Casi un millón de migrantes ilegales deambularon a lo largo del territorio mexicano en los primeros ocho meses del año con un único objetivo: cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Se trata de un aumento del 131% comparado con igual período de 2023, según datos oficiales. El número amenaza con romper en diciembre todos los récords.
Actualmente, se calcula que unos 300.000 “sin papeles” se mueven en caravanas por todo México. Van juntos para escapar de la violencia. Son familias enteras o viajeros solitarios atrapados en una especie de “juego de la oca” migrante. Avanzan y retroceden, caminan o abordan trenes para llegar a su próximo objetivo hasta que en algún momento, sin explicación, las autoridades los devuelven hacia el punto de partida o un lugar intermedio.
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A simple vista, pareciera que el plan es no acercarse a la frontera norte si no tienen regularizados sus trámites digitales (pedidos de asilo u otras instancias migratorias totalmente saturadas) con las autoridades estadounidenses. Con algunos documentos, escaso dinero y apenas lo indispensable en una mochila, los migrantes siguen avanzando tras dejar sus países. Vienen en especial de Venezuela, Cuba, Haití y distintos países de Centroamérica golpeados por el desamparo económico y la violencia, aunque también se vieron algunos argentinos.
“Yo no tuve oportunidad de ver argentinos, pero colegas me han comentado que han visto algunos. No en un número muy grande, pero los distintos equipos me han comentado que se están empezando a ver algunos”, dijo a TN la psicóloga argentina Mariana Pizziotello, coordinadora de actividades de salud mental de Médicos sin Fronteras (MSF) en el sur de México.
Los migrantes que tienen más espalda financiera contratan “coyotes” (las personas que se encargan de pasar en forma ilegal a Estados Unidos a los migrantes sin documentos con el respaldo de grupos criminales). Los que no tienen dinero solo tienen la opción de sumarse a una “caravana”. El viaje, con o sin la ayuda de un traficante de personas, es muy peligroso. Los que pagan llegan a la frontera y deben cruzar el Río Bravo por su cuenta. Muchos son secuestrados en el camino. Otros no llegan a ningún lado. A cientos se les pierde el rastro para siempre.
“La violencia a la que están expuestos jóvenes, niños, niñas, mujeres y hombres de todas las edades a su paso por México, incluidos secuestros, extorsiones o violencia sexual, les obliga a desplazarse en caravanas como mecanismo de protección. Las caravanas cada vez son más multitudinarias. Si en septiembre y octubre estaban integradas por unos pocos centenares, ahora van miles de personas”, dijo Ricardo Santiago, coordinador de proyectos de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la zona.
Del otro lado de la frontera crece el miedo a las deportaciones masivas
Pero la situación política agrega otro condimento que aumenta la desesperación de uno y otro lado de la frontera. El triunfo de Donald Trump en las elecciones del 5 de noviembre no fue una buena noticia para estos desplazados económicos que buscan un futuro mejor en los Estados Unidos. El presidente electo viene amenazando con la mayor deportación de la historia.
Se estima que unos 19 millones de migrantes están en riesgo. Son personas que están ilegalmente en el país o que están a la espera de regularizar su situación con permisos precarios o pedidos pendientes de asilo que les permiten trabajar hasta tanto una corte resuelva su caso.
Trump amenaza con tirar abajo todas estas instancias migratorias, como el parole humanitario (un permiso temporal que benefició a más de medio millón de personas y ayudó a la reunificación familiar), el mecanismo de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) que retrasó la deportación de personas que llegaron al país en forma ilegal cuando eran niños; el llamado Parole in Place, que concedió la residencia a los cónyuges de ciudadanos estadounidenses; el estatus de protección temporal, más conocido como TPS por sus siglas en inglés y que protege a unas 330.000 personas, y la ciudadanía automática a los hijos de inmigrantes ilegales que nazcan en los Estados Unidos.
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Por ello cruzar la frontera no garantiza hoy absolutamente nada. El miedo crece al mismo ritmo que la preocupación de un futuro errante. Los daños psicológicos que provocan viajes interminables por una ruta insegura y con carencias profundas comienza a dejar una marca entre los migrantes, en especial en los niños.
