Se suele mencionar con alguna frecuencia a una gran figura del tango –una cantante- que hace más de medio siglo brilló con luz propia en los escenarios y en las radios argentinas: Ada Falcón, un ídolo indiscutido de la canción ciudadana.
En una vieja programación de radio Belgrano de 1937, se lee una especie de promoción de esa emisora que decía: ”Nos complacemos en destacar que hemos renovado el contrato con las siguientes cancionistas” (término de la época) y a continuación una larga lista de 10 o 12 cantantes. La encabezaba Ada Falcón y entre otras estaban Libertad Lamarque, Mercedes Simone, Adhelma Falcón –su hermana- Juanita Larrauri, Nelly Omar, etc..
Las hermanas Falcón
Las Falcón eran tres hermanas –Ada era la mayor, la más famosa- cuyos nombres comenzaban con “A”. Las restantes eran Adhelma y Amanda, que era actriz.
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No voy a agregar mucho sobre el aspecto artístico de Ada Falcón, dado que no es nuestra tarea y porque hay gente más autorizada para hacerlo. Me interesa mucho más el ser humano y en ese campo, quizá pueda aportar algunas cosas. Pero creo que importa sobre todo el motivo valedero de su renuncia a eso que la gente suele llamar felicidad, riqueza, honores, prestigio, permutándolo –ella lo hizo- por la reclusión voluntaria en una casa religiosa en Córdoba.
Sólo acotaríamos que llegó a grabar 15 discos por mes. Que con la orquesta de Francisco Canaro protagonizó una de las primeras y más recordadas películas argentinas, Ídolos de la Radio, que dirigió Eduardo Morera, con Ignacio Corsini, Tito Lusiardo, Tita Merello, etc.
Ada Falcón actuó en las emisoras más importantes de la época. Recuerdan algunos, que agentes de una comisaría cercana se apostaban en la puerta de la radio para resguardar su integridad física, dada la muchedumbre, que se agolpaba en cada presentación suya.
Eludía al periodismo hasta convertirse en una figura misteriosa, distante.
Ada Falcón era una muchacha espigada y hermosa, de cabellos renegridos y extraños ojos verdes que confesaba ganar 10.000 pesos mensuales en la época en que un automóvil costaba 3 o 4.000 pesos y un empleado bancario no alcanzaba a ganar los 200 pesos. Ese ingreso provenía de sus actuaciones en radio, grabaciones, y festivales.
Ada Falcón siempre tuvo una aureola de misterio
Fue realmente un mito. Por la dulzura de su voz, por su belleza no común, pero especialmente por sus actitudes. Ella rehuía al periodismo, como expresamos antes. Pero también al público y a todo ese brillo que da la popularidad, que no siempre es grato. Depende obviamente de la personalidad del artista. Porque así como algunos necesitan el escenario, otros preferirían –si pudieran- la última fila.
Distintas opiniones se dieron un día de agosto de 1942, en el que el mito Ada Falcón, tomó forma concreta. Fue el momento en que decidió –y nos merece todo el respeto que una actitud ajena debe merecernos- regalar todos sus bienes a una congregación religiosa.
Y Ada Falcón se desprendió, sin el menor esfuerzo, de sus joyas, sus propiedades, que eran varias, sus pieles, su dinero, obras de arte. Todo lo donó.
Sin duda sintió una enorme necesidad espiritual a la que se atribuyó –y esto no es en modo alguno peyorativo- una gran dosis de misticismo, de convicción religiosa. Y en este aspecto, tan personal, nadie tiene el derecho de ser juez. Además, cuando el hombre se transforma en juez de otros, es casi siempre solamente para condenar.
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Agregar a estas apreciaciones una opinión sería invadir la esfera íntima de Ada Falcón, cuyo verdadero nombre era Ada Elsa Aida Falcone. Sólo quise –en base a que fue una verdadera estrella de la canción popular- recordarla como una especie de homenaje por lo que artísticamente brindó en grabaciones que aun se recuerdan, como: “Ventarrón”, “Destellos”, “Secreto”, y tantas otras.
Su voluntario deseo de alejarse de ese mundo de luces y oropeles, de ese brillo que a veces acaricia y otras enceguece y la decisión de elegir su destino, trae a mi mente este aforismo:
“No somos artífices del nacer ni del morir. Pero podemos serlo del vivir”.