De las cientos de imágenes que hay de Manu Ginóbili, hay una que marcó a fuego a los argentinos. En el Mundial de Indianápolis 2002, con la Generación Dorada que daba sus primeros pasos, el bahiense guió a la selección a un triunfo histórico, inolvidable, que hizo sacudir la estructura del básquet.
El 4 de septiembre de aquel año en cada rincón del mundo se habló de un mismo tema. Un grupo de chicos con mucho talento pero con poco reconocimiento a nivel internacional había logrado algo que parecía imposible: ganarle a los Estados Unidos, al Dream Team, al coloso equipo compuesto por las figuras de la NBA.
El resultado fue 87 a 80. Apenas un detalle para semejante hazaña. Manu fue el goleador, con 15 puntos. Del otro lado, Reggie Miller y Paul Pierce, entre otros, no podían creer lo que estaba pasando.
Tras diez años de competencia, Estados Unidos arrastraba un invicto de 58 partidos. Nunca un equipo compuesto en su totalidad por jugadores de la NBA había perdido. Nadie se le había animado a tanto. Pero Argentina, con varios de los chicos que luego se consagrarían como los mejores de la historia nacional, comenzaban a dar los primeros pasos en serio.
Manu, aunque ya había sido seleccionado por San Antonio Spurs, todavía no había debutado en la NBA. Faltaba poco más de un mes para que hiciera su estreno. Ese partido lo catapultó a la fama. Le terminó de dar el empujón que lo metió de lleno en el plantel de Gregg Popovich.
Ese Mundial, que con el tiempo se convertiría en el comienzo internacional de la Generación Dorada, terminó con una medalla de plata. Argentina llegó a la final y cayó con Yugoslavia 84 a 77, en un duelo muy luchado.
En un partido para el infarto, Argentina logró llevar el partido al tiempo suplementario pero se quedó sin combustible. Vendió muy cara su derrota. Hubiera sido la perla de un campeonato ya de por sí inolvidable.
Si hay que encontrar un momento en el que comenzó a escribirse la historia grande de la Generación Dorada, el Mundial de Indianápolis fue la piedra angular. El primer momento en el que en todo el planeta se habló de que había un grupo de jóvenes argentinos que se preparaba para hacer historia y que un tal Ginóbili, que con los años se convertiría en un histórico de los Spurs, era el mejor de todos.