“Una vez que esa chica está debajo de tu piel, es como un cáncer. Incurable”. Esto decía Joe Epstein, su primer amigo y amante del hampa de Virginia Hill, la “Reina de la Mafia”. Cortesana, mensajera fiel, bipolar, discreta, salvaje, criminal y conmovedoramente bella.
Había nacido en Alabama. Era hija de Mark Hill, que tuvo nueve o diez hijos, nunca supo con exactitud. Hill se ocupaba de comprar y vender caballos y mulas. A Virginia, la golpeaba casi todo el tiempo hasta que ella, cuando tuvo la fuerza suficiente, le tiró una sartén con aceite hirviendo. Su casa era eso, un desquicio. Tuvo relaciones sexuales a los doce años y a los catorce se casó con un tal George, que es lo mismo que decir con nadie, porque nada se sabe de ese tipo aunque estuvo con él hasta los diecisiete, cuando la pareja viajó a Chicago.
En cuanto llegó a la ciudad lo dejó. Se ganó la vida como bailarina shimmy, un tipo de danza que se caracteriza por mantener rígido el tronco y mover los hombros, y también como prostituta. Meses después, ya en 1934, era moza, con una breve pollerita, en San Carlo Italian Village, un lugar que frecuentaban los hombres de Al Capone, que todavía prosperaba a pesar de que el jefe estaba preso por evadir impuestos. En este lugar, conoció a su nuevo novio y a la vez el hombre que la introduciría en la mafia, Joe Epstein, que era corredor de apuestas y ayudante del hombre que llevaba la contabilidad de la banda, Jake Guzik.
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Virginia Hill y Joe Epstein
Epstein le dio la tarea de blanquear dinero haciendo apuestas en las carreras de caballos, un mundo que el tipo conocía muy bien. Hill recibió dinero en efectivo para apostar mil dólares o dos mil o más incluso por carreras que estaban arregladas. También le mostró a la pelirroja cómo atraer a hombres desprevenidos para que apostaran en peleas de box amañadas. Epstein le compró ropa cara y la hizo subir a aviones con joyas y pieles robadas para venderlas fuera de Chicago. De pronto, ella se encontró hablando sobre negocios con Frank Nitti o Charles Fischetti. Se había convertido, además, en un mensajero confiable de dinero en efectivo. Hizo cualquier cosa por su novio Epstein. Este le pidió que se acostara con empresarios para obtener información o convencerlos de colocar dinero en negocios inexistentes, con políticos y, alguna vez, tuvo sexo oral con Charles Fischetti, que le pidió desesperadamente a Epstein que se la prestara.
Virginia participó de un acuerdo que hicieron Epstein y Charlie Lucky Luciano. El arreglo era que cada uno podía hacer inversiones en los negocios del juego y de la prostitución del otro. Para verificar que los hombres de Luciano cumplieran con el convenio, Epstein envió a Virginia a Nueva York. Ella la pasó de maravillas en la ciudad. Lavó decenas de miles en efectivo que recibió por correo de Epstein y comenzó un furioso romance con el poderoso mafioso Joe Adonis. Los dos la pasaban bien juntos, pero sabían que solamente era una aventura.
En 1939, a Benjamin “Bugsy” Siegel, el muchacho lindo de ojos azules. Testigo de ese encuentro fue el actor George Raft, amigo de Siegel, quien dijo que Virginia y “Bugsy” pasaron una temporada en su casa aquel año. Siegel era un donjuán incurable, pero quiso que Virginia fuera su amante permanente a pesar de que no se había divorciado de su mujer. Cuando Adonis se enteró que Virginia veía a Siegel, o sea uno de sus soldados, se enfureció. “Bugsy” tenía menos jerarquía que él en la mafia y según los principios de Cosa Nostra, no tenía derecho a tomar a la chica pelirroja. Adonis solo quería sexo con ella, pero la actitud de “Bugsy” era intolerable. ¡Debió haber pedido permiso!
Virginia Hill, de Hollywood a México
Para evitar problemas, Virginia los abandonó a los dos y se fue a Hollywood. Concurrió a cuanto club o restaurante de moda entre las estrellas de cine hubiese. Su encanto, a veces salvaje, a veces dulce, le permitía abordar a quien quisiera o permitir ser abordada por quien ella quisiera. Conoció al actor Erroll Flynn (con quien terminó peleándose a los gritos en un restaurante) y a un bailarín mexicano llamado Miguelito Valdez. Pero volvió a viajar, esta vez a Georgia. Virginia no paraba. De improviso, se casó con un jugador de fútbol americano de 19 años que conoció en un bar. Meses después pidió la anulación de ese matrimonio.
Ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Cargada de sensualidad, de sexo, de dinero y de relaciones, en 1940 se casó con Miguelito Valdez como para que pudiera regresar a los Estados Unidos, pues no tenía visa de trabajo. Virginia invirtió mucho dinero en un club nocturno de Nueva York, el Hurricane, y en su inauguración bailó rumba descalza con Miguelito.
Para entonces, hablaba español con fluidez y dirigía el tráfico de heroína de México hacia sus clientes de Chicago. Por su parte, Epstein le enviaba dinero en efectivo por correo cuando ella se lo pedía. Él lo tomaba como un servicio para su vieja amiga leal en los negocios (un servicio que duró hasta 1960). Su doble atracción como mensajera fiel y mujer seductora también fue aprovechada por Meyer Lansky, el cerebro financiero de Cosa Nostra, que la utilizó como espía para conocer al detalle lo que ocurría dentro de la comisión nacional del crimen.
Virginia viajaba de Chicago a Nueva York, a Los Ángeles y a Ciudad de México según le indicaban los capos de la mafia. Con su hermano Chick, tomaron lecciones de actuación en Hollywood e intentaron conseguir papeles en películas. Epstein le giró miles de dólares que gastó en pieles y joyas y en alquilar las mejores suites del hotel Beverly Hills, donde invitaba a celebridades a fiestas lujosas que le costaban la fortuna de 7500 dólares.
“Bugsy” Siegel quiso volver con ella y la buscó. Se fueron a vivir a Los Ángeles, pero esta vez las cosas entre ellos ya no fueron locuras, risas y diversión. Se peleaban a cada rato, se insultaban y se arrojaban lo que tuvieran a mano. Ella lo golpeaba y él la golpeaba. El la violó y ella lo denunció. Bugsy fue arrestado, pero terminó zafando
Bugsy Siegel y el proyecto Las Vegas
Siegel estaba harto de la mafia y de la Policía. Quería otra vida y puso los ojos en Las Vegas, donde tenía inversiones en los casinos Northern Club y El Cortez. Pensó que Las Vegas tenía un gran porvenir como ciudad turística y de diversión. Avergonzado, llamó a Virginia y le pidió que lo acompañara a Las Vegas. Ella se negó. Su relación con Siegel era demasiado tormentosa, incluso para una mujer que le hacía frente a todo, como ella. Pensaba que un loco se da cuenta cuando el otro está loco, y estaba convencida de que Bugsy tenía problemas mentales. La combinación resultaba explosiva. Eran dos avezados criminales, irracionales, estafadores, traficantes de drogas, volcánicos entre las sábanas, y no tenían ningún límite. Pero la época del bandolerismo romántico había muerto con Bonnie & Clyde. Ellos corrían el riesgo de dañarse. No les convenía estar juntos.
Sin embargo, a “Lucky” Luciano sí le convenía la pareja, porque quería que él pusiera un pie en el circuito de carreras del Oeste y en las estafas de juego, y que ella continuara con sus vínculos con el hampa de Chicago y el tráfico de drogas desde Centroamérica. A Luciano, poco le importaba si estaban todo el día golpeándose o amándose. Para él, era una cuestión de negocios. Lo conocía bien a Siegel y pensaba como Virginia: el tipo era un loquito. Por eso, pensaba Luciano, lo que había que hacer con él era saber siempre en qué andaba y para eso ningún informante mejor capacitado que Virginia Hill. Jack Dragna, uno de los capos de Los Ángeles, que odiaba con toda su alma a Siegel, le comunicó a Virginia los deseos de Luciano: que fuera a Las Vegas, observara a Bugsy e informara sobre sus actividades.
El gran proyecto de Bugsy era la construcción en Las Vegas de un hotel casino, el Flamingo. Era una obra muy costosa y al inicio no iba ni para atrás ni para adelante. En 1945, Siegel se asoció con el dueño de un club nocturno, Billy Wilkerson, pero el tipo se jugó toda la plata y se quedó sin un centavo. Tuvo que recurrir desesperado a Lucky Luciano y a mafiosos de Chicago. Reunió un millón y medio de dólares. Al mismo tiempo, Virginia aceptó vivir con él en Las Vegas. Con los meses, el Flamingo se hizo más caro porque a cada rato, Siegel introducía cambios que costaban cientos de miles de dólares. Los costos se fueron a las nubes y todo se retrasó.
Cosa Nostra desembolsó seis millones de dólares para que el casino pudiera abrir. Finalmente, la inauguración sería el 26 de diciembre de 1946. El hotel no estaba terminado, pero al menos Siegel podría mostrar algo y tendría una fiesta de apertura. Al debut fueron su amigo el actor George Raft y un grupo de figuras de Hollywood. Fue una fiesta aburrida, otro fracaso. Si faltaba algo para que todo fuera una catástrofe, esa noche Siegel perdió dinero. Dijo que apostadores con mucha suerte le hicieron perder 300.000 dólares en las primeras dos semanas.
