Ludmila vive en Kiev hace más de 20 años. Su modesto departamento fue uno de los muchos que quedaron reducidos a escombros el pasado viernes.
“Estoy confundida, traumada. Lo que pasó no se puede creer”, le cuenta a TN desde el lugar que hasta hace unas horas era su cocina. Sus amigos ya ayudan a rescatar de entre la polvareda las pocas cosas que siguen enteras.
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Al lado del monoblock en el que vivía la mujer de unos 45 años cayó una bomba. La denotación también afectó a otras dos dependencias ubicadas a pocos metros de allí: un jardín de infantes y una escuela primaria.
Menos de 24 horas después, la foto es aún impactante. El edificio de Ludmila perdió por completo una de sus paredes. Son pisos en los que se puede ver, como si fuera con visión de rayos X, el interior de 10 departamentos.
A unos cuatro kilómetros hay una escena similar. Otro edificio, otro barrio, otra explosión. La misma sensación. María, una vecina, explica que allí conviven con la posibilidad de volar por los aires a diario.
Los estruendos ya son parte del sonido ambiente de Kiev. Las explosiones funcionan como la banda sonora, casi ininterrumpida, de una ciudad que pasó a ser una sombra de lo que era.
Según datos oficiales de las autoridades de Kiev, más de la mitad de los 3 millones residentes de la capital ucraniana abandonó la ciudad. La impresión a simple vista invita a pensar que ese porcentaje se queda corto.
Los únicos negocios que permanecen abiertos son los almacenes y mercados que abastecen de insumos básicos a la población que no se fue. El resto de las persianas están bajas.
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Las calles están semi vacías y decoradas por barricadas militares, que no en todos los casos cuentan con agentes de seguridad. Una imagen que se repite y parece sacada de una película.
Bloques de cemento, estructuras de hierro con forma de asterisco y pilas de bolsas de arena intervienen las principales avenidas. Funcionan como obstáculos que obligan a los pocos vehículos que circulan a moverse en zigzag.
En los accesos que separan al centro de la periferia, las trincheras suman, además, vagones de trenes en desuso. El objetivo es impedir el avance terrestre de las fuerzas enemigas.
Del otro lado de esos límites están los lugares más afectados por los bombardeos. El distrito de Podilski es un ejemplo. La región, ubicada en las orillas del Río Dniéper, sufrió por lo menos 3 ataques en las últimas 72 horas.
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Los misiles suelen caer por las noches, momentos en los que todo se convierte oscuridad. Por seguridad, se apagan todas las luminarias públicas y la única luz que llega aparece de alguna ventana aislada.
Se pueden ver destellos de luz, como cometas. Son los disparos de lo que aquí llaman “defensa antiaérea”, la manera en la que las fuerzas ucranianas buscan derribar a los aviones y drones rusos.
El centro no se salva de los ataques
Anna tiene 98 años y nunca dejó de vivir en Kiev, su ciudad. No le importa que a sus espaldas sea todo destrozos, ella se sienta en el mismo banco de siempre, en el ingreso a la estación de subterráneo Lukianivska, que se convirtió en un refugio.
La mujer recuerda que era joven en la Segunda Guerra Mundial. Y asegura que después de atravesar semejante experiencia no puede tenerle miedo a Vladimir Putin. “Es sólo un loco, no va a lograr que me vaya de mi lugar”, dice.
Detrás de Anna hay un desastre absoluto. Los restos de un misil alcanzaron al techo de un edificio de ladrillo a la vista y la onda expansiva arrasó con casi todos los locales de la zona.
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Las cifras oficiales de muertos, mientras tanto, son esquivas. Sin embargo, por la huida generalizada y la restricción por el toque de queda, afortunadamente, las víctimas civiles no aumentan de a miles.