“¡Alguien mató a mis padres!”, gritó con desesperación Lyle Menéndez, de 21 años, al 911 en la noche del 20 de agosto de 1989. Dijo que acababa de volver del cine con su hermano menor Erik (18) y que se había encontrado con el horror. Pocos minutos después, la Policía confirmó lo que el joven había dicho: José, el padre, había recibido cinco balazos con una escopeta y su mamá, nueve. Ambos estaban desfigurados e irreconocibles.
Ambos apuntaron a una banda de mafiosos que estaban en contra de los negocios de su familia, aunque, tiempo después, un descuido arruinó su coartada. Los dos fueron acusados de parricidio y terminaron en la cárcel con cadena perpetua. Sin embargo, una denuncia reciente podría dar un giro inesperado en el caso y los dos tendrían la posibilidad de salir en libertad.
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El sueño americano que se convirtió en una pesadilla
En 1960, José Enriquez Menéndez llegó a Estados Unidos con tan solo 15 años, enviado por sus padres desde Cuba con el objetivo de tener “un futuro mejor”. Con esfuerzo y dedicación, el joven se destacó en el deporte y llegó a ganar una beca de natación para la Universidad del Sur de Illinois, todo un logro para un migrante como él. Sin embargo, a los 19 años la abandonó para casarse con Mary Louis Anderson, apodada como “Kitty”, y se mudó a Nueva York para iniciar una nueva vida.
Una vez en la “ciudad que nunca duerme”, estudió contabilidad mientras trabajaba como lavaplatos en el emblemático “Club 21″ de Manhattan, un bar por el que pasaron figuras como Marilyn Monroe, Frank Sinatra, Ernest Hemingway y, donde años más tarde, él también gozaría de cenas lujosas junto a personas de prestigio.
Poco a poco, logró construir una exitosa carrera que lo llevó a trabajar en RCA Records, una de las discográficas más importantes del mundo, y en donde colaboró junto a artistas de renombre como Menudo, The Eurythmics y Duran Duran. En aquel entonces, él y su esposa Kitty ya habían formado su familia junto a sus dos hijos, Lyle y Erik. Los cuatro vivían en una millonaria mansión en Nueva Jersey mientras los chicos asistían a la exclusiva escuela de Princeton. Básicamente, José Menéndez había cumplido el “sueño americano”.
En 1986, tres años antes de su asesinato, se mudó a Los Ángeles para dar un salto en su carrera profesional. Allí, comenzó a trabajar en la distribuidora International Video Entertainment (IVE) y salvó a la empresa de una caída financiera al duplicar las ganancias en tan solo dos años. “Era el ejecutivo corporativo perfecto”, expresó uno de sus compañeros de trabajo, según Vanity Fair.
Así fue cómo terminaron viviendo en la misma casa que ocupó Elton John, ubicada en la calle Elm Drive, en la refinada Beverly Hills. La casa contaba con seis habitaciones, pileta, cancha de tenis y un sinfín de lujos. La familia Menéndez había alcanzado un prestigio inigualable.
“Era una gran familia feliz”, comentó John E. Mason, director de IVE (ahora Live Entertainment), quien trabajó junto a José. Según su relato, los cuatro siempre cenaban juntos y eso era visto como “algo raro” para la época, ya que la mayoría de los padres de esa clase social iban a fiestas todas las noches y dejaban a sus hijos en casa. Incluso, el día anterior al trágico suceso, la familia alquiló un barco y se fueron a pescar.
El 20 de agosto de 1989, José y Kitty decidieron pasar la tarde viendo televisión en el living, como cualquier día de descanso, mientras que sus hijos se fueron al cine a ver la nueva película de Tim Burton, Batman.
Al regresar, los jóvenes se encontraron con una escena escalofriante. Sus padres habían recibido 14 balazos de escopeta, cinco él y nueve ella, ambos en la cabeza y en el cuerpo. Inmediatamente, Lyle llamó al 911 para avisar de lo sucedido. “¡Alguien disparó y mató a mis padres!”, se lo escucha decir a Lyle en medio de una crisis de llanto y desesperación. “¡Erik, callate! ¡Alejate de ellos!”, le indicó a su hermano. En dicha llamada, explicó que no sabía lo que había pasado, ya que acababa de llegar y que solo había encontrado los cadáveres en el sofá que estaba en frente del televisor.
