Abbie Lodge tiene 34 años, es mamá de dos chicos y, hasta hace poco sentía que la comida la dominaba. Llegó a pesar 92 kilos y usaba talle 14 del Reino Unido, después de años de malos hábitos y un consumo excesivo de comida chatarra y gaseosas azucaradas.
Pero todo cambió cuando se vio en un video familiar de las vacaciones y, poco después, recibió un llamado de atención de sus médicos. Ese fue el punto de quiebre: “Estaba en un ciclo constante de ‘tratar de portarme bien’ y, ante cualquier cosa, volvía a perder el control”, relató Abbie, que hoy trabaja como coach de pérdida de peso en Essex.
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El cambio que lo revolucionó todo: de la gaseosa al agua
Durante años, Abbie consumía entre tres y cuatro litros de gaseosa de cereza azucarada por día, además de vivir a base de papas fritas, chocolate y comida para llevar. Su gasto mensual en delivery llegaba a las 200 libras. “Me anestesiaba con la comida, como quien recurre al alcohol o las drogas”, confesó.
Sin embargo, en vez de recurrir a las populares inyecciones para adelgazar, como Mounjaro o Wegovy, Abbie eligió otro camino. En octubre de 2021, se sumó al plan de reemplazo de comidas de Cambridge Weight Plan y empezó a enfocarse en una alimentación más estructurada, saludable y con ejercicio.
Pero el verdadero “secreto” estuvo en un cambio simple: reemplazó la gaseosa por agua. Empezó a tomar entre tres y cuatro litros de agua por día y, según cuenta, ahí fue cuando la balanza empezó a bajar de verdad.
Así era el día a día antes y después de la transformación
Antes:
- Desayuno: nada, o papas fritas y chocolate
- Almuerzo: comida para llevar
- Cena: más delivery o comida chatarra
- Bebidas: 3-4 litros de gaseosa azucarada por día
Después:
- Desayuno: omelette o yogur proteico
- Almuerzo: comidas balanceadas y con proteínas
- Cena: lo que cocina para la familia, sin restricciones
- Bebidas: 3-4 litros de agua por día
Hoy, Abbie pesa 66 kilos y usa talle 10. “Mi solución para bajar de peso y mantenerme fue el agua. Ahora tomo tres o cuatro litros por día y llevo una vida normal, equilibrada y saludable. Nada está prohibido, aprendí a encontrar el balance”, aseguró.
Más allá de la balanza: el impacto en la salud mental
Además de la transformación física, Abbie remarcó que el mayor cambio fue mental: “Ya no soy prisionera de la comida. La carga mental se alivió muchísimo. No me gobierna más lo que como”.
Su historia demuestra que, a veces, un pequeño cambio de hábito puede ser el primer paso para una transformación total.