Me voy a la República Checa y a Turquía, anuncié a mis amigos. “República Checa… a Praga?” – preguntaron? – “Claro, a Praga y a un montón de otros lugares hermosos” – respondí.
Es cierto que la capital checa es la estrella turística por todos conocida, pero centrarse en ella es no hacer justicia a la magnificencia de un país que ofrece parques maravillosos, riqueza termal, palacios por doquier, monumentos de la UNESCO y ciudades llenas de historia y detalles.
Una semana en la República Checa es poco
Tomate el tiempo necesario para paladear el país, disfrutar de sus comidas, del aire puro y de su gente. Los checos son muy amables y están siempre dispuestos a ayudar. Al principio, pueden parecer bruscos, es el idioma... Pero una sonrisa abre puertas en cualquier lugar del mundo.
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La República Checa es encantadora. Nunca falta una cafetería a mano y, si el clima acompaña, gente adorando a cada rayo de sol, tomando café, bebiendo cerveza o fumándose un cigarrillo en las veredas.
Día 1: Praga, la distinguida
Partí desde Buenos Aires, escala en San Pablo, unas horas en el espectacular aeropuerto internacional de Estambul y conexión a República Checa. El objetivo del viaje era conocer un poco de cada región.
Praga necesita al menos tres días, una semana si fuera posible. Están los clásicos: el puente medieval de Carlos – recorrerlo a la mañana sin gente es “la” clave -, el castillo de Praga, la Plaza de la Ciudad Vieja con el reloj astronómico, el antiguo barrio judío…
Podría enumerar cada uno de los monumentos que hacen de Praga una joya turística internacional. Sí, esos sitios en los que la gente se agolpa para obtener la mejor foto de Instagram, tratando de que no aparezca un brazo ajeno por los costados. Pero la verdadera Praga – como cualquier otro lugar que se quiera conocer en profundidad – es la que se camina lento, mirando para arriba y para abajo.
Praga es su magia, su mix de cultura judeocristiana, la vida cultural que se filtra en cada vidriera, teatro, galerías, gente vistiendo de gala para ir al teatro o tomando una copa de vino en las veredas. Praga es elegancia genuina, nada de ostentación porque sí. Praga tiene clase.
Me alojé frente al edificio neorrenacentista del Museo Nacional que ocupa la parte superior de la plaza de Wenceslao. Es un lugar estratégico para recorrer la ciudad a pie. En zapatillas, claro, porque Praga presenta adoquines y subiditas escarpadas y hay que patearla con ganas.
El Castillo de Praga –residencia del presidente de la República Checa– es una de las visitas tradicionales. Si bien gran parte del recinto es accesible a los visitantes puede suceder –como en mi caso– que una visita oficial cierre las puertas al turismo por unas horas. Otro “must” es la Catedral de San Vito. Perderse por la Ciudad Vieja, lejos de las olas de turistas es un gran plan: sobre todo, si se van mirando las señales de las puertas: las viejas casas de Praga tienen signos y nombres que hacen alusión a sus antiguos propietarios.
Torres, torrecitas y panorámicas no faltan. Una posibilidad es subir a alguno de los barquitos que recorren el río Moldava – Vltava en Checo - y apreciar la magnificencia de los monumentos y los puentes desde el agua. O subir a la torre del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja. O sentarse en el cementerio judío cuando cae el sol.
Podría decirte muchos “tenés que ir a” (una frase que detesto escuchar cuando viajo). Mi experiencia personal indica que las ciudades se viven sin imposiciones, caminándolas, sintiendo sus olores, escuchando a su gente y conversando –aunque sea a través de gestos– con su gente. ¿Si me paré frente al Reloj Astronómico para ver moverse a sus figuritas? Obvio, vale la alegría.
Praga es leyenda viva de todos los tiempos, espiritualidad y un mix que la vuelve fascinante. Praga es gastronomía de nivel internacional, diseño y vida cultural. Todo es encantador: sus ferias callejeras, las cafeterías, la vajilla de loza, la cristalería, los títeres y otra cantidad de objetos preciosos para aquellos a quienes no les resulte suficiente lo que traen en sus retinas.
Día 2: Parque Nacional Suiza Bohemia
Cuando recibí el programa de mi visita, me sorprendí. ¿Por qué Suiza? El nombre se debe a dos pintores suizos que dieron a conocer los paisajes de Bohemia del Norte en sus telas ya que les recordaban a su tierra natal. La Suiza bohemia –parque nacional desde el año 2000- es una pintoresca región en el noroeste de la República Checa.