“He visto muchos homicidios, pero nada tan brutal. Sangre, carne, calaveras. Sería difícil describirlo, especialmente a José, como un ser humano que puedas reconocer. Así de malo fue”, contó el detective Dan Stewart en una conferencia de prensa que fue transmitida en vivo. Luego, tras la llegada de los resultados de la autopsia, se supo que una explosión provocó la “decapitación con evisceración de cerebro” y “deformidad de rostro” a José Menéndez.
Un descuido, una revelación cuestionada y una condena
Las primeras hipótesis que siguió la investigación del crimen de los Menéndez apuntaron a que se trataba de un “ajuste de cuentas” por parte de una banda de mafiosos. La realidad era que José era un hombre exitoso y, en su camino hacia lo más alto, se ganó unos cuantos enemigos. Sin embargo, esa teoría no convencía del todo a los detectives.
Con el tiempo, y sin darse cuenta, Lyle y Erik levantaron sospechas por su propia cuenta. Después de la tragedia de sus padres, notaron que los chicos llevaban el asunto con una “extrema calma”, ya que comenzaron a tener una vida más ostentosa de lo normal. En pocos meses, los hermanos Menéndez habían gastado 700.000 dólares en autos, ropa y relojes Rolex.
Al mismo tiempo, en la otra punta de la ciudad, una mujer llamada Judalon Rose Smyth vivía un drama amoroso con un hombre casado, Jerome “Jerry” Oziel. Él era nada menos que el psicólogo de Erik Menéndez, a quien le confesó el macabro plan que había llevado junto a Lyle: el asesinato de sus padres.
Todo había quedado registrado en una grabación de audio que Oziel tenía en su consultorio. Por esta razón, siete meses después del crimen, Smyth se contactó con la Policía de Beverly Hills para informar del hecho, y agregó que los Menéndez tenían amenazado de muerte a Jerry para que no revelara la verdad.
El 8 de marzo, Lyle Menéndez fue detenido en la puerta de su casa por más de una docena de policías. Por otra parte, su hermano Erik se encontraba jugando un partido de tenis en Israel cuando se enteró de la noticia. Ante la desesperación y el miedo, se entregó en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, donde lo esperaban cuatro detectives.
Entre 1993 y 1996, los hermanos se enfrentaron a dos juicios, tres años en los cuales cada detalle del caso era motivo de interés general y era televisado a nivel nacional. Sin embargo, un detalle “dividió” las aguas en cuanto a las hipótesis planteadas: en la defensa, ambos admitieron que habían matado a sus papás, pero también revelaron que actuaron en “defensa propia”, ya que, dijeron que habían sufrido abusos sexuales, físicos y psicológicos desde chicos por parte de José. Asimismo, señalaron que su mamá había sido cómplice porque nunca había intervenido para defenderlos.
Este testimonio los llevó a ser sometidos a pericias psicológicas y psiquiátricas que, posteriormente, determinaron que sus declaraciones no eran veraces en su totalidad. Así fue cómo el 18 de abril de 1996 fueron condenados a cadena perpetua sin derecho a libertad condicional, luego de determinar que los asesinatos fueron llevados a cabo con la intención de heredar la fortuna de sus padres.
A pesar de ello, el año pasado se realizó otra denuncia que podría dar un giro inesperado en el caso: Roy Roselló, un ex miembro de la banda puertorriqueña Menudo, afirmó que José Menéndez lo había abusado sexualmente mientras trabajaban juntos a mediados de los 80. Según su relato, el empresario lo habría llevado a su casa en Nueva Jersey cuando él tenía 14 años, donde lo drogó y lo violó.
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Por el momento, no hay noticias de que los abogados defensores de los Menéndez utilicen esta declaración para apelar por un nuevo juicio para los hermanos. Sin embargo, podría ser el intento de buscar su libertad después de 27 años.
Finalmente, Erik y Lyle permanecieron en cárceles separadas hasta el 2018, cuando volvieron a verse en el penal RJ Donavan de San Diego, California. Según los testigos, ambos protagonizaron un “emotivo reencuentro”.