Todo empezó en 1853. La fiebre del oro convocaba multitudes en Estados Unidos y el alemán Levi Strauss se instaló en San Francisco para abrir un negocio de venta de carpas. Pero, como ocurre con los grandes hallazgos, la cosa no fue como pensaba y pronto notó que los mineros obsesionados con el oro preferían dormir al aire libre, con ropa cómoda y abrigada. ¿Un detalle? Los pantalones que usaban se les rompían por el peso de las pepitas y la exigencia del trabajo en la mina. Sobre todo, en rodillas, bolsillos y zonas de rose.
Ni lerdo ni perezoso, Strauss aprovechó el género marrón de las carpas y diseñó un modelo de overol que llegaba a la cintura. Era una tela de algodón muy resistente que se llamaba demin y ya existía hace varios años, pero que nunca se había usado para pantalones. Su empresa se llamó Levi’s.
Muy pronto, Jacob Davis, un sastre que a Levi le compraba rollos de tela, se cansó de remendar los pantalones que se seguían rompiendo y los reforzó con remaches de cobre. Los ponía en algunos puntos en particular, como los extremos de los bolsillos. Sin dinero para registrar su idea, le propuso a Strauss asociarse. Así fue como el 20 de mayo de 1873, la oficina de patentes y marcas estadounidense les dio el #139,121 para el jean que conocemos en la actualidad.
Juntos lo hicieron en dos tipos de género, color café y azul. Recién en 1890, con el modelo 501, conocieron el éxito en ventas. Les hicieron mejoras y cuando la patente se venció, otros muchos fabricantes los copiaron. Por ejemplo, OshKosh B’Gosh, que entró al negocio del jean en 1895. O Blue Bell, que llegó en 1904 y luego se llamó Wrangler. Y Lee Mercantile, de 1911. Mientras que, durante la Primera Guerra Mundial, los jeans de Lee Union-All vistieron a los trabajadores que hacían soporte en la contienda.
En 1918 Levi’s apostó a la ropa femenina y lanzó Freedom-Alls. Los publicitaba con mujeres haciendo tareas de la casa o ejercicio físico. Aunque recién en los años 30 se hicieron populares, con Lady Levi’s, que tenía botones y se adaptaban a la silueta. Con los años, en Génova –los expertos en el género– tiñeron la tela de color azul índigo.
Pero, ¿cómo surgió el nombre? Demin viene de “de Nimes”, por la ciudad francesa dónde se hacía. En Inglaterra se lo llamaba fustán genovés, porque llegaba del puerto italiano, aunque provenía de Francia, dónde Génova se decía Gênes. De ahí, se empezó a pronunciar “jene” y finalmente, “jean”.
Y, ¿cuándo se convirtieron en moda? En los 50, iconos de Hollywood, como Marlon Brando y James Dean, los volvieron furor. En la década de los 60, con pata ancha, se convirtieron en símbolo de rebeldía. En los 70, grandes diseñadores como Yves Saint Laurent, Pierre Cardin o Kenzo lo posicionaron como un modelo de culto. De hecho Calvin Klein fue el primero en subirlos a una pasarela. Hasta que en los 80, Claudia Schiffer los promocionó para Guess y no hubo vuelta atrás. En versión chupín, cintura alta, plus size, decolorados o como fuere… se convirtieron en un infaltable del guardaropas. ¡Sí! El jean, esa prenda que tenía que ser cómoda, abrigada, remachada y sufrida, trascendió continentes y décadas sin conocer lo que es estar en peligro de extinción.
