Me imagino que, para los propietarios de centros vacacionales con actividades de buceo, los buzos son muy parecidos a los niños: casi siempre es grandioso recibirlos, pero en la noche es mejor que se queden en la seguridad de su habitación.
Esta idea me cruzó por la mente al final de una excursión de buceo nocturna, cerca de la costa sur de la isla hondureña de Roatán en diciembre. Mientras el sol se ocultaba, cuatro de nosotros nos adentramos en las aguas oscuras a unos metros de The Reef House Resort, y nadamos por el costado de un escarpado acantilado submarino, con linternas en la mano para iluminar a peces trompeta, langostas, corales cerebro, abanicos de mar y otros seres marinos que residen en esta sección de los casi 1126 kilómetros que conforman el Sistema Arrecifal Mesoamericano. El buceo nocturno era una actividad nueva para mí: la oscuridad entintada era emocionante, misteriosa, dinámica y bastante aterradora.
Después de 45 minutos de exploración submarina, ascendí a la superficie sana y salva mientras que Aaren, mi compañero de viaje, y nuestros nuevos amigos buzos, Will y Kris, permanecieron bajo el agua para tomar una última fotografía. Pero en lugar de salir a la superficie y encontrar silencio pacífico y un cielo estrellado, vi una figura con una linterna, de pie en el muelle cercano, gritando.
“¡Siga mi luz! ¿Escucha mi voz? Nade hacia mí”, gritó Davey Byrne, copropietario de The Reef House, que fue nuestro hogar durante tres noches en las vacaciones de Navidad.
Sorprendida, respondí con torpeza las primeras palabras que me vinieron a la mente: “¡Estamos bien! ¡Solo estábamos viendo a un par de sepias!”.
Davey se rio y dijo que no había problema, solo quería asegurarse de que estuviéramos bien. El bar y la cena nos esperaban en cuanto saliéramos del agua.
Comer, bucear, dormir y repetir
A unos 56 kilómetros de la costa norte del territorio continental de Honduras, Roatán es la más grande de las Islas de la Bahía, un archipiélago rodeado de algunos de los arrecifes de coral más hermosos y accesibles del mundo. La decisión de no cancelar este viaje internacional —el primero que hemos realizado desde el inicio de la pandemia— fue muy difícil, tal como lo fue para muchos de quienes tenían planes para viajar este año. Como editora de artículos de viaje, el virus y su impacto en el turismo han estado en mi mente en todo momento desde hace casi dos años, y ahora, a finales de diciembre, la mitad del área metropolitana de Nueva York parecía harta de la variante ómicron y la otra mitad estaba en espera de resultados de pruebas diagnósticas. ¿Qué tal si yo traía el virus a la isla? ¿Qué tal si daba positivo y me enfermaba? ¿Qué tal si nuestros vuelos eran de los miles que se estaban cancelando? Las preguntas eran interminables y la crítica —implícita, explícita e interna— era brutal.
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Sin embargo, ni Aaren ni yo sufríamos afecciones subyacentes. Ambos teníamos la dosis de refuerzo y habíamos dado negativo en las pruebas que nos hicimos tres días antes de nuestro vuelo. Otras de las precauciones que tomamos fueron el uso de dos mascarillas K95 durante el vuelo, así como en nuestros tres trayectos en taxi. Trajimos nuestros propios reguladores para buceo y otros equipos, y planeamos hacer actividades al aire libre, casi siempre solo nosotros, o bajo el agua.
Las Islas de la Bahía se ubican en el extremo sur del arrecife mesoamericano, una de las barreras de coral más grandes del mundo (la Gran Barrera de Coral de Australia ocupa el primer lugar en esta categoría), abarca Guatemala, México y Bélice, así como Honduras. Es un ecosistema marino vibrante y diverso, con alrededor de 65 especies de coral, más de 500 tipos de peces e incontables ejemplos más de vida marina, como tortugas marinas y esponjas de mar.
El lugar cumplió con todas las expectativas. Tomamos como base el rústico hotel The Reef House de 10 habitaciones, ubicado en un cayo que está a un breve traslado en bote del poblado de Oakridge, y dedicamos nuestros días a comer, bucear, dormir, y repetir. Cuatro días, ocho recorridos de buceo, una excursión con esnórquel, innumerables criaturas y una belleza impresionante. Ninguno de los sitios de buceo estaba a más de 10 minutos del hotel, a bordo del bote de buceo que estaba anclado en el muelle de The Reef House. Mientras nadábamos hacia abajo por los muros verticales del arrecife y atravesábamos los cañones de coral, avistamos anguilas morenas verdes, tiburones nodriza, peces sapo, peces globo, bancos de peces azules Chromis y peces león invasores. Nuestro buzo guía, David, pinchó a muchos de estos últimos frente a nosotros, lo cual nos dejó asombrados y aterrados. Los colores, las texturas y las formas de los corales y los abanicos de mar variaban desde los redes y verdes navideños hasta un panorama típico del suroeste con corales en forma de cactus en tonos arenosos y lavanda. Jamás hubo más de cuatro buzos en nuestros recorridos, sin contar a nuestro guía, y tampoco había otro bote en el embarcadero.