La labor de las ONG en la ruta migrante y los daños a la salud mental
La ruta migrante mexicana es considerada una de las más riesgosas para las personas que buscan llegar a Estados Unidos. Aliuska Hernández, una migrante cubana que atravesó la peligrosa selva del Darién, en Panamá, a mediados de 2021, contó entonces a TN que “fue duro pasar México. Yo creo que México es peor que el Darién”, contó poco después de llegar a Estados Unidos.
En ese marco de inseguridad y abandono creciente, Médicos Sin Fronteras (MSF) redobló su asistencia móvil en el sur de México en un intento por ayudar a la población migrante a través de consultas médicas gratuitas en los estados de Chiapas, Oaxaca y Veracruz. Según contaron voceros, los migrantes llegan con enfermedades respiratorias agudas, osteomusculares, afecciones de la piel y gastrointestinales ante el consumo de agua no potable, las largas caminatas y las altas temperaturas. Pero también hay casos de enfermedades crónicas como hipertensión arterial, asma y diabetes.
Ahora, se viene produciendo un fenómeno del que se habla muy poco: el fuerte impacto en la salud mental que provocan las continuas situaciones de violencia por la que atraviesan los migrantes.
La psicóloga argentina Mariana Pizziotello, de 45 años, llegó hace dos meses al sur de México como coordinadora de actividades de salud mental de Médicos sin Fronteras. Desde Coatzacoalcos, en el estado de Veracuz, contó a TN que las caravanas de migrantes pasaron de 200/300 a 3000 personas en los últimos meses.
“Se reúnen en las vías del tren para continuar su camino. La ruta cambia todo el tiempo, según los eventos. La gente se entera por el boca a boca. Se van pasando el dato unos a otros, según las políticas migratorias. Intentan por trenes de carga, son devueltos por migraciones y vuelven a intentarlo por caminos o rutas. Van probando distintas maneras”, dijo la profesional que se incorporó a la ONG en 2020.
Su trabajo se desarrolla en clínicas móviles. “Vamos con nuestras carpas, tráileres, con el equipo médico, de psicológicos y promoción de salud. Nos instalamos en puntos donde las caravanas descansan y allí ofrecemos atención”, comentó.
Las ayudas psicológicas son cada vez más necesarias en el terreno. “Desde el equipo de salud mental vemos personas con síntomas de estrés postraumático, ansiedad y problemas de sueño. Aun cuando tienen medios para comer o espacios para descansar, no pueden hacerlo porque están preocupados por lo que puede pasar o ya les pasó, como secuestros, situaciones de violencia, extorsión, abusos sexuales y la incertidumbre. Es una situación de estrés constante que tiene repercusiones en la salud física y mental”, señaló.
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En ese escenario, los niños son los más vulnerables. “Hay cada vez más cantidad de mujeres que viajan con sus hijos sin sus parejas. También vemos un aumento de la presencia de niños pequeños, incluso bebés. Están en situación de vulnerabilidad. Se los ve más agresivos o tienen una regresión en su desarrollo. Algunos eran autónomos y ahora están muy apegados a sus mamás. Están angustiados, se pelean con otros nenes y están expuestos o son testigos de situaciones de violencia”, afirmó Pizziotello.
Por ello, el equipo de profesionales va más allá de la atención. “No es solo el enfoque clínico. Hacemos actividades más distendidas. Es un momento para descansar y darles herramientas para que estén mejor preparados para situaciones que van a vivir en el futuro. Tratamos de trabajar en conjunto con las secretarías de Salud locales. En algunos casos hemos podido hacer derivaciones a hospitales de la zona”, indicó.
En tanto, los migrantes se agrupan en distintas ciudades, esperando que se resuelvan sus desbordados trámites migratorios para poder entrar a los Estados Unidos antes de que asuma Trump, el 20 de enero. Miles están en Tapachula (en Chiapas), muchísimos más en Ciudad de México y otros simplemente deambulan por rutas y caminos. Pero ninguna ciudad está en condiciones de recibirlos y prestarles servicios y atención adecuados. Avanzan hasta cierto punto hasta que los “deportan” más al sur, donde el viaje vuelve a empezar.