¡Se hizo desear pero llegó! El Superclásico, el evento más esperado después del aguinaldo, nos dio un lindo fin de semana a los argentinos, donde nos olvidamos de los problemas y nos sumergimos en una experiencia única.
La previa del superclásico la vimos más veces que Casados con Hijos. Lo mejor fue la novela de Gallardo y que no iba a poder entrar a la Bombonera por la sanción de la Conmebol. En un momento los dirigentes de River planearon meterlo disfrazado como Angelici, o sea, se tenía que poner una campera de cuero, suspender el uso de las “s” y enfrentarse a Carrió, pero después desistieron.
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Cuando llegó el día del partido –para lo cual se reprogramó la Superliga, el G20 y Navidad- se llovió todo. Ahí descubrimos que La Boca era Venecia pero a la Argentina, con trapitos estacionando góndolas. Guillermo quería jugarlo como fuera y mandó a pedir snorkels, pero estaba el riesgo de que Pablo Pérez fuera amonestado por hacerle foul a un lobo marino, así que se suspendió.
Mientras tanto, Angelici daba notas con todos los canales y decía que la cancha de Boca estaba abnegada (quería decir anegada, o sea, llena de agua, pero no le salía) y con ello se explicaba por qué todavía no llegaron las inversiones.
En paralelo, la Conmebol decidió dar muestra de que sus papás son primos: aunque todavía no sabía si el partido se iba a jugar el domingo o entre semana, igual mandó a suspender la Superliga. Casi pasamos un fin de semana sin fútbol y viendo hasta el infinito los compilados de superclásicos viejos con la música de Gladiador.
El domingo todos volvieron a la cancha y, en un ejemplo de ciudadanía, y acompañados por apenas 1600 policías, inhibidores de drones, triple cordón de contención, espacio aéreo cerrado y Patricia Bullrich como jueza de línea, se dio el puntapié inicial de esa fiesta llamada fútbol.
Gallardo hacía home office desde la confitería de River. A Boca le llovían las pelotas y a los televidentes los que leía Latorre. Parecía un programa de Llame Ya (Tevez se compró un microondas en el entretiempo).
Guillermo y su doble de acción seguían todo con su cara de “le dije a mi novia el nombre de mi ex”. El arquero de Boca les salvó el vaso –como diría Gisela Barreto- a los mellizos y, Armani, en un homenaje a su paso por la Selección en el Mundial, se comió el primer gol de Boca.
Aprovecho para contarles algo que no sabían: mientras todos miraban el superclásico, en La Plata estaban jugando Gimnasia y Racing. Podrían haber terminado 15 a 98, con 12 goles con la mano y 68 detenidos que jamás nos hubiéramos enterado. No se sabe quién ganó porque ni Coudet estaba mirando ese partido.
¿Qué sigue ahora? La Conmebol no quiere que el partido de vuelta sufra contratiempos así que ya empezó a trabajar: se reunieron con José Bianco para saber si va a llover. También decidieron que Gallardo tendrá que cumplir una pena aún más severa: no podrá ver a su familia el 24 de diciembre a la noche. Y aunque ya pasó Halloween, Guillermo y Angelici están viendo de qué se van a disfrazar si después de haber traído 40 jugadores llegan a perder la final.
Ah, aprovechamos este espacio para pasar un aviso: dice Mauro Zárate que vende su lugar para el que quiera ver el superclásico en una ubicación de lujo. Precios por inbox.