Honduras, una economía frágil
Esta falta de compañía fue gloriosa, aunque no lo es tanto para The Reef House ni para la economía de la isla en general. La economía de las Islas de la Bahía antes de la pandemia se basaba casi por completo en el turismo, una evolución que inició tras el colapso del sector de pesca comercial de la isla. El turismo despegó cuando la comunidad del submarinismo y el arrecife “hardy” encontraron el archipiélago en la década de 1970, pero con la llegada de las grandes líneas de cruceros en los 2000, su popularidad se disparó, por lo que llegaban tres barcos o más todos los días, tres o más días a la semana en la temporada alta, antes de la pandemia.
En 2005, varios operadores locales de buceo establecieron el Parque Marino de Roatán, que ahora es una organización sin fines de lucro de 22 empleados que busca proteger el arrecife con esfuerzos de restauración de coral, vigilancia costera, investigación, participación comunitaria y educación. Es parte del Parque Nacional Marino Islas de la Bahía, que en 2010 fue declarado un santuario marino por el gobierno de Honduras para la conservación de la vida costera y marina que rodea las islas.
“Desde los conductores de taxi hasta los buzos, el arrecife es importante para todos”, declaró sobre la población local Gabriela Ochoa, directora de programas para el Parque Marino de Roatán. “Creo que al menos una persona en cada hogar depende del sector turístico. En esencia, esta isla sobrevive gracias al turismo”.
En marzo de 2020, las Islas de la Bahía cerraron sus puertas repentinamente a los cruceros y a los vuelos tanto internacionales como nacionales durante más de seis meses (lo cual provocó que varios viajeros se quedaran varados). Durante los primeros meses de la pandemia, la población local se atuvo a un toque de queda estricto. Estaba prohibido visitar la playa. Solo se permitía el acceso a las tiendas de comestibles dos veces al mes. Se crearon campañas de GoFundMe, así como comedores sociales y bancos de alimentos, para ayudar a los residentes.
Las cifras de turistas en Roatán aún no se han recuperado del todo, pues las llegadas de vuelos entre enero y septiembre de 2021 ascendieron a alrededor de 270.000, unas dos terceras partes de la cifra total reportada para todo 2019, según el Instituto de Turismo de Honduras. Los números de pasajeros de cruceros fueron aún más bajos: con una caída de 1,4 millones de todo 2019 a 180.000 de julio a noviembre de 2021.
The Reef House está lejos de la infraestructura turística más consolidada de Roatán, que se encuentra en West Bay. Pasamos nuestras dos últimas noches ahí, en The Xbalanque Resort, un hotel boutique a cerca de una hora en auto de Oakridge y a 20 minutos del aeropuerto de la isla. Construido sobre la frondosa ladera, el hotel ofrecía habitaciones amplias y bien ventiladas: nuestro “loft de viento elemental”, que estaba a una breve caminata de la playa, incluía una pequeña piscina privada. Una mañana, mientras bebía mi café ahí —con los pies sumergidos en el agua— vi a una tropa de monos capuchinos de cara blanca alimentarse en los árboles.
Un ecosistema también frágil
Aaren fue el primero en notar las diferencias (es biólogo marino, claro que lo hizo). En el lado oeste de la isla, los corales se veían más pequeños y tenían más algas. El paisaje subacuático seguía siendo encantador —cuando estaba bajo el agua, dos atunes nadaron cerca de mí, una barracuda desconfiada me examinó, es posible que tres rémoras, a veces conocidas como peces lechones, hayan tratado de meter sus cabezas en mi cabeza y jamás olvidaré a esa tortuga marina que pastaba en la pradera marina—, pero era evidente, incluso para el ojo inexperto, que había menos peces, menos corales, menos vida.
Más tarde, me enteré de las razones, de boca de Ian Drysdale, el coordinador de la Iniciativa Arrecifes Saludables para Gente Saludable. Durante los últimos 14 años, esta organización sin fines de lucro ha unido a los gobiernos de Honduras, Bélice, México y Guatemala, junto con 80 organizaciones asociadas, para analizar la salud del Sistema Arrecifal Mesoamericano. Cada dos años, la organización emite un informe que evalúa los indicadores principales de salud del arrecife: el porcentaje de cobertura coralina viva y de macroalgas en los 286 sitios monitoreados, así como la abundancia de peces herbívoros (como los peces loro), los meros y otras especies de relevancia comercial.
El arrecife está en graves problemas. Durante años, esta parte de la isla —y sus corales— resintió la mayor parte del estrés de la población turística. Después, la falta de turistas durante la pandemia derivó en inseguridad alimentaria para los habitantes de las Islas de la Bahía y la pesca ilegal aumentó un 150 por ciento, afirmó Ochoa.
