Estupefactos, muchos moscovitas descubren la magnitud de la respuesta internacional a la intervención militar rusa en Ucrania cuando ven cerradas las puertas de los grandes almacenes donde solían comprar ropa y muebles.
Zara, H&M, Ikea... todos suspendieron sus ventas en Rusia de un día para otro y cerraron sus tiendas en los muchos centros comerciales de la capital rusa.
En los últimos 40 años los moscovitas han vivido muchos períodos de crisis, escasez e hiperinflación, pero las últimas dos décadas bajo Vladimir Putin representaron para muchos una era de prosperidad y acceso a los bienes de consumo.
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Las autoridades rusas recalcan que el país se recuperará rápidamente de las sanciones internacionales impuestas desde el 24 de febrero, con la entrada de sus tropas a Ucrania, pero muchos habitantes esperan días sombríos.
Anastasia Naumenko, estudiante de periodismo de 19 años, trabajaba en una tienda de ropa de la cadena Oysho. Perdió su empleo cuando el gigante español Inditex decidió cerrar por ahora sus comercios en el país.
La joven busca un maquillaje, pero la moneda local, el rublo, se ha depreciado mucho debido a las sanciones. ”Escuché decir que los precios se habían cuadruplicado”, decía la joven a la entrada del centro comercial Metrópolis, de Moscú. “Va a ser terrible”, asegura.
Y con la entrada en vigor en pasado fin de semana de la prohibición de cualquier información que denigre a las fuerzas armadas rusas, la joven cree también que tendrá que dejar de lado también su sueño de ser periodista.
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”¿Qué necesidad habrá de mi profesión con esta censura?”, se pregunta.
Vida desmoronada
Iulia Shimelevitch, de 55 años, que da clases particulares de francés, acude a una tienda de alimentos para animales en busca de productos occidentales para sus perros y gatos.
En 10 días la mayoría de sus alumnos anularon sus clases, muchos de ellos optaron por salir de Rusia ante la represión y las dificultades que se avecinan. Su hijo se unirá el domingo a los exiliados. ”Mi vida se desmorona”, lamenta. “Todos los lujos a los que estaba acostumbrada los últimos años, los productos importados, la ropa, al parecer son cosa del pasado”.
”Pero lo más duro no será ajustarse el cinturón sino separarme de mi hijo y el sentimiento de culpa con respecto al resto del mundo”, resume. Piotr Loznitsa, un arquitecto de interior de 47 años, también vio cómo su agenda de encargos se vaciaba en pocos días. Pero lo que más lo inquieta es el futuro de sus hijos y la disponibilidad de medicamentos importados para sus ancianos padres.
Nada del exterior
”Si en el año esto no se arregla, yo voy a sacar a mis hijos de aquí cueste lo que cueste”, declara.
Ksenia Filipova, estudiante de 19 años, sale de una tienda de lencería fina acompañada de un amigo que lleva un perro. Un poco avergonzada, la joven explica que llegó para “comprar por última vez (sus) marcas preferidas porque todo está cerrando”. Y además “el aumento de precios se nota en la billetera”.
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Pero la chica intenta ver el lado positivo de las cosas: “Las marcas rusas pueden sustituir a las extranjeras. Tal vez las sanciones tengan un efecto bueno en el mercado ruso”. Putin ha repetido que las sanciones deben ser una oportunidad para que Rusia aumente su producción propia.
Tal vez pueda ser posible en el sector agroalimentario o textil, donde se han registrado avances en los últimos tiempos, pero será más difícil en el sector tecnológico. En la calle comercial Kuznetski Most, donde las tiendas ahora están cerradas, Tamara Sotnikova, de 70 años, asegura que las sanciones le importan muy poco. ”Todo debe venir de aquí”, asegura. “En la época soviética ¿qué había? ¡Nada! Y vivíamos normalmente, tranquilamente”, zanja.
(Por Andrey Borodulin, Ekaterina Ansimova, Clara Charles / AFPTV / AFP)