El 17 de agosto de 1980, la familia Chamberlain, compuesta por Lindy, Michael y sus tres hijos, llegó al Parque Nacional de Uluru, un lugar emblemático cerca de la roca Ayers y una zona considerada como patrimonio de la humanidad.
El objetivo de aquella visita era disfrutar de unas tranquilas vacaciones en uno de los destinos más populares del país. Sin embargo, en cuestión de horas, lo que prometía ser uno de los mejores viajes familiares se convirtió en una tragedia y en una de las historias más polémicas de Australia.
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Durante la noche de ese domingo, mientras los Chamberlain y otras familias preparaban la cena, se escucharon gritos de la carpa donde dormía Azaria, la hija menor que tenía apenas nueve semanas. Rápidamente, Lindy corrió al lugar para saber qué pasaba y, según su declaración, vio a un dingo -un perro salvaje del desierto australiano- que se alejaba con su hija de dos meses en la boca.
A pesar de una intensa búsqueda que duró toda la noche y que incluyó la colaboración de otras personas que estaban acampando, la única pista encontrada fue una campera ensangrentada, que era la que llevaba la beba. Sin embargo, no hubo más rastro de ella.
Lindy Chamberlain, la mujer más odiada de Australia
Con el correr de los días, la desaparición de la pequeña involucró grandes equipos de búsqueda y llamó la atención de los investigadores y los medios de comunicación. Sin pruebas contundentes sobre la participación de un perro salvaje en el hecho, el caso tomó un giro impactante: Lindy Chamberlain se convirtió en la principal sospechosa y su relato perdió credibilidad.
En principio, las dudas giraban en torno a que los dingos eran una de las atracciones principales del Parque Nacional de Uluru y no había antecedentes de un suceso como este. Pero lo que terminó convenciendo de esta versión a la opinión pública fue que Lindy siempre se mostraba seria ante las cámaras y “no lloraba mucho” por la pérdida de su hija.
A partir de ese momento, se establecieron decenas de teorías que no contaban con las pruebas suficientes como para sustentarlas. Desde decir que la nena había formado parte de un ritual de sacrificio en el desierto hasta que la mujer la había asesinado y enterrado en alguna zona del parque. Fue de esta forma cómo los policías decidieron centrar la investigación basada en esta última hipótesis.
Por otra parte, los peritos encontraron unas pequeñas manchas de sangre en el auto de la familia Chamberlain, lo cual fue presentado por la fiscalía como prueba de que Azaria había sido degollada en el vehículo por Lindy y que luego su marido, Michael, la habría ayudado a ocultar el cadáver en el parque.
Para ese momento, ya no importaban los testimonios de las familias que habían acampado junto a ellos esa noche y que confirmaban haber visto dingos en la zona donde ocurrió la desaparición. Tampoco se cuestionó el hecho de que no se encontró más sangre en la escena.
Un juicio controversial
Durante el juicio, que se llevó a cabo en 1982, cada gesto y palabra de Lindy -momento en el cual transitaba el embarazo de su cuarto hijo- fue juzgada por un público que ya la había condenado desde el inicio.
Por su parte, la fiscalía estaba dispuesta a comprobar a toda costa que la mujer y su esposo eran los responsables de la muerte de Azaria. Un ejemplo de ello, fue la presentación de un forense que aseguró que las rasgaduras de la campera que encontraron “no eran compatibles con la mordida de un dingo” y que, de acuerdo a la forma en la que había caído la sangre, la menor había sido degollada.
Si bien los padres acusados tuvieron el apoyo de peritos de parte, la Justicia los encontró culpables por el asesinato de Azaria. Fue así como Lindy fue condenada a cadena perpetua por homicidio, mientras que Michael fue declarado cómplice y le dieron una pena de 18 años de prisión, aunque luego fue suspendida.
La pista que lo cambió todo
El destino de la familia Chamberlain cambió en enero de 1986. Para ese entonces, Lindy ya había pasado tres años en la cárcel, donde era reconocida como una de las personas más odiadas de Australia por haber masacrado a su propia hija.
Pero todas esas acusaciones tomaron otro rumbo luego de una tragedia que ocurrió en el Parque Nacional de Uluru: un montañista inglés que había intentado escalar la roca Ayers -lugar donde acamparon los Chamberlain- se cayó al vacío y murió. Tras el terrible accidente, las autoridades acudieron a la zona para poder rescatar el cuerpo, pero de forma inesperada se encontraron con algo más.
En el rastrillaje, los policías ingresaron a varias cuevas que habitaban los dingos y fue en una de ellas donde encontraron el saquito ensangrentado que Azaria llevaba la noche en la que desapareció.
Este nuevo descubrimiento logró la reapertura de la causa, en la que un análisis más moderno comprobó que las manchas que habían sido halladas en el auto de los Chamberlain no eran más que restos de pintura, frutas y sangre animal.
De esta manera, en septiembre de 1988, la Justicia anuló la condena de Lindy y, cuatro años más tarde, el estado australiano indemnizó a la familia con más de un millón de dólares por el error judicial. “Es genial ser perdonada por algo que no has hecho”, dijo la mujer en una entrevista para un programa televisivo.
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Pese a las pruebas y el accionar judicial, la sociedad aún seguía sospechando del matrimonio y en el acta de defunción de Azaria todavía seguía figurando como “desconocida” la causa de muerte.
El caso tuvo tal repercusión que, ese mismo año, se estrenó la película “Un grito en la oscuridad” -protagonizada por Meryl Streep y Sam Neill- en la que se relata la tragedia que vivió la familia Chamberlain. La frase “Un dingo se llevó a mi bebé” fue una de las más emblemáticas de esa ficción y, con el tiempo, se convirtió en un chiste de la cultura popular. Esta referencia terminó usándose de manera banal en Los Simpson, Seinfeld y otros reconocidos programas de televisión.
La pelea para limpiar el nombre del matrimonio, que se terminó divorciando en 1992, continuó durante décadas. Recién en 2012, tras el ataque mortal de dingos a dos nenes en Australia, un nuevo juicio finalmente exoneró a la familia. “Ha sido una batalla terrorífica, pero ahora podemos encontrar paz y dejar descansar el espíritu de nuestra hija”, afirmaron Lindy y Michael después de más de 30 años del fatal suceso.