En un siglo XXI marcado por una realidad frenética en la que las personas no se permiten, en términos futbolísticos, “parar la pelota” y llevar una vida tranquila, hay un rincón en Centroamérica que tiene una mirada diferente de la vida, a pesar de las tendencias actuales. Ese país se llama Costa Rica y cuenta con una calidad de vida envidiable.
La Península de Nicoya, una isla ubicada en la provincia costarricense de Guanacaste, es una de las pocas “Zonas Azules” que hay en el mundo. Este término acuñado por la revista National Geographic se utiliza para referirse a lugares que tienen una población longeva excepcional. Según un estudio realizado en 2017, en la Península de Nicoya viven al menos 900 personas mayores de 90 años.
En pleno 2021 la expectativa de vida avanza día a día, pero no deja de sorprender la cantidad que posee este paradisíaco lugar. La calidad de vida que posee este pequeño lugar se extiende a todo Costa Rica, y se explica por varios ejes que van desde los medios de transporte, la alimentación, el sistema de salud y los hábitos de las personas.
A pesar de ser una zona pobre que estuvo aislada del resto de su país sin grandes rutas ni autopistas que las comunicaran, los ancianos gozan de la presencia del mar, de un agradable clima y de frutas tropicales que cooperan con la salud.
Salud Pública: el principal eje para una mejor calidad de vida
En Costa Rica la salud pública ha sido una prioridad durante décadas. Los años setenta fueron el punto de despegue para un país que gastó más de su PBI en salud que otros países con más o los mismos ingresos. La clave del país centroamericano -que también siembra una duda en la medicina- fue invertir en calidad y no en cantidad.
Se apuntó a dos ejes: los tipos de muerte y a las discapacidades más fáciles de prevenir. La mortalidad maternoinfantil era la principal fuente de años de vida perdidos y fue el principal sector a invertir. Se capacitó al personal de las unidades de salud pública para prevenir y manejar los peligros más frecuentes, como hemorragia materna, insuficiencia respiratoria neonatal y sepsis.
Los programas de nutrición ayudaron a reducir la escasez de alimentos y los nacimientos con bajo peso; las campañas de saneamiento y vacunación redujeron las enfermedades infecciosas, desde el cólera hasta la difteria; y una red de clínicas de atención primaria ofreció un mejor tratamiento a los niños que se enfermaron.
Las clínicas también proporcionaron un mejor acceso a la anticoncepción. En 1990, el tamaño medio de la familia se había reducido a poco más de tres hijos. La estrategia demostró resultados rápidos y dramáticos.
Hábitos saludables: una rutina que te alarga la vida
Al margen de las medidas que se tomaron en el ámbito de la salud pública, el otro eje fundamental es el estilo de vida que llevan las personas en Costa Rica. El descanso, una alimentación marcada por las frutas y verduras, el ejercicio y la reducción del estrés son algunos de los pilares que lograron mejorar la calidad de vida en el país centroamericano.
Todo esto fomentado por el propio estado, que puso impuestos a las comidas lácteas y grasas, y disminuyó los aranceles a las frutas y verduras. De este modo, se estimula el consumo de frutas y verduras, los granos enteros y las legumbres, alimentos claves para disminuir las enfermedades crónicas no transmisibles.
Por último, los especialistas marcan otro punto fundamental para argumentar el éxito de Costa Rica: la solidaridad y la empatía. En el país centroamericano todas las clases socioeconómicas pueden acceder a la misma calidad de salud, pilar central para una tranquilidad que evita cualquier descontento social.