Mientras tanto, las temperaturas cada vez más calientes del agua debido al cambio climático están causando el blanqueamiento de los corales. Pero para los expertos como Drysdale y Ochoa, la mayor inquietud ahora es la enfermedad de pérdida de tejido de los corales pétreos, considerada “la enfermedad coralina más letal de la que se tenga conocimiento” por la Iniciativa Arrecifes Saludables. Puede matar a los corales pétreos —el pilar principal de los arrecifes saludables— en cuestión de semanas o meses. Identificada por primera vez en 2018 en la sección mexicana del arrecife mesoamericano, la enfermedad —cuya causa se desconoce— se ha propagado poco a poco por el arrecife hasta las Islas de la Bahía. Llegó por el extremo occidental de Roatán en octubre de 2020, explicó Ochoa, y a Oakridge, en septiembre de 2021.
“Por desgracia, estamos experimentando una de las extinciones de coral más grandes de la historia”, afirmó Drysdale. “Hemos perdido aproximadamente el 50 por ciento de los corales en las áreas donde la enfermedad es prevalente”.
Para bien o para mal, la comunidad de Roatán depende de su arrecife, y ahora los buzos certificados pueden ser recíprocos: los investigadores han determinado que una aplicación tópica de resina epoxi marina y antibióticos puede frenar la propagación de la enfermedad de pérdida de tejido de los corales pétreos entre algunas especies de corales duros.
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Ahora planean capacitar a buzos certificados, incluidos los turistas con conciencia ambiental, para que apliquen los antibióticos, con una enorme jeringa, en los corales pilar, cerebro y otros pétreos. El proyecto en Honduras está liderado por el Parque Marino de Roatán; en colaboración con establecimientos locales de buceo, la organización sin fines de lucro ha programado sesiones de orientación y capacitación para que buzos certificados ayuden a proteger los arrecifes, ya sea con el uso de jeringas, la recopilación de datos o el etiquetado de corales para futuras evaluaciones.
“Todo este tiempo, les hemos enseñado a no tocar los corales, esa es la regla de oro, y ahora les decimos que no solo los toquen, sino que usen esta jeringa”, comentó Ochoa.
Hasta el momento, la iniciativa ha tratado 3000 corales —”es una pequeña cifra cuando se considera la totalidad del arrecife”, advirtió Ochoa, y agregó que el tratamiento ha resultado ser “bastante efectivo, de un 60 a un 70 por ciento, para algunas especies”. Ella intenta mantenerse optimista.
“Estos animales han estado aquí durante miles de años”, mencionó. Pero “algunos corales son más susceptibles que otros y algunos de esos se perderán”.
Vínculos importantes
Durante nuestras excursiones de buceo en este hermoso ecosistema, el coronavirus y sus preocupaciones derivadas por fin salieron de mi mente. Sin embargo, estar expuesta a esta comunidad marina me hizo reflexionar sobre la importancia de las relaciones, tanto bajo el agua como en la superficie, en las costas de Roatán y más allá.
Las relaciones simbióticas son comunes en el mundo natural. En los arrecifes de coral del mundo, los peces loro se alimentan de algas, lo cual mantiene las plantas bajo control y permite el crecimiento de los corales (vínculo mutualista es el término que usan los biólogos), mientras que las rémoras prefieren tomar un aventón sobre los tiburones, no sobre los buzos (esa es una relación comensalista).
La pandemia dejó al descubierto la relación que muchos destinos en todo el mundo tienen con los turistas. Es una relación que, en ocasiones, es tanto mutualista como comensalista, aunque muchos argumentarían que, en general, es parasitaria. Ahora, con la perspectiva adquirida a partir de la suspensión de los viajes durante la pandemia, tenemos la oportunidad, y quizá la obligación, de replantear nuestra propia relación con los lugares que visitamos y dejarlos más fuertes de lo que los encontramos. Eso podría significar no solo abrir nuestras carteras, sino recurrir a organizaciones inteligentes como el Parque Marino de Roatán para obtener orientación y educación e incluso, tal vez, usar una jeringa médica mientras exploramos un arrecife de coral.
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Entonces, en lugar de prohibir el acceso a entornos delicados por completo a los visitantes, Drysdale, de la Iniciativa Arrecifes Saludables, dijo que una porción de los ingresos del turismo podría destinarse a reducir su impacto, como con labores para modernizar las plantas de tratamiento de aguas residuales o mejorar el reciclaje de plásticos.
En cuanto a Roatán como destino, Drysdale comentó que espera que vengan viajeros con mentalidad sustentable y se familiaricen con la belleza de la isla, pero luego parafraseó las palabras del afamado ecologista Baba Dioum: “No conservaremos lo que no conocemos y protegemos lo que amamos”.