“No me molesta hablar de esto, sólo me tocó y sobreviví. No creo en el destino, simplemente hay cosas que uno no puede controlar. Yo no hice nada para sobrevivir”, enfatiza del otro lado de la línea telefónica el ingeniero Shaul Ladany, el exatleta israelí que sobrevivió a la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich 72 y que aceptó la entrevista con este periodista argentino. Su historia está escrita con sangre y relatada con un correcto inglés con el que repasa lo ocurrido con una precisión asombrosa.
Ladany tiene hoy 85 años y es un exdeportista olímpico israelí que escapó dos veces de la muerte. Primero, en el Holocausto en 1944, cuando tenía ocho años, y luego en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, cuando el edificio de la delegación de Israel fue atacado por un grupo de palestinos que irrumpió en la Villa Olímpica. Hace 49 años dormía en una cama junto al resto de sus compañeros cuando tuvo, tal vez, el peor despertar de su vida. Los Juegos, como hoy los de Tokio 2020, estaban dando sus primeros pasos.
Ocho terroristas palestinos que pertenecían al grupo “Septiembre negro”, atacaron uno de los edificios del equipo israelí de la Villa Olímpica el 5 de septiembre de 1972. Se hicieron muchas películas sobre esta masacre y las imágenes son escalofriantes.
Una vez adentro de los departamentos de los atletas ejecutaron a dos de de ellos y tomaron a otros nueve como rehenes. ¿Qué es lo que pedían? La liberación de más de 230 palestinos presos en cárceles israelíes. La historia es conocida: muchas horas después, cuando intentaban escapar en un avión con los deportistas, fueron emboscados por la policía alemana en la pista del aeropuerto. En total murieron 11 atletas, cinco de los ocho terroristas y un policía alemán. Todas las críticas estuvieron puestas en la falta de seguridad en la Villa Olímpica y en cómo se ejecutó el operativo de rescate.
En un correcto inglés, Shaul respondió el mail que le envié, el único contacto que pude conseguir para dar con él. Aceptó hacer la entrevista por teléfono y estableció la hora para contar algo que, intuí, había rememorado cientos de veces: la madrugada en la que vio cómo asesinaban a sus compañeros. “Llamame el jueves a las 9 de la mañana de Israel”, escribió y me pasó un número de teléfono fijo. Así que a las 3 de la madrugada en la Argentina levanté el tubo en una redacción vacía a la que fui sólo para hablar con él. Fue en 2012, semanas antes de los Juegos de Londres que cubrí como enviado especial.
“¡Shaul!”, gritó la mujer que atendió mi llamado. De inmediato, una voz muy noble y pausada me saludó mientras unos perros ladraban de fondo. Lo primero que me llamó la atención fue cómo avanzaba cronológicamente el relato que apenas pude interrumpir cuatro o cinco veces. No hacían falta las preguntas. Ladany tenía la historia tan contada que sabía qué palabras construían su hilo.
¿Qué recuerda de esa madrugada?, fue mi torpe intervención que habilitó la catarata de datos y recuerdos: “Alrededor de las 5.30 me despertó un compañero del piso de arriba y me dijo que Moshé Weinberg, coach de lucha, había sido asesinado por un terrorista. Lo primero que pensé era que se trataba de una broma. Al abrir los ojos y ver a mi compañero vestido caí en la cuenta de que no podía ser una broma. Ahí comprendí que algo malo estaba ocurriendo”.
La charla con Ladany duró casi dos horas y la grabé con un micrófono corbatero en dos cassettes. “Salí del dormitorio y fui por el corredor; me asomé a la calle. No era consciente del peligro. Observé que en el edificio de al lado había un hombre con piel oscura, con ropa clara, y un arma en su mano. Comprendí que algo andaba mal. Entonces fui al segundo piso de mi departamento, que estaba comunicado por una escalera con el N°1. Desde allí vimos la sangre de Moshé, su cuerpo estaba tirado”, contó. Los terroristas tomaron luego rehenes en el departamento 3.
Mientras Ladany hablaba, yo tomaba apuntes. Me explicó con lujo de detalles la distancia que había entre los edificios que ocupaba la delegación, que se alojaba en cinco departamentos. La distancia entre ambos era de sólo unos cinco metros, estaban casi pegados. Moshé estaba en el departamento 1, donde fue asesinado, y Ladany, en el 2.
