Cada 8 de septiembre se conmemora el Día Internacional del Periodista, en homenaje a Julius Fucik, el escritor nacido en República Checa y quien fuera ejecutado por el nazismo ese día de 1943. Fucik, que había nacido en Praga en 1903, tenía 40 años cuando poco tiempo antes de morir escribió su obra cumbre en cautiverio: Reportaje al pie de la horca.
El periodista integraba el Partido Comunista checo, que era parte de la resistencia contra el nazismo durante la segunda guerra mundial. Y precisamente sus tareas como parte de esa resistencia -pertenecía a su sector ideológico más duro, el Stalinista- llevaron a que fuera detenido. Lo curioso fue que Fucik, cuyo seudónimo de combate era “El Profesor Horak”, cayó en manos de la Gestapo (la policía secreta nazi) de casualidad.
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Esto le ocurrió cuando asistió a una cena, un año antes de su muerte, en 1942. Aquel encuentro clandestino fue descubierto por los nazis quienes, en realidad, irrumpieron en la casa donde se celebraba el encuentro con el fin de capturar a un grupo de la resistencia, pero sin saber quiénes eran. Incluso, no advirtieron hasta varios días después, que uno de los detenidos había sido nada menos que El Profesor Horak, una de las piezas clave del Partido Comunista checo.
Día Internacional del Periodista: un libro escrito en hojas sueltas y sucias
Pocas cosas amaba tanto Fucik como escribir, relatar, transmitir. Peor e su cautiverio lejos estaba de aquella posibilidad. Por el contrario, su debilidad era enorme debido al maltrato que recibía a diario su cuerpo, producto de trabajos forzosos pero mucho más por las torturas a las que era sometido diariamente.
Los nazis querían que sus detenidos hablasen y delataran a otros miembros de la resistencia que, a su vez, luego de ser detenidos, continuaran el círculo delator. El final para todos era similar, hayan sido soplones colaboradores o fuertes defensores del silencio: los matarían.
El periodista checo fue de estos últimos y padeció cada uno de los varios interrogatorios a los que fue sometido. Incluso, su esposa, Gustina Fucikova, quien jugó un rol fundamental en el mensaje póstumo de Fucik dado que fue quien juntó los manuscritos y los transformó en libro, presenció algunas de las torturas pero el acuerdo entre ambos era contundente: en caso de ser capturados, se desconocerían para que los nazis no los conectaran.
Gustina fue asignada a un campo de concentración y no se enteró hasta después del final de la guerra de que su esposo había sido ejecutado en la horca. Tampoco necesitaba demasiada confirmación dado que tenía en claro -como también el propio Julius- más temprano que tarde ocurriría.
Cuando ya era inminente la ejecución (el 25 de agosto de 1943 fue condenado a morir ahorcado el 8 de septiembre), Fucik contó con la complicidad de un guardia checo que trabajaba para los nazis: Adolf Kolínský, un policía que le ofreció papel y lápiz para que escribiera un mensaje. Algo que no llegaría a ningún lado con él, porque estaba claro que el periodista sería asesinado. Pero, en cierto modo, cualquier escrito quedaría como un legado.
Y eso ocurrió, porque una vez finalizada la guerra, aquellas hojas sucias, de puño y letra de Julius Fucik, llegaron a manos de Gustina, quien las ordenó y las transformó en libro. En un testimonio que llamó “Reportaje al pie de la horca”, un libro que se publicó en 1945 y llegó a ser traducido a más de 80 idiomas.
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Compuesto de ocho cartas, el escritor retrata su vida como prisionero de los nazis, las torturas que sufrió, el estado en el que estaba preso y cómo estaban a su vez los otros detenidos. Y hace una interpretación acerca de quiénes habían cedido a los tormentos y delataron a compañeros y quienes guardaron silencio hasta el final.
Hasta 1990 se creyó que Julius había sido uno de estos últimos: su esposa Gustina decidió no incluir en el libro los textos en los que su marido cuenta que había cedido a las torturas de la Gestapo y que había hablado, aunque, según él mismo reveló, fueron confesiones intrascendentes, con datos que no aportarían nada importante a la búsqueda nazi.
Ese hombre de 40 años, quien había comenzado a trabajar como periodista en el diario Rudé Pravo y la revista Tvorba, ambos de su ciudad, Praga, murió haciendo lo que mejor sabía hacer: escribir y comunicar, en textos que se convirtieron en símbolos de la libertad y la lucha contra la injusticia y que llevaron a que, en 1950, siete años después de su muerte, Julius Fucik fuese galardonado con el Premio Internacional de la Paz.