Este parque es adyacente al de la Suiza Sajona en Alemania. Fuimos en una excursión privada con dos hermanas indias y la guía que a la vez conducía la combi. Llegamos al pueblo de Hrensko e hicimos un trekking ligero por el Parque Nacional en el que abundan las formaciones rocosas de arenisca de más de cien millones de años, que impactan por su similitud con animales, por ejemplo.
Dentro del parque navegamos a través de las gargantas del río Kamenice en unos botes al mando de una especie de gondolieri checo. El paisaje es impactante.
Luego del almuerzo, seguimos hacia Bastei, del lado alemán: un puente de piedra sobre el río Elba también rodeado de impresionantes torres de piedra arenisca y una perspectiva de postal. Justo enfrente de Hrensko, se encuentra el río Elba, que separa a la República Checa de Alemania.
En esta zona de la suiza sajona, se filmaron escenas clave de “Las Crónicas de Narnia”.
Este parque, muy visitado por los locales –tanto checos como alemanes- que disfrutan del trekking, el ciclismo y el contacto con la naturaleza– es prácticamente desconocido para los turistas internacionales. Y es una excursión de un día que merece hacerse.
Regresé a Praga y me puse a buscar un lugar gluten free para comer, algo complejo, aunque hay varios sitios veganos en los que se encuentran opciones para celíacos.
Día 3: Karlovy Vary, el spa de la realeza
Anhelaba conocer este lugar, a unos 115 kilómetros rumbo al oeste hacia Alemania. Los balnearios en el Triángulo de balnearios de Bohemia del Este - Karlovy Vary, Mariánské Lázne y Frantiskovy Lazne - tienen tradición centenaria.
Llegamos a la ciudad a media mañana y visitamos Moser, una compañía de cristal de lujo con tradición centenaria de provisión de objetos a casas reales y mandatarios del mundo todo. Su slogan supo ser “vidrio de reyes – rey de vidrio”. Es una visita interesante para apreciar el modo artesanal en que se realiza la vajilla, jarrones, etc. en piezas únicas y maravillosas. Luego de observar el proceso de soplado y tallado del cristal a cargo de verdaderos artistas fuimos por un Becherovska, la marca local de licores conocida internacionalmente.
Se trata de un licor a base de raíces, especias y hierbas que produjo por vez primera Josef Becher, farmacéutico de Karlovy Vary en 1807. La receta aún permanece secreta, pero degustar las nuevas variedades es un plan antes de recorrer la ciudad. Levanta al más dormido.
Karlovy Vary –la segunda ciudad más visitada de la República Checa- es famosa por su festival internacional de cine. La elegancia de sus spas en el corazón de un valle y la majestuosidad de sus edificios y fuentes explican gran parte de su popularidad.
Aunque el gran secreto de su éxito son sus aguas termales que, si se beben durante días consecutivos, tienen propiedades curativas. Pueden tomarse de las fuentes públicas y disfrutarse en tratamientos termales que ofrecen los hoteles y establecimientos destinados a ese fin. Cada uno puede acercarse con su taza o botella a alguna de las fuentes públicas pero el chiste es comprar un pequeño recipiente de porcelana en alguno de los puestos callejeros y llevárselo a casa como recuerdo de la visita.
Karlovy Vary se popularizó durante el reinado de Carlos IV. Cuenta la leyenda que el rey iba persiguiendo a un ciervo y se topó con un manantial. Venía el hombre con una pierna herida que, después de ser sumergida en las aguas mágicas del lugar, se curó. Ese fue el motivo que lo llevo a construir la ciudad. A comienzos del siglo XX era una de las más renombrados de Europa. Algunos de los que disfrutaron de las aguas termales de Karlovy Vary fueron Beethoven, Mozart y Freud.
Si bien puede recorrerse con tranquilidad en un día, sugiero dos o tres para disfrutar a cuerpo de rey de sus cafés, sus mansiones, sus hoteles, etc. El Grand Hotel Pupp sobresale entre las construcciones del lugar. Ha sido por más de tres siglos el elegido por la realeza para alojarse y disfrutar de los baños termales. Allí se hospedan las estrellas de cine y se han filmado películas como “Casino Royale”.