Yo miraba la oscuridad de la madrugada por ventana de la redacción desierta mientras me imaginaba adentro del edificio de Múnich. “Alguno de mis compañeros -continuó el exatleta- dijo que querían tomar rehenes y decidimos irnos de la habitación. Mientras me cambiaba, vi a alguien que caminaba por el balcón y me di cuenta que si corría para escaparme sería posible blanco de este tirador. Todo esto mientras me ponía ropa sobre mi pijama. Fui el último en salir de mi departamento”, explicó.
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A partir de sus palabras intenté imaginar por dónde hubiese escapado yo, pero Ladany era un torbellino de recuerdos y no me permití distraerme, por un momento pensé que estaba leyendo: la cronología no tenía pausas. La historia seguía su curso: “En ese momento caminé hasta la terraza y decidí no salir, pero sí avisarle al jefe de misión. Caminé por donde no me viera el tirador. No pensaba en que me podían matar, no era consciente. Nunca fui un cobarde. Fui al departamento número 5. El jefe de la delegación sabía ya lo que estaba pasando. Cerramos la puerta y el jefe de misión dijo que tenía que hacer una llamada para avisar al comité israelí que se hospedaba en diferentes hoteles de Múnich. Tomó un papel y empezó a hacer llamados. El estaba muy calmo al igual que yo. Cuando terminó dijo que debía avisarle a la prensa lo que estaba pasando, y así lo hizo”, cerró.
La frase “nunca fui un cobarde” la repitió muchas veces en nuestra charla antes de explicarme la teoría que él había elaborado con el correr de los años sobre por qué los asesinos no habían entrado al departamento donde él estaba.
“Cuando los atacantes le preguntaron a Moshé, que había recibido un disparo en la mejilla, dónde estaba el resto de la delegación, él los llevó al departamento 3 porque allí estaban los atletas más fuertes, como los levantadores de pesas y los que practicaban lucha. Muchos años después elaboré un pensamiento sobre por qué no fue atacado el edificio donde yo estaba: todo plan terrorista tiene una preparación, mapa y logística. Había un papel pegado con los nombres de quiénes estaban en cada departamento. Fueron los primeros Juegos en los que había computadoras con información de cada atleta. Los atacantes estaban al tanto de que en el departamento 2 dormían dos excelentes tiradores, y se sabía que uno de los ocho terroristas trabajó en la organización de los Juegos. Probablemente sabía que estaba permitido que los tiradores tengan sus armas y municiones consigo en sus habitaciones. Mi teoría es que no quisieron confrontar el edificio donde había tiradores armados. Tuve suerte de ser el único de atletismo en esa habitación. Igual, es sólo una teoría”.
Tiempo después la primera ministra Golda Meir ordenó a su servicio secreto que acabara con todos los terroristas que participaron del horrible ataque. Sólo se salvó -qué paradoja- el organizador, Mohamed Oudeh, conocido como Abu Daoud, que murió en 2010 por un problema renal a los 73 años.
“Dado que el Comité Olímpico había rechazado la participación de una delegación de atletas palestinos, decidimos participar a nuestra manera”, había confesado el propio Daoud en su autobiografía llamada Palestina, de Jerusalén a Múnich (1999). Según publicó El País, en 2010, Daoud llegó hasta la reja el día de la masacre, pero desapareció antes del ingreso a la Villa Olímpica.
Lamento mucho haber perdido los dos cassettes donde grabé la conversación de manera analógica. Ladany me pidió información sobre cuándo saldría publicada la entrevista y me preguntó si yo podía mandarle a Israel el recorte para que lo pudiera atesorar. “Guardo todos los trofeos medallas y entrevistas, que son parte de mi vida”, me dijo antes de cortar.
Sobre el operativo de rescate
“Lamento que las autoridades hayan tomado decisiones amateurs. El lugar ideal para liberar a los rehenes era en la Villa Olímpica. O, en el peor de los casos, cuando estaban por subir al helicóptero para ir al aeropuerto”.
Sobre el Holocausto
“Al principio mi nombre no figuraba entre los sobrevivientes de Múnich. Dado que yo había estado en el Holocausto, los medios gráficos titularon: ‘La segunda vez no lo logró’, pensando que había muerto. De hecho sé que se hizo un minuto de silencio en un evento deportivo que tuvo lugar al otro día, en otro país. Cuando mis amigos me vieron pensaron que yo era un fantasma y me tocaban para ver si era real”.