Nadie se compadeció de Bugsy. ¡Era tan mentiroso! Cerró la sala de juego, terminó las habitaciones del hotel y volvió a abrir la sala a principios de 1947. Nada mejoró, al contrario. Recién en la primavera de ese año tuvo ingresos por primera vez, aunque los números aún estaban en rojo. Virginia se emborrachaba, se peleaba con los clientes, tomaba somníferos y una noche bebió tanto que debieron llevarla al hospital. Odiaba el Flamingo. Odiaba Las Vegas.
Las audiencias por el crimen organizado
La mafia se estaba cansando de Siegel y de sus pérdidas. Había pedido prestado mucho dinero y jamás lo devolvió. Y había sacado mucho dinero que ni siquiera había pedido, como un vulgar ladrón. A principios de junio de 1947, le ordenaron a Virginia que se fuera de Las Vegas. Siegel mismo llamó para fletarle un vuelo a Los Ángeles. De allí voló hacia Chicago y su destino final fue París. Siegel fue asesinado a tiros doce días después por decisión de los capos de Nueva York.
En Europa, Virginia intentó suicidarse tres veces con sobredosis de somníferos. Volvió a los Estados Unidos y se alojó en una casa que Siegel le había comprado en Miami. Hizo un breve viaje a México, pues a pesar de que en los últimos tiempos no se había ocupado del negocio del tráfico de heroína no dejaba de ser la organizadora de ese comercio. Ya para entonces, la investigaban por evadir impuestos sobre sus ingresos en efectivo.
Su vida cambió completamente al comenzar 1950. En la estación de esquí de Sun Valley, en Indaho, conoció al instructor Hans Hauser, austríaco, excampeón mundial de esquí alpino en su país. El compañero de Hauser, Otto Lang, se quedó con la boca abierta cuando de la noche a la mañana Hauser le dijo dijo que se iba a casar con Virginia. Luego la pareja desapareció. Tiempo después se conoció que habían tenido un hijo hacia fines de 1950 y que estaban establecidos en Massachussetts.
En 1951, Virginia tenía 34 años. Fue citada por el Comité Kefauver, denominado así por el nombre de su presidente, el senador Estes Kefauver. Era una comisión especial del Senado para investigar el crimen organizado. Las audiencias fueron televisadas y se calcula que 30 millones de personas siguieron los procedimientos, especialmente cuando declaró el capo Frank Costello. El 15 de marzo de 1951, Virginia, por su parte, entró en la sala de audiencias con una capa de visón de 5000 dólares, un sombrero de ala ancha de terciopelo negro y guantes de seda. Al sentarse, colocó su brazo izquierdo sobre la mesa. Las fotografías fueron infinitas.
− Ordenen que dejen de hacer eso−, les gritó a los senadores para que echaran a los fotógrafos −o les arrojaré algo-. Así empezó la audiencia de Virginia. Kefauver les pidió a los periodistas que dejaran de sacar fotos, pero de inmediato se dirigió a Virginia y afirmó que todos los testigos que pasaron antes habían sido sometidos al mismo trato. Sacar fotografías en una audiencia pública y televisada no era una ofensa.
− La mayoría de ellos− Virginia se refería a quienes habían declarado antes que ella -nunca les haría a estos tipos lo que yo les voy a hacer si continúan molestándome.
− ¿Cómo ganaban dinero los hombres que la colmaron de joyas y dinero en efectivo?−, interrogó el senador Kefauver.
− Yo no sabía nada de nadie.
Negó toda vinculación con el crimen organizado. Dio respuestas ambiguas y hasta mintió sobre el origen de las decenas de miles de dólares en efectivo que en su momento usó sin disimulo. Aseguró, sin que se le cayera la cara de vergüenza, que el dinero en efectivo que alguna vez pudieron ver en sus manos era la ganancia de sus apuestas en las carreras de caballos, que, hasta donde ella sabía, era una actividad legal. Que, además, había conocido en su vida a varios “muchachos”, como Bugsy Siegel, que le enviaban regalos…
− Ben (por Siegel) me compró todo lo que quería cuando estaba con él. Me dio algo de dinero y me compró una casa en Florida. Yo le dije que vendiera el Flamingo, saben, el casino hotel que él construyó en Las Vegas, porque lo estaba poniendo nervioso.
−¿Cómo obtuvo hasta veinte mil dólares el año pasado, incluidos los doce mil que gastó cuando fue al centro de esquí de Sun Valley?−, le preguntó el senador Rudolph Halley.
