En el año 1910, las calles de la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, se encontraban colapsadas de peatones y carros de vendedores. Fue allí cuando las autoridades decidieron avanzar con la modernización para controlar el desborde.
El gobierno entonces derribó barrios enteros para dar lugar a la urbanización, pero en Greenwich Village, más precisamente sobre la 7ª Avenida, se encontraron con un hombre llamado David Hess, dueño del edificio Voorhis, un pequeño bloque de departamentos.
Hess había leído una noticia en el diario que decía: “Los propietarios y residentes dentro de la línea de extensión de la Séptima Avenida desde Greenwich Avenue hasta Varick Street se están preparando para la demolición de los edificios dentro del área condenada”.
Eran 11 manzanas las que iban a “ser cortadas sin piedad, destruyendo muchas residencias y negocios antiguos y curiosos”. Voorhis solo tenía 5 apartamentos y por esa razón el Ayuntamiento supuso que la expropiación le costaría poco dinero.
Ante esto, Hess se puso firme y se negó a irse, pese a que el ayuntamiento llegó a ofrecer más de un millón de dólares por el edificio, algo así como 18 millones de dólares actualmente.
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No obstante, el peso del Ayuntamiento terminó por imponerse y la batalla parecía terminada. La ciudad derribó el edificio y amplió la avenida.
El edificio Voorhis se convirtió en un montón de piedras, que luego fueron removidas, pero lo que nadie advirtió, es que en los planos de la esquina en la que antes estaba el edificio, había quedado un pequeño hueco libre.
Los únicos que se percataron fueron los herederos de David Hess. El especialista Pedro Torrijos explicó: “Cuando la ciudad tomó posesión del edificio y llevó a cabo las mediciones de la obra, pasó por alto un triángulo de unos 70 centímetros de lado que resultaba de sustraer el trazado de la nueva 7ª Avenida a la envolvente en planta del antiguo bloque”.
“Técnicamente, ese huequito que la ciudad no estaba utilizando para su obra seguía perteneciendo a la familia, por lo que los sobrinos del Hess fueron al Ayuntamiento e inscribieron legalmente el triángulo bajo su propiedad”, agregó
Debido a esto, la ciudad pidió a la familia que donara este espacio en el que apenas se podía parar una persona. Ellos se negaron, y el 27 de julio de 1922 colocaron un mosaico, que decía: “PROPIEDAD DE LA FAMILIA HESS QUE NUNCA FUE DEDICADA A FINES PÚBLICOS”.
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El NY Times, ante esto, comunicó: “Una de las pequeñas parcelas inmobiliarias de Nueva York se destacó ayer, cuando los trabajadores colocaron baldosas amarillas y negras en el espacio utilizado como acera en la esquina suroeste de Christopher Street y Seventh Avenue. Se despertó un gran interés en la parcela que tiene forma triangular. Es una de las piezas más pequeñas que quedan en propiedad privada como resultado del corte hace unos años de la Séptima Avenida. Se tasó en los libros de impuestos por 100 dólares”.
Al poco tiempo en la esquina se inauguró un local de puros que aún funciona como uno de los grandes íconos del barrio.
Los dueños del negocio mantuvieron con enorme respeto al Triángulo de Hess, hasta que en 1938, decidieron comprar por mil dólares (840 euros) el diminuto pedazo de vereda a la familia Hess.