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Karlovy Vary está cambiando su fisonomía a partir de la guerra de Ucrania. Muchos de sus habitués rusos han dejado de viajar a la ciudad spa que está en pleno proceso de reconversión turística. Imperdible visita en la República Checa.
Día 4: Olomouc - Moravia
Me levanté temprano y viajé desde Praga en un comodísimo tren hasta la ciudad de Olomouc, 274 kilómetros al este. La “Oxford Checa”, segundo asentamiento poblacional de la región después de Brno, es una ciudad pequeña y encantadora, ideal para los que buscan destinos alternativos.
Recorrimos la ciudad a pie con un guía. Olomouc era la capital de Moravia y abundan los edificios históricos y el legado de la orden jesuita española. Sus plazas Alta y Baja son lugares ideales para ver pasar la vida tomando café y respirando paz. Aquí nadie corre a lo loco.
La tortuga –representada en un monumento en la plaza principal- simboliza la “bajada de ritmo” que impone esta bella ciudad en la que viven más de 23.000 estudiantes.
La oferta universitaria de la ciudad es amplia y de calidad y en los edificios hay unas cafeterías preciosas. A Olomouc le haría justicia el título de “La ciudad de los cafés con encanto”.
Por la tarde, tomé un autobús rumbo a la ciudad de Brno, distante a una hora de Olomouc y me alojé en un hotel increíble que supo ser sede de conferencias magistrales a cargo, entre otros de Mendel.
Día 5: Moravia del Sur, el paraíso del vino
La República Checa sorprende por sus infinitas propuestas en un territorio compacto. Recorrerla en auto es posible si se tiene coraje: los checos suelen ser algo arriesgados al volante.
Volvamos a Moravia del Sur, la región del vino, el folkore y las residencias aristocráticas. Aquí se produce el 95% de los vinos checos y la estrella son los blancos. Las localidades de Valtice y Lednice –ambas patrimonio de la UNESCO– suelen ser sede de catas y festivales.
La zona está atravesada por rutas ciclistas del vino, muchas de ellas conectadas con Austria. Tuvimos la suerte de caer justo para un festival de vinos local, el de Dolni Dubajovici, una ruta de degustación que se hace una vez al año. La entrada da derecho a recorrer todas las bodegas de los pueblos lindantes: los pobladores y visitantes van con sus perros, amigos, hijos, parejas o solos de bodega en bodega, degustando vino y comiendo platos regionales. Muchos llegan en bicicleta desde distintos puntos del país. Uno puede moverse entre los pueblos con el autobús municipal que durante el festival -que dura sábado y domingo- es gratuito.
Luego de esta experiencia peculiar, con mucho color local hicimos una visita al palacio de Lednice, que supo pertenecer a los Liechtenstein. Su arquitectura magnifica y sus jardines son visita obligada. Tras la Segunda Guerra, esta familia aristocrática decidió salir de la zona. Pero su sello ha quedado presente.
Después fuimos a Mikulov, un pueblo medieval encantador en el que los locales se acercan a pasear los fines de semana. A riesgo de ser reiterativa, República Checa es mucho más que Praga.
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Finalizamos la jornada en una bodega local en la que nos mostraron los procesos de producción, las viñas, etc. Si bien el país es famoso por su cerveza, los vinos son de primer nivel y el turismo vitivinícola está en alza.
Día 6: Brno, el mosaico cultural de Moravia
La capital de Moravia –con casi medio millón de habitantes- es vida pura: es la ciudad de los estudiantes, de los cafés y de la movida nocturna. Cuando el calorcito llega, los bares estallan de gente tomando cerveza, fumando narguile o comiendo kebab. Es una ciudad de fusión cultural ya que acuden a estudiar personas de distintas partes del mundo.
Brno fue declarada por la UNESCO como ciudad creativa de la música. Allí se impone una visita al castillo y a la fortaleza de Spilkberk.
Tanto Brno como Olomouc suelen ser destinos “alternativos” en la agenda del visitante tradicional aunque son fieles reflejo de la vida cotidiana de la República Checa.
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Desde Brno me trasladé hasta el aeropuerto de Viena, a 130 kilómetros de distancia y tomé un vuelo para seguir con la segunda etapa de mi viaje, Estambul.
Al capítulo turco que es bien jugoso lo guardamos para la próxima columna, ¿te parece?