“Ahora que papá está dormido, es el momento”, le dijo Nieves Soldevila a tres de sus hijos, los gemelos Juan y Luis, de 17 años, y Marisol, de 14. Esa frase, pronunciada con la delicada voz que le dio su apodo “La dulce Neus”, era el aviso para dar pie a un plan que había sido premeditado a la perfección.
Con el arma de su padre, los chicos subieron al cuarto. Ninguno de los varones se animó a apretar el gatillo, así que lo hizo la hermana.
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Como parte de la segunda fase del plan, Soldevila y sus cinco hijos -también tenía dos nenas menores- se subieron al auto y partieron desde su chalé de Esplús, un municipio en España, para dirigirse a Montmeló, en Barcelona. En algún punto del trayecto, donde se detuvieron a eliminar las pruebas, la mujer decidió volver para denunciar el crimen. Sin embargo, la versión que daría sería muy diferente a la realidad.
El tirano
Juan Vila Carbonell creció en una familia humilde en Montmeló. Se convirtió en constructor y logró tener su propia empresa, algo que le permitió tener una vida de privilegios.
Se casó con Soldevila y tuvo cinco hijos, pero lejos de ser una familia feliz, la vida de todos estaba marcada por su crueldad y agresividad.
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Vila Carbonell ejercía tanta autoridad sobre su esposa y los chicos, que todos le temían. “Era un tirano y esclavizaba a sus trabajadores”, indicaron los vecinos que se animaron a hablar con la prensa española luego de su homicidio.
También dieron a conocer otros detalles sobre cómo era como padre: obligó a trabajar a sus hijos en la empresa desde los ocho años y los castigaba físicamente si no lo obedecían. Los investigadores establecieron que no existía el cariño entre Vila Carbonell y el resto de su familia.
Una oscura idea
Soldevila llevaba una vida paralela a la de su matrimonio. Tenía varios amantes y se había endeudado luego de pedir varios préstamos a conocidos y hasta a su propia empleada doméstica.
Al darse cuenta de que esa situación se volvió insostenible, sumado a la violencia que sufrían ella y sus hijos, decidió pensar en un plan que sacara a la familia de ese escenario.
Fue así cómo, poco a poco, empezó a sembrar una oscura idea en la mente de los chicos: asesinar a su padre. Si bien ellos no estaban contentos con la vida que llevaba su mamá, era peor lo que vivían junto a Vila Carbonell, así que comenzaron a practicar tiro en los campos cercanos a la propiedad. El arma le pertenecía al hombre, pero la madre se la había encontrado mientras trataba de robarle algo de dinero.

El día elegido para el plan fue el 28 de junio de 1981. Los siete estaban en una casa de verano, mientras pasaban unos días de vacaciones. Los hermanos estaban en la planta baja mirando una película, mientras los padres mantenían relaciones sexuales.
Luego de que Soldevila se asegurara que su esposo estaba dormido, llamó a los chicos para completar lo que habían pactado. Sus hijas menores, María Dolores, de 11, y Ana María, de 9, fueron llevadas por la empleada a otra habitación.
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A pesar de que uno de los gemelos intentó disparar, no tuvo el valor para seguir. “Si ninguno de ustedes lo va a hacer, lo haré yo”, aseguró Marisol. Al minuto siguiente, asesinó a su padre de un tiro en la cabeza.
“Todos al coche”, gritó la mujer luego de escuchar el eco del balazo que retumbó por toda la casa. Los siete chicos obedecieron a su madre y abandonaron su hogar.
Una confesión inesperada
Al inicio, los investigadores no encontraron mucho sentido al relato de Soldevila: según la mujer, dos sospechosos encapuchados habían entrado violentamente a su casa para buscar a su esposo y lo asesinaron a sangre fría, sin robar nada. Pero no había indicios de que el hombre tenga algún enemigo.
Esta incógnita permaneció durante tres meses, hasta que la empleada doméstica Inés Carazo realizó una inesperada confesión el 9 de octubre de ese mismo año.
La policía la volvió a indagar luego de que encontraran una nota escrita por ella en la que afirmaba lo siguiente: “Si digo lo que sé, les va a pesar a todos”.

Carazo contó que su empleadora le debía grandes cantidades de dinero y que sabía desde hace un tiempo lo que ella planeaba junto a sus hijos.
Los investigadores volvieron a interrogar a los hijos del matrimonio y fue allí cuando el pacto de silencio se rompió. Ellos relataron el maltrato de su padre y cómo ya no podían seguir conviviendo con él. Supuestamente, el hombre se negaba a divorciarse de su madre, por lo que vieron una “salida” en el crimen.
Soldevila y sus hijos, Luis, Juan y Marisol, fueron detenidos y acusados como coautores del homicidio de Vila Carbonell. Carazo también fue imputada como cómplice y por encubrimiento, aunque solo fue condenada por este último delito y tuvo que estar presa durante seis meses.
El proceso judicial fue muy mediático, ya que la madre se ganó el apodo de “La dulce Neus”, debido a su voz delicada y angelical. Nadie en España creía que una mujer así podía haber llevado a sus hijos a cometer un crimen.

El 2 de junio de 1982, el juicio terminó y se encontró culpable a Soldevila por parricidio con alevosía y premeditación. La condenaron a 28 años de cárcel. Los gemelos, que ya habían cumplido los 18, fueron sentenciados a 10 años, y Marisol a 12, aunque los primeros años los pasó en un instituto de menores.
La fuga
Cuatro años más tarde, “la dulce Neus” se escapó de la Justicia durante una de sus salidas transitorias. Escapó a Portugal con una de sus hijas. Ese país dio algunas entrevistas por dinero y hasta posó semidesnuda. “En España no hay ninguna esperanza ni futuro”, dijo en ese momento. “No funciona la justicia y solo se genera paro y delincuencia”, sumó.
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La mujer estuvo prófuga durante varios años y se cree que viajó por varios países de Latinoamérica. Sin embargo, todo terminó en junio de 1988, cuando la Policía de Ecuador la detuvo en Quito y fue extraditada de nuevo a su país de nacimiento.
En 1997, Soldevila salió en libertad condicional y, tres años más tarde, cumplió su condena. En una entrevista con ABC, dio su versión de los hechos: “La realidad nunca ha podido salir a la luz, hay personas a las que no les convenía. ¿Cómo va a disparar una niña? Tuvimos que callarnos. Solo nos juzgaron y nos metieron en prisión“.