Muchos de los conquistadores tenían un lado artístico que permaneció oculto, eclipsado por sus victorias. La obra más célebre escrita por uno de estos grandes generales fue La Guerra de las Galias, de Julio Cesar, obra de autopromoción redactada para enaltecer sus logros y que ha fatigado a muchas generaciones de estudiantes de latín. “Commentariorum de bello Gallico”, fue recitada por miles de jóvenes obligados a aprender las declinaciones y conjugaciones de los textos romanos.
Ni Carlomagno y menos aún Gengis Kan parecen haber cultivado su lado artístico, pero Napoleón desarrolló un gusto estético que lo llevó a pillar cuanta obra de arte encontrara a su paso para sentar las bases del museo de Louvre –que en algún momento llevó su nombre–. También era un amante de la música, lo que nos dice que la raza humana es más grande de lo que creemos, y un ferviente admirador de Girolamo Crescentini (1762-1846), célebre “castrato” a quien Cherubini, Cimarosa y Zingarelli le habían dedicado óperas y cantatas.
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Clisson y Eugenia
Cuentan que en un espectáculo en La Fenice de Venecia, Napoleón lloró al escuchar a Giovanni Battista Velluti, otro gran “castrato” de la época. Un tanto incomodo por haber mostrado su lado sensible, Napoleón se justificó diciendo: “Escuché sonidos que no parecen posibles de él, que no es un hombre”. Dicen que Velluti comentó por lo bajo: “No seré hombre, pero emociono hasta a esta bestia”.
Bonaparte también cultivó sus inclinaciones literarias, y escribió un novela Clisson et Eugénie, en 1795, cuando aún era un pobre oficial que se paseaba con un uniforme raído, no tenía un centavo y acababa de pasar diez días en la prisión del Chateau d’ Antibes. Para conjurar a sus propios fantasmas, se sentó a escribir esta novela con referencias autobiográficas que resultaron premonitorias.
Clisson nació para la guerra. Desde niño, conocía la vida de los grandes capitanes. Él pensaba en los principios del arte militar, cuando la mayor parte de los jóvenes de su años solo estaban interesados en perseguir jovencitas. Cuando tuvo la edad suficiente para iniciarse en la carrera de las armas, la fortuna favoreció su genio y sus victorias lo convirtieron en uno de los líderes más queridos.
Este heroico soldado de la revolución se enamoró de Eugénie. Los jóvenes se casaron y tuvieron hijos, pero Clisson debió servir a la patria y en la batalla de Bréville fue herido. A fin de avisarle a su amada esposa que se encontraba a salvo, envió a un joven camarada, pero este oficial sedujo a Eugénie, quien embarcada en esta aventura impropia, dejó de escribirle a su marido.
Enterado de la infausta noticia, Clisson decidió enviarle a su desleal esposa una carta de despedida “Adieu… besa a mis hijos quienes espero tengan el alma ardiente de su padre... Ellos serán como su padre, víctimas de los hombres, la gloria y el amor”. Termina la novela cuando Clisson, al frente de sus tropas, dirige una carga suicida poniendo fin a sus días.
Los amores de Napoleón
En ese entonces, Napoleón acababa de concluir su relación con Désireé Clary para involucrarse con Josefina de Beauharnais quien, en más de una oportunidad, le fue infiel aunque el futuro emperador jamás intentó suicidarse por un desengaño amoroso como el héroe de su novela (que guarda un estrecho paralelismo con Las penas del joven Werther de Goethe, obra culmine del romanticismo). El único intento de suicidio que se le conoce a Bonaparte fue después de su fallida invasión a Rusia.
Désireé fue a vivir a Génova con su madre y conoció a Jean-Baptiste Bernadotte, un joven oficial y amigo de Napoleón, que se convertiría en rey de Suecia. Se desconoce si Desireé leyó este texto que sí fue leído por Josefina.
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Justamente, en el Castillo Malmaison, última morada de la exemperatriz, se encontró la primera parte de esta novela premonitoria, no solo de las glorias napoleónicas sino también de las muchas renuncias a la lealtad conyugal por parte de Josefina. Aunque estas eran toleradas por Bonaparte, fueron causa de frecuentes peleas en la pareja.
Con el tiempo, aparecieron distintos fragmentos de este texto publicado a lo largo del siglo XX en versiones que se complementan, hasta la edición definitiva de Peter Hicks en el año 2008.
Esta obra autorreferente revela la alta opinión que Napoleón tenía de sí mismo, un genio militar que merecía gloria y fortuna, y también la traición de la mujer amada. Bien sabía el emperador que la gloria es fugaz pero la oscuridad es para siempre.
(*) Omar López Mato es investigador de la historia y el arte.