− Desde 1935, le pedí a mi amigo Epstein que guardara mis ganancias del juego−. Virginia, además, negó que sus conocidos fueran gánsteres y también que tuviera alguna relación con el contrabando de drogas desde México.
− No lo creo −replicó Halley−. En 1949, usted fue identificada como colaboradora en el comercio de heroína en México.
Virginia no dijo nada.
− En verdad, señora Hill, usted se asoció con delincuentes organizados durante años…−, se quejó Halley.
− No, no. Nunca supe nada sobre sus negocios −respondió Virginia−. No me hablaban de sus negocios. ¿Por qué me lo dirían?
− Le pregunto −insistió Halley− porque usted parece tener una gran capacidad para manejar asuntos financieros.
− ¿Quién? ¿Yo?-, saltó Virginia.
− Parece imposible que usted no supiera quiénes eran los socios de Siegel en el Flamingo…
− Yo me quedaba en mi habitación del hotel con amigos. Nunca salía… En primer lugar, yo tenía fiebre del heno. Era alérgica al cactus. Cada vez que iba allí, estaba enferma. ¿Amigos de Ben? Ni siquiera los conocí ni estuve cerca de ellos.
Cuando Virginia salió de la sala de audiencias, insultó y pateó a los periodistas, en su mayoría varones. En ese momento de nerviosismo, uno de ellos señaló a la periodista Majorie Farnsworth, del New York Jounal-American, y se dirigió a Virginia.
− ¿Tal vez quieras hablar con esta linda chica?−, refiriéndose a Farnsworth. Virginia no le dio importancia al periodista que la azuzó con esa pregunta sino que miró con furia a la Farnsworeth y se dirigió a ella.
− Eres solo una pequeña y sucia vagabunda−, le soltó. Entonces la golpeó en la mandíbula y la derribó. Amagó con pegarle un carterazo a otro periodista que estaba demasiado cerca y comenzó a caminar con paso veloz, cubriéndose la cara. La esperaba un taxi. Al momento de subir, se volvió a dirigir a los periodistas que la siguieron todo el trayecto y les dijo que ojalá les cayera encima una bomba atómica.
En julio de ese mismo año, se le impuso a Hill una multa de 161.000 dólares por impuestos atrasados de 1942 a 1947. En agosto, el gobierno subastó 800 posesiones de Virginia Hill, incluidos dos automóviles, cinco pieles por valor total de 23.000 mil dólares, un anillo de rubíes y diamantes que Siegel le había regalado (el gánster tenía pensado que ese sería el anillo de bodas cuando se casara con Virginia), juegos de porcelana y cristal, y la subasta de su casa de South Hill, en Spokane, por la cual la oficina de impuestos obtuvo 30.237 dólares. En total, el gobierno no obtuvo gran cosa.
Virginia y su marido no estuvieron mucho tiempo en los Estados Unidos después de sus declaraciones ante el comité del Senado. Viajaron primero a Chile, donde Hauser enseñó esquí durante un tiempo, y luego a Austria. Finalmente Virginia y su marido se mudaron a Zürich, Suiza. La lejanìa no frenó las investigaciones en su contra en los Estados Unidos. Por ejemplo, se sospechaba que entre 1952 y 1956 ella realizó 65 viajes por Europa y que depositó cinco millones de dólares de la mafia en bancos suizos. En 1957, la acusaron en Los Angeles por evadir impuestos por 227.000 dólares.
Hacia fines de la década de los 50, la familia Hill/Hauser dejó Suiza y volvió a Austria. Los intentos de suicidio de Virginia no cesaron. La séptima vez que lo intentó su marido la llevó al hospital y le hicieron un lavaje de estómago. Fue la última vez que Hans Hauser hizo algo por su mujer. Cuando ella se repuso, se separaron y Virginia fue a vivir a un hotel de Salzburgo junto con su hijo.
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Quiso viajar a Cuba, pero debido a sus antecedentes le impidieron ingresar en el país. En 1966, estaba sin un peso y le pidió dinero a su viejo amigo Joe Epstein, como hacía siempre, pero esta vez Joe no respondió los llamados de su amiga. Entonces Virginia habló telefónicamente con Adonis el 20 de marzo. El mafioso, para entonces, se había mudado a Nápoles. La conversación fue cordial pero ella no obtuvo un céntimo.
El 24 de marzo de 1966, aquellos que caminaban por un sendero junto a un bonito arroyo, cerca de Salzburgo, encontraron el cuerpo de una mujer en la nieve, junto a un árbol. Su abrigo estaba prolijamente doblado en el suelo, a su lado. La octava vez que ingirió alcohol y sedantes fue la definitiva. Se habló, aunque no fue probado, que dejó una nota de suicidio donde decía, simplemente, que estaba cansada de vivir. La “Reina de la Mafia” tenía 49 años.