brasileñas. Un funcionario de seguridad occidental con conocimiento del caso dijo que, tras abandonar Brasil, Utekhin había pasado un tiempo en Medio Oriente. Se desconoce su paradero exacto, aunque los funcionarios de inteligencia creen que él y otras personas han regresado a Rusia.

    No está claro si algún hecho específico asustó a los agentes para que regresaran a casa. Sin embargo, con toda la atención que comenzó a recibir Rusia tras la invasión de Ucrania, los expertos en inteligencia dijeron que tal vez los jefes de Moscú llegaron a la conclusión de que el mundo se había vuelto demasiado peligroso para ellos.

    Los agentes brasileños que dirigían la Operación Este dedicaron incontables horas a descubrir los nombres y aun así no tenían ningún caso sólido, salvo el cargo por documentos falsos contra Cherkasov.

    Sin embargo, compartieron lo que habían averiguado con agencias de inteligencia de todo el mundo, cuyos agentes cotejaron la información con los registros de agentes de inteligencia rusos conocidos y encontraron coincidencias, que en algunos casos permitieron a los brasileños agregar un nombre real a las identidades brasileñas falsas.

    La pareja que vivía en Portugal con el nombre de Pereira, por ejemplo, resultó ser en realidad Vladimir Aleksandrovich Danilov y Yekaterina Leonidovna Danilova, según dos funcionarios de inteligencia occidentales.

    Durante mucho tiempo, Brasil ha mantenido la neutralidad en lo que respecta a las divisiones geopolíticas. Incluso tras la invasión rusa de Ucrania, Brasil mantuvo una relación amistosa con Moscú. Por eso, que el Kremlin usara el territorio brasileño para realizar una operación de espionaje a gran escala se consideró una traición. Las autoridades querían enviar un mensaje.

    “Nos pusimos a pensar: ‘¿Qué es peor que ser detenido como espía?’”, dijo el investigador brasileño de alto rango. “Ser expuesto como espía”.

    Para eso, los investigadores tuvieron una idea audaz. Podían utilizar a la Interpol, la mayor organización policial del mundo, para desenmascarar a los espías de Putin.

    Era una venganza irónica. Por años, Putin ha manipulado las bases de datos de Interpol para acosar a disidentes y opositores políticos.

    El pasado otoño, los brasileños emitieron una serie de notificaciones azules de la Interpol, avisos en los que solicita información sobre una persona. En las notificaciones se difundían los nombres, fotografías y huellas dactilares de los espías rusos, incluidos Shmyrev y Cherkasov, a los 196 países miembros.

    El lugar de nacimiento de Shmyrev, según los documentos de identidad falsos en los que usaba el nombre Wittich, era el barrio de Catete, en Río. (Foto: The New York Times.)
    El lugar de nacimiento de Shmyrev, según los documentos de identidad falsos en los que usaba el nombre Wittich, era el barrio de Catete, en Río. (Foto: The New York Times.)

    La Interpol, como organismo independiente, no se ocupa de asuntos politizados como el espionaje. Para sortear esta limitación, las autoridades brasileñas dijeron que se estaba investigando a los rusos por utilizar documentos fraudulentos.

    Uruguay emitió alertas similares, vistas por el Times, para los sospechosos de ser espías rusos que llegaron ese país con identidades brasileñas. Según dijeron los servicios de inteligencia, sus nombres reales eran Roman Olegovich Koval, Irina Alekseyevna Antonova y Olga Igorevna Tyutereva.

    Koval y Antonova, el matrimonio, salieron repentinamente de Brasil en un vuelo con destino a Uruguay en 2023, dijeron los investigadores. El último paradero conocido de Tyutereva fue Namibia, según el alto funcionario.

    Las notificaciones de la Interpol no incluyen los nombres reales, pero sí las fotografías y otros datos identificativos. Con sus identidades registradas en las bases de datos policiales, y sus verdaderos nombres señalados por los servicios de espionaje, lo más probable es que los agentes no puedan volver a trabajar como espías extranjeros.

    De todos los espías, solo Cherkasov sigue en prisión. Fue declarado culpable de falsificación de documentos y condenado a 15 años, pero su pena se redujo a cinco años.

    En una aparente táctica para llevárselo a casa antes, el gobierno ruso alegó que era un narcotraficante buscado y presentó documentos judiciales solicitando su extradición.

    Vista de Botafogo. Brasil parecía un lugar ideal para que los espías rusos trabajaran en su historia. Es poco probable que alguien con rasgos europeos y un ligero acento destaque en este multiétnico país sudamericano. (Foto: The New York Times.)
    Vista de Botafogo. Brasil parecía un lugar ideal para que los espías rusos trabajaran en su historia. Es poco probable que alguien con rasgos europeos y un ligero acento destaque en este multiétnico país sudamericano. (Foto: The New York Times.)

    Sin embargo, los brasileños contratacaron rápidamente. Si Cherkasov era un narcotraficante, argumentaron los fiscales, entonces era esencial que permaneciera en prisión aún más tiempo para que la policía pudiera investigar.

    De otro modo, ya habría sido puesto en libertad. Pero sigue encarcelado en Brasilia.

    Durante un tiempo, tras dejar Brasil, Shmyrev se comunicó regularmente con sus amigos y con su novia brasileña. Pero a principios de enero de 2023, sus mensajes de texto cesaron.

    “Pasaron semanas y no sabíamos qué hacer”, dijo Martinez, su amigo.

    La novia de Shmyrev publicó un mensaje en un grupo de Facebook llamado Brasileños en Kuala Lumpur, pidiendo ayuda para encontrarlo.

    “Empezamos a hacer de detectives”, dijo Martinez. “Buscábamos en internet. Llamamos a las estaciones de policía, a las embajadas, a hoteles de Kuala Lumpur, intentando ir tras su pista. Y no pudimos encontrarlo”.

    Cuando Shmyrev no tomó su vuelo de regreso a Brasil, la policía entró en acción. Los agentes descubrieron que había dejado varios dispositivos electrónicos que contenían datos personales cruciales, incluyendo los mensajes de texto con su esposa espía rusa. También dejó 12.000 dólares en efectivo en su caja fuerte.

    Esos son indicios de que había planeado regresar. Como en el caso de los demás, la cuestión de qué lo motivó a marcharse y qué lo mantuvo alejado sigue siendo un misterio. Por ese entonces, su esposa rusa abandonó repentinamente su puesto de espionaje en Grecia. Más tarde, las autoridades griegas la descubrieron.

    Leé también: La historia de la pareja de exespías rusos que ahora vive en un suburbio de EEUU

    A pesar de todo, sus amigos dijeron que lo extrañaban.

    “A veces pienso que algún día iré ahí, a San Petersburgo”, dijo Martinez. “Estaré en la barra. Pediré un vodka. Y entonces, él estará al otro lado”.

    En su fantasía, Martinez asiente con la cabeza a Shmyrev, y este le devuelve el gesto.

    El último contacto conocido que tuvo Shmyrev con Brasil fue una llamada telefónica que le hizo a su novia después de haberse ido. Según le contó a Martinez, su amigo estaba triste, tal vez llorando.

    “Vas a oír cosas de mí, pero tienes que saber que nunca hice nada tan malo. Nunca maté a nadie ni nada parecido”, dijo, según el recuerdo de Martinez.

    “Mi pasado me alcanzó”, dijo.

    Michael Schwirtz y Jane Bradley han cubierto las operaciones rusas en Occidente durante una década. Para este artículo reportaron desde Brasil, Estados Unidos y varios países de Europa.

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